Único

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Cuando las fechas festivas se veían a la vuelta de la esquina, solo podías pensar en aquellas personas corriendo de un lado a otro tratando de hallar regalos y por supuesto, en aquel aire festivo que arrasaría con todo aquel que se sintiera enojado. Claramente no podía faltar el aire romántico que era reforzado con aquel tabú del muérdago.

Pero si te encuentras solo en estas fechas, ¿acaso tendría sentido creer todas esas cosas? Rara vez ocurría, que una pequeña pizca de esperanza residía en una persona solitaria. Aquella que se sentiría abrumada por éstas reuniones familiares, y que con todas sus fuerzas, se llenaría de trabajos para no pensar en la fría y triste soledad.

Ese era el caso de Thomas , el muchacho más solitario de todo su grupo de amigos. Pero, ¿acaso no deseaba ver a su familia? Al contrario, el anhelaba aquel encuentro pero, desde que cumplió sus veinte, sus pensamientos pesimistas aumentaron y junto con ellos, trató de ocultarse a sí mismo de toda la felicidad que se le podía otorgar quedando así, completamente alejado de todos aquellos a los que más quería.

Bueno, no todos. Estaba aquella persona, esa persona que por más que intentara ignorarla sus ojos siempre eran atraídos. Aquella persona que lo hacía desear cosas de una manera tan extraña que se sentía irreal. Tan irreal como si estuviese en un dichoso cuento de hadas.

Esa persona era Samuel, su más cercano y viejo amigo de barrio. Sam era una persona carente de entusiasmo, su sonrisa iluminaria a cualquiera, sus brillosos ojos verdosos te harían confiar en él y su figura. ¡Su figura! ¡Aquel dichoso mortal parecía esculpido por los mismísimos dioses! ¿Cómo podía existir semejante belleza en este infame mundo? Era irreal, tan irreal que Thomas a veces creía que se hallaba soñando. A pesar de su encantador ser, Sam parecía tener un pequeño defecto. Amaba con todo su ser estas festividades. Las amaba al punto de llenar su casa de adornos, incluyendo su espacioso patio. Y sí, cada vez que se reunían cerca de la tan dichosa Noche Buena, el solo ver sus labios fruncidos significaba una gran reprimenda. Y eso se debía a que Sam con solo ver su aire de negatividad se entristecía de sobremanera. Nunca le faltaban aquellos reproches por no socializar y por no disfrutar en familia el aire navideño pero aún así, trataba de apaciguar sus quejas invitándolo a pasar el tiempo en su hogar en tan célebre día. Invitación que él solía rechazar todos los años. Y eso es lo que había hecho, pero algo lo hizo dudar. ¿Debería decirle a último momento que si iría?

Su mente comenzó a divagar, y una nueva pregunta, relacionada con ésta fecha, lo hizo dudar aún más. ¿Sería real la historia del muérdago? Sus dudas habían incrementado al oír, durante horas del trabajo, que un par de desconocidos se habían besado solo por estar debajo de tan dichosa planta. Quizás, solo se tenían ganas, o eso decía la parte razonable de su cerebro pero, ¿y si realmente existía dicha magia?

Al llegar a su morada luego de una ardua jornada laboral decidió investigar. A través de su computador buscó información, esperando hallar una respuesta convincente. Quizás, una respuesta que lo ayude a confesar su amor, un amor que le costaba con todo su ser el ser escondido. Pero los minutos pasaban y lo que leía lo desalentaba. Estaba llegando a la conclusión, de que toda aquella 'magia' no era nada más que un fraude. Fue ahí cuando halló una página extraña. Una que solicitaba mucha fe. Una que mencionaba que todas las respuestas serían reveladas y que incluso, si creían con el corazón, tendrían la dicha de vivir ese momento mágico. Thomas no dudó. Entró sin pensarlo, y lo que encontró, lo iluminó de muchas maneras.

Un pequeño texto lo deslumbró, llevándolo a creer que el muérdago podría ser una divinidad a la que solo solicitaban en estas fechas navideñas pero, a su parecer, debería de estar presente en muchos campos.

El texto mencionaba que, a pesar de tener múltiples usos en el pasado, hoy en día era reconocido como una fuerza mágica para los enamorados. Una fuerza extremadamente fuerte que obligaba, a los que se encontraban debajo del muérdago a besarse, ya sean parejas, amigos, desconocidos, etc. Esta fuerza consistía en 'hechizar' a los que osaran postrarse debajo, llenándolos de valentía y buenos pensamientos de la otra persona, para así poder tomar fuerzas, confesarse y culminar el acto con un dichoso beso. Aunque, como a modo de advertencia, decían que se debía quemar el muérdago luego de aquel beso porque sino, ambos olvidarían lo sucedido y nunca podrían tener una oportunidad similar a ésta.

Kiss me on Christmas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora