El día que el mundo se salvó

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Aoi abrió los ojos, estaba seguro que estaba muerto, aunque no sabía con seguridad qué se suponía que había después de que un ángel moría. La inmensa oscuridad que lo rodeaba no era una de esas cosas que hubiera imaginado, pero ahí estaba, flotando con las alas replegadas, flotando. Flotaba en medio de la nada sin saber si estaba cayendo o ascendiendo o simplemente estaba ahí suspendido en el aire.

Se preguntó si así estaría por toda la eternidad, solo, flotando. Aquel debía ser su castigo por haber fallado su misión, por haber dejado que las voces dentro de Reita ganaran la batalla, por haber muerto junto a Uruha. Sintió una punzada en el estómago al recordar al demonio castaño e inútilmente se giró para buscarlo. Se dio cuenta que aún poseía total movilidad de su cuerpo, pero no podía desplazarse con facilidad. Uruha no estaba.

—Lo siento —fue todo lo que dijo. Su voz resonó como un eco a través de la oscuridad.

Quería echarse a llorar, no sólo por haber perdido a Uruha, sino ser el causante de la destrucción del mundo, por no haber podido salvar nada. Ni a su hermano, ni a su cuñada, ni todos los ángeles que se habían rebelado contra el cielo. Se sintió terriblemente arrepentido de haber pasado su vida cazando demonios, cuando en realidad no eran sus enemigos, volvió a sentir el dolor de Uruha al perder a Sakito y sintió el dolor de haber perdido a Tora. Finalmente dos lágrimas rodaron por sus mejillas.

Fue en ese momento cuando sintió que su cuerpo cedía ante la gravedad, comenzaba a caer y muy rápido, por mero instinto trató de sacar las alas, sin embargo estas no respondieron. ¿Volvería a morir o seguiría cayendo por la eternidad? Cerró los ojos, pero no pasaron más de dos minutos cuando cayó estrepitosamente sobre tierra firme. Una luz destellante filtrados aún con sus ojos cerrados.

Los abrió sin moverse, dejando que sus manos reconocieran el terreno sobre el que había caído, era pasto, fresco. El cielo azul despejado lo recibió, aquella era la luz que lo había deslumbrado, parecía ser mediodía. Escuchó a lo lejos el cantar de los pájaros, el río correr, las hojas mecerse con la ligera brisa. No hacía calor, no hacía frío, parecía estar en el punto perfecto de equilibrio en el mundo.

Se incorporó pensando que cada parte de su cuerpo sentiría dolor, pero no fue así, se sentía renovado, enérgico incluso. Miró a su alrededor encontrándose en lo que parecía ser un enorme jardín. Observó que había varios animalillos corriendo por ahí, a varios metros de él se encontraba el río que había escuchado y a su lado, con sus ojos cerrados, profundamente dormido en un pose que podría ser casi angelical, estaba Uruha.

Se abalanzó hacia él sin pensarlo, el castaño respiraba acompasadamente, un amago de sonrisa se dibujaba en su rostro. En paz. Con el dolor de su corazón lo zarandeó suavemente para tratar de despertarlo.

El castaño abrió lentamente sus ojos, robándole un suspiro de alivio al ángel.

—Yuu —pronunció Uruha pesadamente—. ¿Qué pasó? —se incorporó, el otro le dio espacio para hacerlo—. ¿Dónde estamos?

—Esperaba que tu me lo dijeras —sonrió de lado.

—Morimos —dijo recordando lo que había pasado—. Fallamos —torció la boca.

Aoi asintió levemente.

—No fallaron —una voz resonó en todo el jardín, no parecía tener genero, ni edad, tenía un tono neutro que no parecía ser severo ni dulce.

Ambos se quedaron estáticos.

—Hicieron lo que estaba en sus manos, lo intentaron. Por eso no fallaron —siguió la voz—. Esta es su recompensa.

Between Angels & Insects [The Gazette]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora