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A la mañana siguiente, Daniela se levantó de la cama antes que Poché y se dirigió al cuarto de baño para asearse. En vez de utilizar los productos de higiene de Poché, sacó una pastilla de jabón que llevaba en el bolso.

La alegre voz de un locutor de radio fue la primera pista de que ya no estaba sola. Levantó la mirada y vio los dos altavoces que había en la pared. Entonces, notó una sombra al otro lado de la lampara cubierta de vapor de agua.

–¿Te importa si te acompaño? –preguntó Poché mientras se colocaba detrás de ella.

–Yo... –susurró ella, mientras ella deslizaba las manos para colocarlas encima de los senos

–Pensaba... pensaba que estabas dormida.

–Y lo estaba –musitó mordisqueándole el cuello, – pero entonces olí este perfume y tuve que venir a investigar. Lleva más de dos semanas volviéndome loca.

–Pues puedes dar las gracias a que llevaba una pastilla de emergencia en el bolso.

–Por supuesto. Todas las princesas deben viajar siempre con lo esencial.

El cuerpo de Poché se apretaba contra el de ella. Resultaba evidente que ella estaba dispuesta a mucho más.

–Ríete si quieres, pero no voy a cambiar...

–Ni yo quiero que lo hagas. Este aroma fue pensado para ti –murmuró mientras le mordisqueaba el lóbulo de la oreja.

–De hecho, así fue –dijo ella. Resultaba difícil concentrarse cuando el cuerpo desnudo de Poché le tocaba por detrás y las manos estaban dibujándole círculos alrededor de los pechos.

– En exclusiva... En París... Hace años...

–¿De qué olor se trata? ¿Jazmín?

–Y madreselva, mandarina dulce, rosa negra... entre otras cosas.

–Ese perfume fue lo primero que noté sobre ti –susurró ella, sin dejar de acariciarla ni besarla.

–¿Sí?

–Estabas delante de mí en la fila de facturación en Tullamarine.

–Oh...

Cuando Poché le rodeó la cintura con el brazo y se apretó a ella, Daniela no pudo seguir hablando. Separó las piernas y dejó que ella la acariciara entre sus pliegues y luego la penetrara con un dedo, sujetándola completamente recta con su fuerza y su calidez.

–Y fantaseé con hacer esto –dijo Poché mientras hundía sus dedos más profundamente en ella, sin dejar de acariciarle el vientre y más abajo, entre las piernas, justo en el lugar en el que ella la deseaba con la mayor desesperación.

Poché no se podía imaginar un modo mejor de comenzar el día que con una fantasía hecha realidad.

–Tengo que decirte que tu nuca es una obsesión para mí.- Le acarició suavemente la nuca, lentamente, desde la base delcráneo hasta la línea del cabello. Daniela respondió como un arpa, afinada exclusivamente para ella. Sus dulces suspiros eran como música de los ángeles para sus oídos. Fue subiendo poco a poco entre el cabello hasta que sintió que ella se echaba a temblar.

–Eso es... maravilloso.

–Y tú también... y tú también...

Se hundió en ella más profundamente. El húmedo calor de Daniela se tensó como un guante alrededor de sus dedos.

Desayunaron mirando el mar. La lluvia había cesado durante la noche, pero aún hacía mucho frío. Mientras se tomaba una tostada, Daniela se preguntó si Poché llevaría mujeres allí, pero estaba empezando a darse cuenta de que la intimidad era algo muy importante para Poché.

–¿Tienes aquí también un despacho?-

Ella le indicó una puerta cerrada al otro lado del salón.

–Es bastante básico, pero la luz y la vista lo compensan. Realizo la mayor parte de mi trabajo creativo en Fiji. En Adelaida trabajo principalmente en los programas.-

Daniela se levantó y llevó los platos al lavavajillas.

–Dado que estoy en Glenelg, creo que voy a dar un paseo por Jetty Road antes de marcharme, si no tienes prisa, por supuesto.

–Me parece bien –replicó Poché

– Yo voy a correr un rato por la playa. Si conozco bien a las mujeres, estaré de vuelta antes que tú, pero por si acaso... – Sonrió, Se dirigió hacia el frigorífico, tomó una llave de un gancho y se la entregó.

*****

Como no quería molestarle por si estaba trabajando, Daniela entró en su apartamento una hora más tarde. Cuando no vio a Poché, la llamó suavemente y llamó a la puerta de su despacho.

Al tratar de girar el pomo, lo encontró cerrado. Su alegre estado de ánimo sufrió un pequeño bajón. Había vuelto antes de lo previsto de su paseo para mirar boutiques por su deseo de estar con Poché. Se sentía desilusionada. Lo único positivo de todo aquello era que tenía tiempo de colocar cuatro cómodos cojines rojos que había comprado para ella en el sofá.

Colocó la planta sobre la mesita del café. Decidió que el salón, que era demasiado minimalista, sobrio y masculino para su gusto, tenía un aspecto mucho más acogedor. Además, los cojines serían un recordatorio del tiempo que habían pasado juntos cada vez que ella se sentara en el sofá.

Estuvo ordenando el dormitorio y el cuarto de baño y luego hizo lo mismo con la cocina. Estaba limpiando la mesa cuando Poché entró, acompañada por el aroma del mar.

–Hola.

–¿Ya has vuelto? –preguntó, asombrada–

– ¿Qué clase de mujer acorta el tiempo cuando sale de compras?

–Yo. Estaba empezando a pensar que te habías ido corriendo a
Fiji –dijo mientras le daba un beso.

Poché la besó también. Aún estaba atónita por la novedad y la
sorpresa de que alguien la estuviera esperando en su apartamento.

–No esperaba que regresaras tan pronto, por lo que me paré a tomar un café... –se interrumpió al ver el sofá y la planta sobre la mesa. Oyó la primera señal de alarma

– ¿Qué es todo eso?

–Pensé que le daban a la casa un aspecto un poco más hogareño.

–No necesito cojines. Casi nunca me siento ahí.

–Pues deberías. No puedes estar encadenada a tu escritorio todo el día.

–Eso es lo que hago. Y no estaré aquí el tiempo suficiente para cuidar de ninguna planta.

–Vaya... Eso no se me había ocurrido. Soy una idiota...-

Poché notó la confusión y la vergüenza reflejados en la voz de Daniela y se sintió como una canalla. Sin embargo, eso no alteró el hecho de que ella había alterado su relación. ¿Acaso pensaba que se iba a quedar allí indefinidamente? ¿Que podría persuadirla con pequeños regalos domésticos? ¿Cuántas mujeres habían intentado gestos similares con ella?

–No es que no te lo agradezca, pero...

–No te preocupes. Regálaselos a alguien. No importa.

Poché sabía por experiencia que, cuando una mujer decía que no importaba en aquel tono de voz lo ocurrido importaba y mucho.

–Voy a darme una ducha rápida y luego te llevaré a casa.

–No hace falta. He llamado a un taxi –replicó ella con voz tensa y sin sentimiento. Entonces, miró el reloj...

-Debería llegar en cualquier momento. Bajaré a esperar para no molestarte.

–Daniela... He dicho que yo te llevo. Dame un min...

–La entrada de la ópera –dijo ella. Se metió la mano en el bolso, la sacó y la dejó sobre la mesa de la cocina.

– Así, puedes decidir en el último minuto si quieres venir o no.

Tú, Mi Refugio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora