D O S

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El río se encontraba a menos de un kilómetro del colegio, cuesta abajo

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El río se encontraba a menos de un kilómetro del colegio, cuesta abajo. 

En invierno podía ser horrible y divertido al mismo tiempo, porque hacía mucho más frío que en otras partes de la ciudad y el viento a veces era tan fuerte que les impedía caminar.

Pero en día como aquellos, cuando la temperatura pasaba los veinticinco grados y no había nada que hacer en clase, la brisa que llegaba era lo mejor que podría pasarles en el día.

Corrieron cuesta abajo mientras reían. De vez en cuando se cruzaban con compañeros de clase que iban en dirección contraria, pero no se detenían para hablar, sino que se limitaban a saludarlos con las manos.

Ana corría más rápido que ella, así que pasó la mitad del trayecto viendo su espalda. El vestido de flores que llevaba se levantaba con el viento y le daba un aspecto aniñado. Eventualmente se cansó y bajó un poco la velocidad para que Brooke pudiera alcanzarla y tomar su mano.

Cuando llegaron al río las dos estaban completamente agotadas. El sol había subido un poco más y lo edificios por aquella zona escaseaban. El viento hizo que los árboles se mecieran y de vez en cuando alguna que otra hoja cayera. La orilla estaba desierta.

—No hay nadie —dijo Brooke.

—¡Mejor! —Ana corrió hasta el árbol más cercano y lanzó su mochila antes de dejarse caer en la hierba—. ¡Tenemos el río para nosotras!

Cuando llegó a su lado la encontró echada con los brazos y las piernas extendidas, como si pretendiera hacer un ángel de nieve en el césped.

—Vamos a tener que volver a la avenida para comprar comida.

—No, mirá.

Ana se arrodilló en el suelo y le hizo un gesto para que la acomáñara. De su mochilla sacó un pequeño tupper con emparedados y un termo de agua antes de alzar la cabeza para verla con orgullo. Había césped entre su cabello rojizo y pegado en su ropa. Brooke pensó en que se veía adorable, pero no lo dijo en voz alta.

—¿Ya tenías planeado esto?

Se sentó junto a ella y volvió a extender el brazo, pero esta vez para quitarle el césped. Recordó aquella vez que Ana había tratado de cortarse el pelo en casa y se había hecho un desastre con el flequillo. Brooke se había reído y había tratado de acomodárselo. También recordaba que, luego de eso, Ana la había besado.

—¿Qué te pasa?

La voz de la pelirroja la trajo de nuevo al presente. Ana la miradaba con curiosidad mientras permanecía quieta. Brooke aún tenía la mano en el cabello de ella.

Negó para indicarle que no pasaba nada, aunque fuera mentira.

—Bueno, mirá —Ana bajó la cabeza para volver a revisar su mochila y sacó una bolsa de su interior antes de comenzar a desanudarla con entusiasmo—. El otro día estaba viendo videos y me crucé con el del mito del muérdago ¿Sabes qué es el muérdago?

Brooke arrugó la frente pensativa.

—¿El de las pelis?

Ella asintió, visiblemente contenta, y sacó una hoja de su bolsa.

—¿Sabías que la usaron para matar a un dios nórdico? —le contó—. Y después lo revivieron no sé cómo, y tampoco sé cómo después el muérdago terminó siendo usado para navidad —le conto. Se veía avergonzada por no recordar gran parte de la historia pero eso no parecía impedirle sentirse orgullosa por su descubrimiento—. Se me ocurrió que podemos traer mucho, mucho, y colgarlo en las puertas de las aulas aprovechando que estamos cerca de navidad.

Brooke la miró, no muy segura.

—¿De dónde vas a sacar tanto muérdago?

Ana chasqueó la lengua para restarle importancia.

—Eso es lo de menos —dijo, aunque para Brooke eso era fundamental—. Nadie festeja navidad en la escuela nunca —recordó ofendida. Las mejillas se le llenaron con un poco de aire—. Y me parece una falta de respeto.

Soltó una risa y negó. Su idea tenía agujeros por donde se mirase, pero Brooke aún no había aprendido a decirle que no a Ana. En especial cuando se entusiasmaba tanto.

—Bueno... —comenzó con cautela—. ¿Y cómo vas a hacer para que el muérdago se vea? Porque acá no es común colgarlo.

—¡Ay, se van a dar cuenta, ya vas a ver! —se incorporó con energía del suelo y extendió los brazos al cielo, con el muérdago entre sus manos—. Lo podemos colgar del lado de adentro y de afuera ¿No te parece?

Brooke apoyó las manos en el césped y la miró.

—¿Quiénes estás esperando que se besen?

Ana bajó los brazos y tragó saliva.

—Nosotras.

AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora