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Maria José Garzón siempre se planificaba para cualquier eventualidad. La nube de ceniza volcánica procedente de Chile que estaba barriendo toda Australia ya había empezado a afectar al transporte aéreo y, en cualquier momento, todos los vuelos del aeropuerto de Melbourne iban a ser cancelados.

Su instinto jamás le fallaba y no tenía intención alguna de convertirse en uno de esos pasajeros atrapados en el caos.

Mientras estaba en la fila de facturación, llamó a la recepción del hotel que había en el aeropuerto. Entonces, oyó la voz de Kerry al otro lado de la línea telefónica. Sonrió.

–Hola, nena. Soy Poché. –

-Hola, Poché. ¿Cómo va todo por ahí?

-Hay mucho jaleo.

-Me lo imagino.

-Me parece que, después de todo, voy a necesitar esa reserva.

–No eres la única. Hay una lista de espera interminable.

–Ah, pero esas personas no conocen a la recepcionista como la conozco yo –sonrió

–Los contactos, querida Kerry...

–Lo son todo. Sí, ya lo sé –comentó mientras tecleaba en el ordenador.

–Entonces, ¿se trata de una habitación individual?

–Depende –dijo ella con voz profunda y sugerente.¿Cuándo terminas de trabajar?-

–Eres incorregible –replicó ella, riendo.

–Me lo dices constantemente –comentó la peliazul.

Poché se imaginó la risa en los labios de Kerry. Sabía que ella y su pareja se reirían al respecto aquella noche.

– Si sigo en tierra cuando termines de trabajar, ¿quieres pasarte para que te pueda dar las gracias invitándote a una copa? -

Mientras hablaba, su atención se vio reclamada por la esbelta morena que guardaba la fila delante de ella. Aquella mujer también había viajado en el mismo vuelo procedente de Adelaida en el que Poché había volado aquella misma mañana. Se había percatado de su perfume entonces igual que en aquel preciso instante, una esencia francesa y cara que, a la vez, resultaba ligera y refrescante.

Sin embargo, ¿era solo el perfume lo que había capturado su atención? Las mujeres de aspecto tan pulcro y conservador no eran su tipo, pero ciertamente... aquella mujer tenía algo. Algo intemporal. Aquel pensamiento la turbó durante un instante. Sólo durante un instante. A Poché no le iba en absoluto la nostalgia y el sentimentalismo en lo que se refería a las mujeres. De hecho, el sentimentalismo no le iba en absoluto. Punto final.

No obstante, así era exactamente como aquella mujer le hacía sentirse. Eso era lo raro. Se podía imaginar estar así, detrás de ella, al borde de un plácido lago observando cómo salían las estrellas. Apartándole el collar de perlas y los mechones de sedoso cabello, colocándole la boca justo allí, en aquel esbelto cuello en ese lunar tan tentador que tenia.

–Me encantaría volver a verte –
le dijo Kerry devolviéndola a la realidad.

–Pero, en este momento, la situación está tan complicada que no sé hasta cuándo va a durar mi turno.

–No pasa nada. Estás muy ocupada. Te dejaré que sigas trabajando, pero espero verte muy pronto. Ciao. -

Cortó la llamada sin poder apartar los ojos del cuello de aquella mujer. Trató de apartar de sí la extraña sensación que la castaña había invocado dentro de ella y la estudió de un modo puramente objetivo.

¿Qué clase de mujer llevaba perlas hoy en día? A menos que se hubiera vestido para una fiesta con la realeza.

Observó los hombros, cubiertos con una pashmina, y luego pasó a examinar la falda a juego, por debajo de la rodilla y el bien moldeado trasero, que tanto apetecía acariciar.

Esa atractiva mujer había estado sentada en el asiento del pasillo una fila detrás de ella. Llevaba sus audífonos de música puestos y tenía los ojos completamente cerrados y los dedos rígidos sobre el portátil. No llevaba ningún anillo en la mano izquierda, pero sí uno muy grande en la derecha. Tal vez le ocurría lo mismo que a ella. Desgraciadamente, la agobiante claustrofobia que le producía verse sellada herméticamente en una lata de sardinas volante era para Poché una tediosa necesidad en su vida.

Tú, Mi Refugio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora