capitulo 16

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CAPÍTULO 16
Quedo con Xander en la acera el sábado siguiente, tratando de evitar la situación de la
semana pasada. Mi madre parece haberse tragado lo de que es un compañero del instituto, así que hasta que me obligue a presentárselo voy a seguir con este juego. Xander apaga el motor del coche y sale antes de darse cuenta de que estoy ahí.
Lleva unos buenos vaqueros, una camiseta aún más buena y unos zapatos tipo mocasín. Señalo su ropa.
–¿En serio? ¿No te dije que te pusieras la ropa más cutre que tuvieras?
Camina directamente hasta mí. Por lo general, es una cabeza entera más alto que yo, pero, como se encuentra en la calle y yo todavía en la acera, mis ojos están al nivel de su barbilla.
–Hola a ti también.
Hace una semana que no lo veo. Ha estado viajando con su padre por algún asunto de negocios. Durante un momento pienso que va a abrazarme y se me corta el aliento, pero entonces baja la mirada hasta su ropa. –Esta es la ropa más cutre que tengo. Le doy un empujón, satisfaciendo la necesidad que tenía de tocarlo. –Eres un mentiroso. –Pero sé que lo dice en serio–. Vale, pues vamos a tener que hacer una parada técnica durante el camino.
Conducimos varias manzanas, y después señalo el aparcamiento del Ejército de Salvación.
–Primera parada, ropa nueva. Venga, vamos a buscarte un nuevo conjunto.
Entramos, y el olor a humedad que solo existe en presencia de los muebles viejos me da la bienvenida. Me recuerda a Skye, porque pasamos mucho tiempo en lugares como este.
–¿Cuál es tu talla de zapatos? –pregunto.
–Cuarenta y cuatro… Espera… ¿vamos a comprar zapatos aquí? No sé si puedo llevar zapatos que ha usado otra persona.
–Creo que acabas de hacer una declaración filosófica. Y ahora venga, cariño, porque es eso o destrozarte tus bonitos zapatos. –No me importa destrozarme los zapatos.
–Espera. ¿Te he dejado decidir? Da igual, porque evidentemente no se puede confiar en ti para que tomes decisiones. Vamos a comprar tus zapatos aquí.
Lo llevo hasta la zona de los zapatos, donde hay solo tres opciones con su talla. Escojo los más horribles, unas botas altas con cordones de neón.
Mientras él está en el probador, examino la zona de los jerséis. Me detengo mientras observo el estante. Entre un horrible jersey de color naranja neón y uno universitario de color azul, hay un vestido negro. Tiene cuentas cosidas a mano, un escote en forma de corazón, y tirantes en vez de mangas. Compruebo la talla, y veo que me quedaría bien. Me muerdo el labio y miro la etiqueta del precio: cuarenta pavos. Es caro para una tienda de segunda mano, pero es un buen precio. El vestido tiene aspecto vintage, y es el mejor que he encontrado hasta el momento. El hecho de que estuviera oculto entre dos jerséis deja claro que alguien más le ha puesto el ojo encima y lo ha escondido con la esperanza de volver en otro momento a por él. Pero cuarenta pavos es mucho más de lo que puedo permitirme. Todavía no he recibido el sueldo de este mes, y de todos modos estoy dudando sobre si debería aceptar o no el pago, pues mi madre no puede permitirse dármelo. Mi insignificante sueldo no supondrá mucha diferencia para la deuda de mi madre, pero me haría sentir mucho mejor.
–Estoy intentando no pensar quién ha llevado esta ropa antes –grita Xander desde el probador.
–¿Quieres un pañuelo, o vas a dejar de llorar? Ven aquí, que te vea.
Muevo el siguiente jersey para ocultar el vestido negro. Incluso aunque tuviera cuarenta pavos, ¿adónde podría ir con un vestido como ese? ¿A algún evento importante con Xander? Espero no estar convirtiéndome en la clase de chicas que sueñan con chicos que jamás podrán tener.
La cortina del probador se abre y Xander sale abotonándose todavía los botones inferiores de la camisa de franela. –Me siento como un imbécil. –Está bien sentirse como un imbécil de vez en cuando. Ahora solo necesitas un jersey.
–Tengo mi chaqueta.
