P R Ó L O G O

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Miércoles, 18 de noviembre de 2018

Newark, 8:30 a.m.

—Siempre he querido tenerte así —susurró Matt contra mi cuello.

—Tenemos que irnos —repuse, intentando mantener la calma.

—Aún tenemos media hora. ¿Por qué no te relajas? —Sus besos, que habían comenzado en la curva de mi cuello, avanzaron lentamente hacia mi pecho, que quedaba al descubierto tras haberme arrancado el sostén de un tirón, ignorando mis protestas.

No le importaban las consecuencias con tal de saciar sus deseos, deseos que había estado conteniendo durante meses.

—Por favor —susurré, desesperada.

Él me ignoró. Sus labios descendieron hasta mi seno derecho, que tomó con firmeza antes de rodear mi areola con la lengua, moviéndose con una lentitud deliberada. No sentía placer alguno, y él lo sabía. La falta de respuesta en mi cuerpo se lo decía todo. Así como no estaba lista para ceder ante sus peticiones morbosas, no estaba preparada para casarme, a pesar de que la fiesta de nuestro compromiso se aproximaba, pero Matt no dejaba de hostigarme en cada oportunidad.

Las lágrimas amenazaban con desbordarse. Mi cuerpo temblaba, dominado por el pánico, mientras él empezaba a succionar mi pezón con brusquedad.

Se suponía que esto estaba bien, que era lo normal; después de todo, era mi prometido. En algún momento debía pasar, pero mi mente se negaba a aceptarlo. Porque, aunque pronto uniría mi vida a la de aquel que ahora intentaba profanar mi cuerpo, aún sabiendo que no estaba dispuesta, eso no significaba que lo amaba.

—Esto te hará sentir mejor —murmuró.

El terror me invadió al sentir cómo su mano libre descendía hacia la cremallera de mi pantalón, deslizándose por mi abdomen desnudo.

—Espera —mi voz tembló. Intenté apartarme, pero la presión de su torso sobre el mío me lo impedía. No se detuvo; continuó su avance, decidido a escabullirse bajo mis bragas.

—Estoy tan duro —gimió.

Antes de que pudiera protestar de nuevo, me había despojado de mi pantalón.

—No hagas esto, Matt.

—Sé que tú también lo quieres —dijo, sin detenerse. Negué con la cabeza, pero no le importó. Con toques nada inocentes, deslizó sus manos hacia abajo, apartando mis bragas con destreza. Sus dedos rozaron mi piel con una deliberada brusquedad antes de deslizarse, insistentes, hacia mi interior, invadiendo un espacio que yo no estaba dispuesta a conceder.

—Para —suplicaba, al borde de las lágrimas.

—Vamos, tócame tú también —tomó una de mis manos y la llevó hasta su miembro, que yacía fuera de su bóxer, erecto. Tan solo con mirarlo, sentía asco.

Mis súplicas no lo detenían. Sus dedos persistían en entrar en mi interior mientras, con la otra mano, tras abandonar mi seno, me obligaba a masturbarlo, acelerando el ritmo para llegar al orgasmo. Sentía el líquido preseminal en mis manos, lubricando los movimientos que él me forzaba a hacer.

No podía soportarlo.

Con un esfuerzo desesperado, lo empujé a un lado, usando las pocas fuerzas que me quedaban tras el breve forcejeo. Estaba asustada, pero la adrenalina me permitió controlar el ataque de pánico que se había extendido por mi cuerpo, dejándome inmovilizada, una presa fácil para un cazador desesperado por devorarme.

Matt cayó al suelo, quejándose mientras se levantaba. Me cubrí rápidamente con las sábanas de seda de aquel que alguna vez había llamado amigo, pero que ahora se había convertido en una versión distorsionada de lo que fue.

—Estoy harto, se acabó —gruñó.

—¿De qué hablas? —pregunté, dudosa.

—De todo, se acabó —afirmó, tomando su pantalón del suelo.

—¿Pero qué estás...?

—Lo único que haces es evitarme, y ya estoy cansado de esta farsa. Así que vístete, hablaré con tus padres después del desayuno.

Mordí mi lengua. No podía permitirme dar por terminado el compromiso; el futuro de mi familia dependía de esta unión, un trato de conveniencia para ambas partes.

Las ganas de decir "Sí, libérame, hazlo" me consumían, pero no podía. Terminar el acuerdo no estaba en el diccionario de mi madre, así que tenía que dejar de lado mi egoísmo —como ella decía— y hacer lo que era mejor para mi familia.

Mi felicidad no era un punto negociable. No tenía derecho a controlar mi vida, así que solo me quedaba un camino. Quería llorar, gritar, arrancarme los cabellos por lo que estaba a punto de decir, contradiciendo mis verdaderos deseos.

Él lo sabía. Sabía que me había acorralado, consciente de que no podía acabar con esto.

Había ganado.

Entre lágrimas, logré esbozar una sonrisa antes de hablar—. No tenemos por qué llegar a ese punto por mis nervios. Podemos continuar.

Era la prostituta de mi familia.

—Lo sabía, solo necesitabas un pequeño empujón —su voz cínica me repugnaba.

Así era Matt, un cínico manipulador con aires de grandeza.

—Hazlo —dije, apartando las sábanas.

Quiero morir.

A pesar de haberse vestido a medias, solo le tomó un parpadeo estar entre mis piernas, rozando su pene contra mi entrada. No le importaban los sollozos que escapaban de mis labios. Ya estaba postrada ante sus deseos, sin derecho a objetar.

No hubo palabras, ni besos, ni caricias que pudieran mitigar el dolor, tanto físico como emocional, que me invadió cuando, tras una estocada, logró introducir su pene por completo en mi interior.

Sin embargo, contra todo, no grité, no gemí, no hablé; solo lloré en silencio.

Los pedazos de lo que alguna vez fui yacían dispersos por la cama, mientras aquel que ahora era mi opresor se regocijaba de mi cuerpo con cada embestida. Mi sangre manchaba las sábanas, evidenciando mi virginidad arrebatada.

La vida real no era como los cuentos de hadas; yo no me iba a casar con el príncipe de armadura plateada, sino con el monstruo que resguardaba el castillo.

TEMPESTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora