Capítulo 2

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La vida, o al menos el presente inmediato de Turbo Meco, que se tallaba los ojos y bostezaba mirando al techo, tenía ya rato sin dar un giro abrupto. Se preguntaba, sin utilizar el lenguaje ni la introspección, si llegaría a ser capaz de luchar de nuevo por algo fuera de él, dormir se estaba convirtiendo en su actividad favorita, la forma idónea para salvar el día era simplemente no comenzarlo. Quien haya dicho que la perfección se vive a través del acto, no es más que un emprendedor mentiroso tratando de venderte basura cancerígena. La verdadera virtud se encuentra en la pasividad de la inexperiencia. Es ahí donde habita la verdadera gracia; tensión constante entre la realidad; materia dispuesta siempre a ser tocada, y la infinitud; idealidad aplastante que cobra valor en la distancia.

Se dispuso a escuchar a su alrededor, el resto de la casa fuera de su habitación se percibía deshabitado. Sus calcetines hicieron contacto con el suelo y se dispuso a echar una caminata de reconocimiento, en puntillas, alrededor de la casa con el asta vela estirando el boxer.

Por fortuna y por desgracia, la casa de Turbo Meco no era como el pasaje de un libro en el que algún lector puede quedar sorprendido, ya que nadie, en ningún punto de la historia rescataría sus acciones, ¿A quién le interesa ver a otro adolescente blandengue escabullirse hasta su cuarto con un papel de baño culposamente oculto entre su bóxer y camiseta para masturbarse?

Una vez afianzada su soledad, buscó el conector del ordenador donde lo había dejado por última vez. Enrolló un buen tramo de papel en su mano. Las memorias comenzaron a bombardearlo. Abrió su lap-top y se desabrochó el cinturón. ¿Qué categoría de porno buscaría el día de hoy?

Buscó Chavo del 8

pero no encontró ningún cosplay llamativo.

De pronto, en medio de la abundancia de desnudos, Turbo Meco tuvo un chispazo neuronal repleto de lucidez que casi le causa una embolia:

Eran los tiempos de la prepa. Aquella época de la juventud en las que los jóvenes no pueden ver ninguna chica sensual sin humedecer su entrepierna y mantener la boca cerrada. Aquella en la que los hombres son infantiles y desean como niños sin darse cuenta.

Estaba aburrido en casa, y no tenía tarea, así que se dirigió a casa de su amigo el Esteban, famoso por sus chinos gruesos como de pubis. Abrió el cancel levantando ligeramente el lado izquierdo para no hacer rechinar los fierros, y tras su paso, lo volvió a cerrar. Tocó a la puerta tres veces y al haberse quedado quieto, se hizo consciente del ruido proveniente de la sala. Voces femeninas se escuchaban hablar entre comerciales de limpiador anunciados por actrices de televisión abierta.

-¡¿Quiéeeeeen?!

-¡Yo, Turbo!

-¡Van! -Se escuchaba como la voz de la mamá de Esteban. Tenía el pelo chino y largo, como para taparle los pezones si se lo hacía hacia el frente. Abrió la puerta:

-Ahorita no está Estéban, pero pásale que ya voy por él, anda en un curso de matemáticas, reprobó y me lo quieren mandar a extra si no saca ocho. Desde ahorita que estudie porque sino, olvídate de tu amigo. Pásale mijo, ¿cómo andas?

-Bien, señora.

El Meco cruzó el umbral.

-Qué bueno, siéntate.

El Meco se sentó. A su lado, en el sillón que se podía hacer cama para cuando llegaran las visitas, se encontraba la abuela de Esteban, viendo la tele con ese gesto peculiar entre los labios que pueden hacer los bovinos o los viejos sin dientes.

-¿Te ofrezco algo de tomar? -preguntó la madre del Mocos.

-No gracias, señora, así estoy bien. ¿Cómo está Doña Chaira? -le preguntó a la abuela que simulaba estar en coma. Sonrió, lo miró, lentamente, de abajo para arriba y volvió al televisor:

-Bien, aquí, ya sabes...

-Ya me voy, Mequito, cualquier cosa me marcas o le marcas a Esteban. Voy por él. Llego como en media hora. Si quieres algo de tomar, hay chocolate caliente en la estufa. Tú te sirves..