–¿Te refieres a tu carísima gabardina? No, esa no sirve.
Tomo una gris de un colgador y se la lanzo por encima de dos estantes de ropa. –Vale, pues voy a volver a ponerme mi ropa.
–No, chico: vas a salir de aquí con eso. Venga, vamos a la caja. Le lanzo una última mirada al vestido y después me alejo. La señora de la caja nos mira como diciendo: «¿En serio?». –Oye –digo, haciendo girar a Xander. Le quito el precio de los vaqueros, que está en la parte de atrás del cinturón. A continuación, arranco la etiqueta de la manga de la
camisa, y le entrego a la señora el jersey y los zapatos. –Son quince dólares en total –dice. Xander le entrega un billete de veinte. –¿Quince pavos? ¿Por todo esto? –Mientras caminamos hacia el coche, sigue sorprendido–. La semana pasada me compré unos calcetines por treinta. –Eso es porque eres idiota. –Gracias.
–Por cierto, me encantan tus nuevos zapatos. Pone los ojos en blanco.
–Si la humillación es una carrera laboral, voy a decirte ahora mismo que no creo que me interese.
–Pero se te daría muy bien.
* * *
Llegamos hasta el cementerio y entonces Xander me mira. –¿Qué estamos haciendo aquí? –Explorar nuestro potencial. –¿Aquí?
–Sí. Recuerda que soy muy morbosa. Vamos.
Lo he traído hasta aquí por un par de razones diferentes. Una, porque es gratis. No tengo dinero para que esta jornada de orientación profesional sea el equivalente a una sesión de fotos sofisticada. Y dos, porque realmente pienso que Xander tiene que ensuciarse las manos y relajarse un poco. Hasta ahora se está portando muy bien, pero no tiene ni idea de lo que le tengo preparado.
–Hola, señor Lockwood –digo, caminando hasta la funeraria, que se encuentra un poco más elevada que el resto del terreno. El padre de Skye es genial. Da la impresión de que debería vivir en mitad del cementerio, con su pelo largo y blanco y su nariz ganchuda y torcida. Siempre me pregunto si tendrá un cementerio por tener ese aspecto,
o si tendrá ese aspecto por tener un cementerio.
–Hola, Caymen. –Lleva dos palas en la mano–. ¿Estás segura de que quieres hacer esto? –Sip. Tomo las palas. –Vale, pues he empezado para que podáis haceros una idea de las dimensiones. Está allí, al otro lado de ese roble. –Se saca un walkie-talkie del bolsillo trasero y me lo entrega–. Avísame si tienes alguna duda. Le doy una de las palas a Xander.
–Vale.
–¿Sepulturero? –pregunta mientras caminamos hacia el árbol–. ¿De verdad? ¿Pensabas que esta era una opción seria?
–No es solo cavar tumbas, Xander. Es por todo este sitio. Vivir una vida tranquila rodeado de la pacífica muerte. –Sí que eres morbosa.
* * *
Tiene tierra pegada al pelo y embadurnada por la mejilla. Pero incluso en su estado actual, su confianza y su postura envarada se ven claramente. –No nos van a enterrar aquí, ¿verdad? –Me has pillado.
–No pensabas que fuera a hacer esto, ¿a que no? Ni en un millón de años. –Tenía mis dudas. –Ojalá hubiera traído unos guantes. Abre una de las manos y veo que tiene una ampolla sangrienta en la palma. Suelto un jadeo. –¡Xander! –¿Qué pasa? Le tomo la mano para examinarla de cerca, y toco la piel abierta con cuidado. –No me has dicho que te estabas haciendo daño en las manos.
Yo me había cubierto las mías con las mangas de mi jersey, pero el suyo le queda un poco pequeño.
–Tampoco es para tanto.
Me saco el walkie-talkie del bolsillo de los vaqueros. –Señor Lockwood, creo que hemos terminado.
–Este agujero no es lo bastante profundo ni de lejos –señala Xander. –Lo sé. Solo me refiero a que nosotros hemos terminado.
Hay un estallido de estática en el walkie-talkie, y entonces suena la voz del señor Lockwood.
–¿Estáis preparados para que envíe el tractor? –Sí.
–Espera –dice Xander–. ¿Va a venir un tractor para cavar el resto del agujero?
