Amanece un fin de semana y la poca luz que es capaz de atravesar las nubes del cielo se cuela por la ventana de la habitación donde los dos chicos duermen uno enganchado a otro.Agoney es el primero que abre los ojos y automáticamente lleva la mirada a la ventana, que le deslumbra. Algo le llama atención.
- ¡Raoul! ¡Que está nevando!- Exclama con ilusión y se levanta corriendo para ver el exterior a través del cristal. Prácticamente todo cubierto de nieve.
El rubio gruñe al despertarse debido a los movimientos bruscos del moreno sobre la cama al levantarse sin cuidado alguno.
- Ay, Ago.- Se queja con la voz ronca.
- ¡Ven,ven! ¡Mira qué bonito!
Raoul se salta sus rutinarios remoloneos sobre el colchón para destaparse e ir junto a su novio. Nada más que por la ilusión que lleva encima.
- Sí, es precioso, mi amor.- Le da la razón adormilado y le da un beso en la mejilla.
Más tarde, Agoney arrastra a Raoul fuera de casa. Juegan, y se hacen fotos con la nieve. En un momento dado, el catalán empieza a tiritar y a estornudar.
- Te resfriaste, chiquitín. - Cobija a su novio entre sus brazos para transmitirle calor.
A diferencia de Agoney que va equipado de un chaquetón, una bufanda y un gorro, Raoul lleva una simple chaqueta vaquera.
Vuelven a casa y Agoney manda a Raoul a darse una ducha calentita mientras él le prepara un chocolate caliente, una estufa y muchas mantas.
Pasan la tarde viendo una película acurrucados en el sofá tapados con su manta favorita, la verde, los chocolates calientes en la mano y la estufa delante.
Esa noche vuelven a dormir juntos, como siempre. Agoney, llevado por la necesidad de cuidar a su pollito, enrolla literalmente al rubio en una manta y lo mete en la cama. Se duermen así, con el moreno abrazado a la bolita en la que se ha convertido Raoul tras su rutinario besito de buenas noches.