1. Belleza inmortal

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No puedo jactarme de ser un hombre rico, pero

sí de haber vivido mucho...

En mis épocas más jóvenes, me dedicaba a lo que podía. No se puede decir que haya sido un hombre culto, pero mi gran habilidad para adaptarme es lo que me ayudó a relacionarme con todo tipo de personas. 

En una de esas ocasiones, tuve por patrón a un hacendado. Yo era el encargado de cuidar el jardín de su mujer; mi trabajo era hacer hasta lo imposible por mantener el lugar con la misma imagen que siempre mostraba, casi sobrenatural; frondosos árboles, flores de colores como fragancias distintas y grandes enredaderas que se encontraban cuajadas de rocío para cuando salía el sol.

Como gran contraste a la belleza del lugar, el hombre -más conocido como Don Simón- era alguien con mucho dinero y gente a su cargo; por ende, un gran poder que manejaba con un carácter de acero. Lo veía trabajar desde que el sol nacía en el Este hasta su muerte en el Oeste. A pesar de su apariencia de inquebrantable y a veces hasta hostil, era un hombre que como todos los demás, sentía una debilidad por la belleza y poseía un talón de Aquiles . Pocos los que conocían su pasión por la pintura y menos aun los que veían sus obras; estos decían que tenía el don de plasmar las emociones, las penas, las alegrías... los secretos.

Siempre he pensado -y durante el tiempo que trabajé para él lo confirmé- que al mirar la obra de algún artista, no solo estas viendo el lienzo, sino que es la entrada mas discreta hacia la mente del creador. Pintar es plasmar lo que uno desea, siente, y la manera en que se ve el mundo desde los ojos propios. Los ojos son la puerta del alma, las manos son la forma de mostrarla al mundo.

Juntando a sus dos grandes pasiones, cada que podía iba a teatros, museos y exposiciones con su esposa. Por donde pasaran, las miradas iban a parar en la mujer, que resaltaba tanto como las obras expuestas. Era dueña de gracia y belleza en la misma medida; a Don Simón nunca le molestó en absoluto las miradas que ella atraía, él más que nadie sabía que todo lo bello está para ser admirado.

Su mujer era lo único que amaba mas que a pintar, y ella lo amaba de la misma manera. Eran el uno para el otro, tanto así, que los vecinos se preguntaban: "¿Se habrán conocido en vidas pasadas?". La intimidad que compartían más allá del sexo, era envidiable. Recuerdo las noches en las que salía a mirar las estrellas, y desde el jardín se podía observar la luz brillando en su habitación, los veía pasar frente a la ventana, bailando al son del silencio, al compás de una canción que solo ellos podían oír. Ellos inventaban su propio tiempo, y aunque no tenían de quien ocultarse, de vez en cuando se escabullían en la espesura del jardín, como dos adolescentes en busca de privacidad y adrenalina, pero ¿Quién soy yo para contarles lo que allí ocurría? La imaginación es la mejor arma en estos casos.

En fin, como no hay mejor manera de percibir la belleza que desde los ojos de un hombre enamorado; le preguntó si podía inmortalizarla en un retrato. La mujer accedió y Don Simón se dio a la tarea de pintarla con lujo de detalles. Todos los días ella se sentaba en un sillón de la biblioteca, su única tarea era lucir como siempre, con la gracia de una ninfa del bosque y el encanto embriagador de una sirena. Él por su parte se concentraba en capturar en la pintura la misma belleza que sus ojos eran capaces de percibir; lanzando trazos firmes y delicados al mismo tiempo.

Al poco tiempo, la hermosa mujer notó que su esposo ya no era el mismo; no salían por el día, ya no se escabullían por las noches, ya no bailaban al compás de sus corazones. Simplemente ya no...¡ nada!

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⏰ Última actualización: Nov 27, 2019 ⏰

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