4

3.9K 225 10
                                    

La anticipación se apoderó de ella. Para tranquilizarse, se preparó una taza de café por cortesía del hotel y apartó las cortinas. La tarde iba llegando a su fin y se iba tiñendo de tonalidades anaranjadas y violetas. Se sentó en el único sillón y comenzó a hojear una revista femenina que había comprado antes, pero no tardó en dejarla sobre la mesita. Se sentía demasiado nerviosa como para poder concentrarse en la vida privada de una superestrella reflejada en aquellas páginas.

Si no hubiera sido por Poché, su ruptura con el candidato para las próximas elecciones estatales podría haberse convertido en carnaza pública. Ciertamente estaba en deuda con Poché. Podría haberle comprado simplemente una botella de vino o haberle invitado a cenar para mostrarle su agradecimiento. De hecho, estaban allí hasta el día siguiente por la mañana, por lo que no era demasiado tarde para sugerirle que tomaran un taxi y se fueran a la ciudad para buscar un restaurante.

No obstante, cuando regresaran a aquella habitación, con unas cuantas copas de vino en las venas, la situación volvería a ser la misma. La atracción seguiría siendo la misma.

Se recogió los pies por debajo de las piernas y comenzó a quitarse las horquillas del cabello. Se lo desenredó con los dedos, disfrutando de aquella nueva sensación de sentirse femenina y libre. ¿Por qué salir a cenar cuando podía darse un festín de algo mucho más placentero? Piel, labios y... No pudo seguir pensando. La piel le ardía. Sin poder evitarlo, se echó a reír como una colegiala al pensar en los pensamientos que se le estaban ocurriendo.

Seguía riendo cuando Poché regresó a la habitación.

Poché escuchó la risa en cuanto abrió la puerta y sonrió también. Hasta que la vio sentada en el sillón, de perfil, mirando por la ventana. Su cabello oscuro parecía arder con los últimos rayos del sol. Su sonrisa se transformó en una expresión de admiración. Suelta y brillante, aquella sedosa melena le caía por los hombros como si estuviera celebrando su libertad.

Ella había encendido la televisión para escuchar un canal de radio. Se trataba de algo suave, con notas de jazz. Resultaba evidente que ella no le había escuchado entrar, por lo que Poché aprovechó el momento para observarla.

No tardó en darse cuenta de que estaba siendo testigo de algo que dudaba que vieran muchas personas cuando miraban a Daniela. Su belleza interior. La sexualidad innata que ella encontraba tan irresistible. Le daba la sensación de que Daniela no mostraba a menudo aquella faceta de su personalidad y que mucho menos la compartía.

Esperaba que se atreviera a compartirla con ella. Se había quitado el horrible traje y se había puesto el albornoz del hotel.

¿Estaría completamente desnuda debajo? Sintió un calor en la entrepierna, sus músculos se tensaban.

Daniela aún llevaba puestas las perlas. Su iridiscencia reflejaba los rayos del sol. Poché se imaginó levantándolas, notándolas cálidas por la piel con la que habían estado en contacto y deslizar la mano por debajo para explorar la cremosa garganta. No recordaba haberse sentido nunca tan cautivada por una mujer.

Una vez más, se sintió atrapada por la sensación de que aquello era diferente, de que ella era diferente. Discretamente, se aclaró la garganta para anunciar su presencia.

–¿Le apetece a alguien un trozo de pizza?

Daniela se dio la vuelta para mirarla. Parecía contenta de verla.

–Sí, por favor –dijo mientras se levantaba del sillón

– ¿Dónde la has comprado?

–En la pizzería del aeropuerto. Era la última. O más bien la última mitad. Tuve que pelearme con las hordas hambrientas – dijo.

Tú, Mi Refugio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora