La pequeña desgracia.

16 1 0
                                    

Érase una vez un pequeño que cada vez que respiraba, se le iba una carga de encima. El pequeño cargaba tantos recuerdos rotos del pasado, que cada vez que avanzaba ya no sabía dónde acomodarlos. Sus hombros, manos y pecho llenos de todo esto. No había cabida para nada más. Al principio, tenía espacios para muchísimas cosas. Todas ellas tenían un lugar respectivo, muchas veces escuchó que las personas le decían que no cargara con eso, o en la caída, él también se rompería.

Pero a nuestro pequeño no era algo que le importase. Prefería llevarse todo eso, que dejar que otras personas se lastimaran con ello. Al paso del tiempo, y la desgracia, el pequeño estaba ya muy cansado. Ya no sabía cómo acomodar sus piezas rotas, ni cómo mantener sus heridas cerradas con todo eso encima.

Trataba de buscar ayuda, pero la respuesta siempre era la misma. [Tienes que soltarlo.] Y para ser realistas, él no sabía la definición de soltar. Había pasado toda su vida atado al peso de un par de cosas, que ya se habían adherido a él. En el fondo sabía que sólo él podía sacarse de ahí, y que la ayuda que había pedido a tantísimas personas, sólo era moral.

Nuestro pequeño aún así no paró. Se mantuvo fuerte y decaído. Cuando volvía a tropezar y todos sus trozos se caían, levantaba cada uno de ellos. Vivía con el miedo de que si se deshacía de ellos, alguna de las personas que tanto amaba, se haría daño. Así que con sus manos llenas de sangre, decidió volver a levantar todas y cada una de las piezas rotas de sus malas experiencias. Eran tan suyas que aún siendo malas, las amaba.

Su ingenuidad, lo llevó a creer que si amarraba sus trozitos a si mismo, nadie saldría dañado. Pero más que obvio que se había dañado él mismo, y a toda persona que alguna vez estuvo frente a él. Aún así el pequeño nunca paro, avanzó tanto que creyó que estaba mejorando.

Avanzó tanto, que creyó que por fin iba a estar bien. Avanzó tanto y estaba feliz por hacerlo. Avanzó tanto que se olvidó por qué lo estaba haciendo. Buscó ayuda, y no había nadie. Un día de esos de mejor. Esos donde te levantas diciéndole buenos días a todo el mundo, donde disfrutas la comida y agradeces por todo lo que tienes, esos tan escasos días que tenía; dejó de correr de los demás y soltó todo.

Así que no sabía lo que estaba haciendo, pero quería saber con exactitud qué había estado cargando todo este tiempo, qué lo había detenido. Entre todo lo que estaba tirado en el suelo, había encontrado bolsas llenas de expectativas, pensamientos obsesivos, un pasado aterrador, en su billetera llevaba propuestas para ser mejor, y en todas decía que era reemplazable.

Revisó sus bolsillos ya que ahí tenía las galletas que diariamente comía. ¿De qué sabor eran? Amargas, un toque de tristeza y muy reducidas en autoestima. Pero claro, como la loción que usaba contenía egoísmo, se había olvidado de todo eso, como de muchos otros más detalles.

El pequeño ya no sabía más qué hacer. Estaba agotado, con mucho por cargar y algunas cosas nuevas que había obtenido en ese tropiezo. Sus días pasaban y pasaban y se consumía un poco más. Estático. El pequeño nunca supo cómo ser feliz con tantos trozos. Nunca supo soltarlos, ni siquiera amarlos. Y se consumió a sí mismo tratando de cuidar a los demás. Hirió a los demás en el intento de no herirlos. Y se abandonó intentando quedarse.

That's me.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Nov 28, 2019 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Lo que mi memoria se llevó Donde viven las historias. Descúbrelo ahora