Mi Princesa Prohibida [Kiriasu]

Capítulo 4.- Los lazos se rompen

—Puedo... ¿puedo besarte? —la joven se sobresaltó ante su proposición. Él se percató de inmediato del gran atrevimiento cometido—. ¡Lo siento! He sido demasiado irrespetuoso, yo... ¡No quise incomodarte! ¡Perdóname, Asuna!

Y como si siguiera siendo un niño que se asustaba con facilidad, toda la seguridad que mostró al principio se desplomó, al igual que su mirada.

El joven rubio se mostraba verdaderamente avergonzado por la osadía cometida, no sabía la razón por las cuales aquellas palabras escaparon de su boca contra su voluntad.

A Asuna se le escapó una risita tímida al percatarse de la culpa que le entorpecía y, sin pensarlo, depositó un amable beso, delicado y sincero, sobre la mejilla derecha de Eugeo.

—Eso es todo lo que puedo darte, por ahora.

Sonrieron mutuamente, sin percatarse que detrás de ellos, la silueta decepcionada y dolida de Kirito estaría presente, observando aquel intercambio de sentimientos entre ellos.

Mi princesa prohibida

Capítulo 4

—¡Kirito!—el rubio sonriendo, con alegría desbordante en sus ojos se acercó al azabache, traía consigo dos espadas de madera.

Le había prometido que, aunque le llevara toda la vida, algún día, en cualquier momento, él lo vencería. El infante se acercó con determinación hacia su hermano, lo observó detenidamente, aunque Kirito era el menor Eugeo le tenía un profundo respeto. Ellos dos solos estaban incompletos, no obstante, cuando se unían hacia un objetivo ya sea hasta lo más insignificante o puros juegos entre ellos, los dos se complementaban el uno con el otro. Y no solo por la sangre que ciertamente los unía, si no, por una conexión especial entre ellos, no lo sabían, ni siquiera planeaban descubrir qué era, la amistad y la confianza entre los hermanos era suficiente.

Más que una persona que compartía su sangre, Eugeo veía a Kirito cómo un ejemplo a seguir.

—¿Eugeo?—de inmediato, el azabache notó los objetos que ciertamente era agarrados con mucha dificultad por su hermano —Nunca te rindes ¿Seguro que deseas retarme otra vez?

Asintió, seguidamente Kirito soltó un suspiro. Aquella perseverancia de Eugeo él no parecía comprenderla, más bien, tenía el presentimiento que se trataba de un capricho suyo.

—No. —fue su respuesta sin más, el rostro del rubio se llenó de tristeza, y a su vez, todo ese entusiasmo y alegría que traía se desplomó hacia el suelo.

—¿Acaso tiene miedo mi príncipe?—la voz femenina que interrumpió, provocó que se volteará a conste de su sorpresa.

La mujer era hermosa; sus cabellos morados y perfectos le daban un toque de sensualidad, su rostro expresaba paz y tranquilidad pero, a su vez se veía su determinación, era una mujer llena de valor y empatía. Estaba levemente maquillada, lo más destacable era sus labios cubiertos por un labial rojo, la amabilidad y gentileza era propio de ella, no obstante, su obsesión por la disciplina era algo que aterrorizaba a Kirito, pues opacaba lo linda y cariñosa que era.

—¡Señorita Lipia!—Kirito se giró completamente hacia ella y de inmediato hizo una reverencia, Eugeo por su puesto, siguió el ejemplo de su hermano le saludo mientras se limpiaba sus ojos a en contra de sus leves sollozos.

Ambos príncipes estaban siendo entrenados por esa caballero para que al cumplir la edad de 10 años continuaran su entrenamiento bajo la supervisión del caballero Bercouli, que les enseñaría las técnicas más complejas de la esgrima.

Aunque su maestra les enseñaba las bases de tal arte, constantemente les dejaba en claro que antes de ser bueno manejando la espada era importante que el hombre o mujer se formara a costa de valores, pues el arte de la esgrima no podía ser usado de manera irresponsable; el dolor y el enojo no pueden influir al momento de blandir la espada ya que aparte de que se estará lastimando al contrincante sin piedad, aquellos sentimientos nublan la vista del caballero, lo ciegan a tal grado que no le importará el precio que tenga que pagar con tal de saciar esos sentimientos que constantemente lo atormentan.