–Sí, hace años que no se cavan las tumbas a mano. Simplemente pensé que sería divertido.

–Te voy a matar.
–Este sería el lugar perfecto.
Se lanza hacia mí y me derriba las piernas con uno de sus pies, pero entonces me atrapa y me baja hasta el suelo con suavidad. Me río mientras forcejeo para liberarme. Él me sujeta las muñecas por encima de la cabeza con una de sus manos y utiliza las piernas para sujetar las mías. Con su otra mano, toma un puñado de tierra y me lo echa en el pelo.
Me río y sigo forcejeando, pero entonces me doy cuenta de que se ha quedado quieto. De pronto soy muy consciente de cada lugar de su cuerpo que presiona el mío. Me mira a los ojos, y su agarre sobre mis muñecas se afloja. Una sensación de pánico me atenaza el pecho, así que tomo un puñado de tierra de mi cabeza y se lo estampo contra la mejilla. El suelta un gruñido y se da la vuelta para alejarse de mí, incorporándose sobre el codo.
Me quedo tumbada durante un rato sobre la tierra suave, que noto fría en mi cuello. No soy capaz de decidir si acabo de evitar que pasara algo o si estaba todo en mi mente.
Xander suelta un gran suspiro.
–Necesitaba esto después de una semana con mi padre. –¿Es muy duro contigo?
–Es duro con todo el mundo. –Lo siento.
–No lo sientas. Puedo controlarlo.
He visto cómo Xander «lo controla». Se cierra, se vuelve frío, distante. Pero si eso es lo que lo ayuda a seguir adelante, ¿quién soy yo para discutírselo? Yo tampoco me relaciono con mi madre de la manera más saludable.
Me duele la espalda, y me siento genial estando tumbada, así que cierro los ojos. Es un lugar bastante pacífico, y el silencio parece presionarme al estar rodeada de tierra. A lo mejor aquí puedo olvidar todo el estrés de mi vida. Olvidar que soy una chica de diecisiete años viviendo la vida de una mujer de cuarenta. Pensar en ello me hace sentir como si alguien me hubiera tirado sobre el pecho dos toneladas de tierra que no esperaba. –¿Qué pasa? Abro los ojos y veo que Xander me está mirando. –Nada.
–No parece que sea nada. Hoy no estás con el juego de siempre. –¿Y qué juego es ese?
–El juego en el que aprovechas cualquier oportunidad para reírte de mí. –Se mira la mano–. Había un millón de bromas que podrías haber hecho sobre esto. Vuelve a enseñarme la ampolla.
–Lo sé. Tendría que haber tenido más cuidado con tus manos suaves y poco acostumbradas al trabajo.
–Exactamente. –Me quita un poco de tierra de la mejilla–. Bueno, ¿qué pasa? ¿Algo va mal?
–Es solo que a veces me siento más vieja de lo que soy, eso es todo.
–Yo también. Pero por eso estamos haciendo esto, ¿verdad? Para divertirnos. Para dejar de preocuparnos por lo que se espera de nosotros y tratar de descubrir lo que queremos hacer. –Asiento con la cabeza–. Mi padre se moriría si me viera aquí. –Entonces tendríamos que haberlo invitado, ¿verdad? Se ríe.
–No vendría ni muerto.
–Bueno, en realidad así sería exactamente como vendría. Vuelve a reírse.
–Eres diferente, Caymen. –¿Diferente a qué?
–A cualquier otra chica que haya conocido.
Teniendo en cuenta que la mayoría de las chicas que ha conocido probablemente tendrán cincuenta veces más dinero que yo, no me parece una hazaña muy difícil de alcanzar. Pensar en ello hace que me escuezan los ojos. –Es refrescante. Me haces sentir normal.
–Vaya. Será mejor que trabaje en eso, porque no eres nada normal.
Sonríe y me da un empujón juguetón en el hombro. El corazón me golpea las costillas. –Caymen. Tomo otro puñado de tierra y se lo estampo contra el cuello, y a continuación trato de emprender una huida rápida. Él me sujeta desde atrás, y veo su mano llena de tierra yendo hacia mi cara cuando los pitidos de advertencia del tractor comienzan a sonar. –Salvada por los sepultureros –dice.

Destinados a estar juntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora