TRASH.

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¿Te cuento algo?

Cuando era niña, no tenía nada más que un vestido harapiento y unos zapatos negros que iniciaron siendo de un número mayor, y con el paso de los años, tuve que seguir usándolos aun cuando lastimaban mis dedos. Recuerdo que a veces, lograba escuchar a través de las ventanas o chismes de las cuidadoras, que el mundo era diferente, que no había carencias y la gente vivía cómoda y feliz; bueno, siempre pensé que era un lugar diferente, porque en el orfanato siempre nos hicieron falta muchas cosas.

No tardé en escapar, si me hubiera quedado posiblemente no estaría viva; porque en ese horrible edificio, hombres adinerados siempre llegaban para llevarse niños y niñas bonitos, jamás volvíamos a verlos. Yo sabía que iban a un mal lugar, no a ese sitio esplendoroso que les prometían si tomaban sus manos regordetas; esa clase de personas no pueden ocultar su perversión y malicia, se les desbordan las verdaderas intenciones por los ojos.

Jamás conocí a mis padres, pero tampoco tuve tiempo para cuestionarme si me llegaron a amar, porque estaba más preocupada sobreviviendo en las calles, buscando entre la basura qué comer. Sin embargo, la vida ahí era menos dura que en el orfanato, supongo que la sensación de libertad hace que todo sea más llevadero. Aun así, sentía que no era más que un saco de carne y sangre sin un propósito real; que basaría mi miserable existencia en robar y dormir en basureros o en depósitos y drogarme hasta caer muerta; en ese entonces no iba a decirlo en voz alta, pero me aterraba pensar que así acabaría, porque no había conocido otra cosa que sufrir carencia. Entonces vi por primera vez a los de tu especie.

Al cumplir catorce años, me había hecho de algunas amistades en el depósito de electrónicos; un sujeto aún más drogadicto que yo era hábil con las computadoras, amaba los números, sentía que éstos le llamaban cuando estaba sobrio; y descubrió con emoción que a mí también me hablaban. Así que así me vi a la tarea de aprender a hacer y deshacer códigos, implantar nuevas memorias, hackear información; todo a cambio de unos gramos de droga. Pero aquella vez, el trabajo era diferente, podría decirse que ella fue mi primera intervención.

Mi maestro me puso a prueba, deseaba ver que tan buena era implantando un nuevo código matriz, sustituyendo el del software anterior. Me dijo que hackear el sistema de alguna de esas máquinas era tan difícil como ilegal, pero se compensaba con lo lucrativo que podía ser el negocio. Al principio, no comprendía que hacía una mujer desnuda en la plancha de intervención, hasta que destaparon su cabeza y encontré un mundo de cables, sangre sintética y piel de plástico. El trabajo era relativamente sencillo, tenía que hacer que ese modelo doméstico sirviera para cumplir las lujuriosas fantasías del dueño.

Ustedes no son humanos y, aun así, me sentí asqueada. Pero pasé la prueba, el dinero era nuestro y por primera vez vi los billetes de colores en lugar de las bolsitas de polvo blanco. Supe entonces que había tocado fondo, aun sin caer en una sobredosis, tener la aguja de una jeringa en mi brazo no era como yo quería seguir viviendo. Encontré que no era una huérfana mugrienta, ni una ladrona drogadicta, yo era y soy más que eso.

Me alejé del depósito y comencé a trabajar en el mercado negro a tiempo completo, esta vez, sin ninguna gota de droga en mi sistema. Me hice de un pequeño renombre, dejaba un código encriptado en cada intervención, como la firma oficial del hacker; era un aviso para otros y que no se metieran con lo que ya había pasado por mis manos. Krystal, era parecido al nombre de la droga que me daban como pago en el pasado.

Crecí y con ello también mi necesidad de aprender más de ustedes, pero sabía que en las calles no podía tener más información de lo que ya tenía certeza. En los depósitos y mercados negros de androides corría el rumor de que existían un par de seres diferentes al resto. Ellos seguían siendo de metal y engranes, pero su mirada era tan cálida como la de cualquier humano con un corazón palpitante. No deseaba creer que en algún lugar había alguien tan retorcido como para darles emociones a ustedes; pero a lo largo de mi vida, aprendí que las personas son crueles, y que eso se extendía a las cosas que creaban. Así que no me fue difícil dar con Jung Jongin, el hijo del gran Jung Yunho, pionero de la inteligencia artificial que había vuelto millonaria a la SM Corp.

LOVE ME, RIGHT? [HunStal ver.]Where stories live. Discover now