Turbo Meco agradeció y la madre de Esteban desapareció tras de ella. Estaban solos Meco y doña Chaira. La televisión sintonizaba la telenovela a un volumen tan alto que el pobre Meco no podía ni escuchar sus púberes pensamientos. Quizá por eso...

-Se va a tardar un rato. Dijo, mientras por un breve instante deja de observar al televisor, para escanear a Turbo en un milisegundo.

-ya lo creo, dijo Turbo.

-Ese capítulo es repetido..., -Dijo Doña Chaira, acercándose más al cuadrito del sillón en el que estaba Turbo Meco.

-¿Y de qué se trata?

Doña Chaira, en un arranque de valentía y juventud, tomó la verga de Turbo Meco entre sus manos firmes y arrugadas. A lo que el joven garañón enfatizó un simple 'aaaaah', que provenía de lo más cachondo de su alma. Se acercó frente a su macho, que la miraba dubitativo, pasmado, sin saber qué hacer, y en un intento por besarla, ante la insertidumbre <<no seas pendejo>>, pero lo perdonó al instante y le presumió las encías lamiéndose los labios. Le bajó el pantalón y sus inocentes braguitas virginales de un tirón. La tenía dura. Le llenaba la boca a Doña Chaira sin dientes. El esmegma le recorría por el paladar a la octogenaria, y esta gemía como potra descarriada.

Inclinada, se quitó el camisón y unas tetas que le desbordaban hasta el tobillo, flácidas como masa de tortillas, le comenzaron a calentar las rodillas. La televisión ahogaba los sorbidos de tan descomunal mamada. De pronto, una cachetada retumbó en la habitación, eran las actrices peleando por su galán. La cara de la rubia furibunda con el rostro enrojecido sólo excitó a Turbo Meco, que agarró a la cuasi momia de su agrisado mechón y la repegó más hacia la base de su verga. Ella pegó un gemido y la retiró, parándose ipso facto, mientras se masturbaba frente a ella, la cargó como a una jóven porrista universitaria y, desplazandole el inconmensurable calzón, la penetró consecutivamente. una, dos, tres, cuatro. Los cuadros del Mocos cuando era bebé temblaban en la pared. Los gritos de las actrices foribundas competían con los gemidos de la viejita. <<Hay pendejo, rómpeme la cadera, así, así!>> La tomó de los hombros, en cuatro, como estaba y le rasguñó la joroba mientras le sujetaba las nalgas caídas. Su vagina, entreabierta por la edad, los años, la vida, los otros hombres, ya muertos, auguraba la flacidez perfecta para descremarse. Recargó su peso en él, haciendolo perder el balance, y entre succiones, se vino.

Aturdido, Turbo Meco se subió el pantalón, todavía procesando lo sucedido Doña Chaira se subió el camisón transparente y su vagina humectada frenó los fluidos con el calzón que se volvió a acomodar. Se volvió a sentar donde la vio al llegar y le dijo:

-Ese sí no lo había visto. -mientras le daba la orden de subir el volumen al control remoto.

La puerta se abrió. Eran Esteban y su madre.

-¿Qué onda, cómo estas wei?

-Pues aquí, esperándote, burro...

Se saludaron. El Mocos pisó algo mojado.

-hayjoesú, casi me resvalo, hay un charco aquí y.

-Ah, es que ahorita me serví agu...

-¡Cállate Chamaco pendejo, si tú eres el que deja mugrero todos los días, derecho a quejarte no tienes verás!

Esteban se retorció, esperándo el chanclazo.

-Espérate abuela, si ahorita le trapeo, nomás casi me desnuco.

-Mijo, ¿Por qué mejor no se van a su cuarto, para no molestar a tu abuela?

Subieron al cuarto. Como de costumbre, se sentaron en la cama, frente a la tele apagada:

-oye wei, -dijo Turbo Meco.

-¿qué?

-nada. -No tenía sentido, no era necesario.

Caído del cielo, Turbo Meco tomó el papel de baño y se quitó el charco del ombligo, limpiándose el chisguete que había llegado hasta el pezón. Ya limpias sus manos, Turbo lavó su cara y se quedó un rato recargado en el lavabo, mirándose al espejo. A veces, no es necesario recurrir a la experiencia para vibrar de placer, y basta con la inmediatez chispeante de la memoria. Nunca sabes cuándo hay un viejo para ayudar. 

Las aventuras de Turbo Meco en el planeta ColapsoWhere stories live. Discover now