El deportivo frenó en seco frente a la puerta del luminoso club de carretera. Su sonido duro robó las miradas que acechaban los pechos expuestos, los traseros elevados en tacones, las feminidades adulteradas apenas escondidas tras el hilo del tanga. Las líneas aerodinámicas del chasis negro, con iridiscencia en rojo sangre, retuvieron lo suficiente la atención de los hombres que rondaban el Matadero para alquilar carne caliente como para permitirles sorprenderse. Tampoco era quienes las descocadas mujeres que servían de cebo a las puertas, atrayendo a los clientes a la telaraña, esperaban. Quien conducía la lujuria mecánica no encajaba en el prototipo de ejecutivo agresivo, o niño mimado, que daban por hecho que encontrarían en su interior y equivalía a un fajo andante de olorosos billetes nuevos.
Los tacones lo anunciaron. Tras ellos, se alzó con gracia sobrehumana una mujer que pronto cubrió su cabellera rubia, trenzada a uno de los lados para dejarla caer al contrario, con la amplia capucha del abrigo. Pocos repararon en la extravagante indumentaria, pudiendo fijarse en sus curvas voluptuosas que el abrigo abierto y negro realzaba al viento más que cubrir. Un corselete de estética steampunk sostenía sus pechos, afianzando la redondez ingrávida cubierta por una apegada camiseta elástica. Las botas de suela roja y cuero negro ascendían hasta la mitad de su muslo, empezando mucho más arriba unos pantalones cortos y ceñidos, asomando apenas tras el bajo biselado del corselete. Se comportó como si estuviera sola, ignorando tirana las miradas, y entró en el Matadero como si le perteneciera.
Tras la pérdida de aliento en un delirio colectivo, una vez ella entró dejando como recuerdo el persistente aroma dulzón contaminado con naftalina, los rumores surgieron. Se la consideró una antigua puta que había dado un braguetazo, una querida celosa de que su hombre estuviera de juerga, una acompañante de alto standing que había sido requerida para satisfacer las más sádicas fantasías. Su presencia flotó en el ambiente lo que restó de noche, como también lo hizo su perfume aún en el exterior.
Las leyes físicas se mostraban indulgentes con la mujer rubia, cuya capucha no se deslizó pese a lo aguerrido de sus pasos firmes. Caminó a través del bar que no consideraba para ella, sino para indecisos y muertos de hambre que solo deseaban mirar. Directa, se acercó a la meretriz venerable cuya piel era un mapa en relieve de mil vivencias, y observó sus labios rojos chupar la boquilla de un cigarrillo, dejándola tragar el humo antes de pronunciarse.
— Quiero a la chica más deliciosa que tengas — su voz generaba animadversión, nublada por un atractivo inquietante.
La meretriz la observó, envuelta en un mantón que había conocido tiempos mejores. Al ver cómo ella deslizaba un billete de cincuenta sobre el atril donde apuntaba las habitaciones ocupadas, supo que no pretendía escatimar en gastos y chasqueó la lengua, hastiada con la existencia.
— Tenemos lo que sea que entiendas por eso.
Apagó la colilla aplastandola con saña y se adentró por el pasillo que daba a las habitaciones sin hacerle ningún gesto para que la siguiera. La rubia de rostro exánime fue tras sus pasos, entrando cuando se lo ofreció en una sala empapelada con damasco negro y dorado. Con las manos en los bolsillos del abrigo, tomó asiento en un sofá de ajado escai y esperó. En cuestión de minutos, once chicas desfilaron frente a ella, colocándose en pie como para una ronda de reconocimiento policial. Eran una exposición de colores, formas y tejidos. A todas podría haber encontrado el encanto, pero se sentía especialmente exigente.
— Ella. Ella. Ella. Y tú. Fuera — eliminó al primer vistazo las de piel más bronceada —. Tú y tú, lo mismo — repudió a las de mayor edad.
ESTÁS LEYENDO
Bestiario Milenial: Carmen
RomansaLos vampiros no existen. Y las vampiresas tampoco. ↝ Historia lésbica. ↝ Contenido adulto. ↝ Parte única. Esta historia no me pertenece, todos los créditos a su respectivo (a) autor (a). Puedes leerla en: https://humedeceme.wordpress.com/2017/09/0...