CAPÍTULO 2

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Robert era un niño que desde temprana edad sufrió de múltiples maltratos por parte de sus padres. Era frágil, tímido y de perfil bajo. Su madre era una mujer fría y con problemas de alcoholismo, pasaba todo el día en su casa y disfrutaba obligando a su hijo a realizar todo tipo de tareas. Lo trataba como su esclavo, un inferior. Su padre, un hombre antipático y violento, pasaba sus días cazando por placer.Llenaba su taller de pieles, garras, armas y todo tipo de “trofeos personales”. Desde su perspectiva, su hijo no era un verdadero hombre si nunca había matado un animal, por eso, cuando Robert tenía solo 8 años, le dijo que no entraría a la casa hasta que trajera un animal muerto en sus manos. Al principio creyó que era solo un juego, hasta que la noche empezó a caer y todo se volvió oscuro. La única luz presente era la que provenía de su hogar, rodeada de una manta oscura. Sin ninguna otra opción, se sentó en la puerta a la espera de poder entrar a su único refugio del frío y la oscuridad. 

Ya pasada la medianoche, de pronto absolutamente todo se apagó. Robert se  levantó de un salto. Sentía que su hogar ya no estaba ahí. Con lágrimas en los ojos, comenzó a buscar desesperadamente un lugar seguro, y sin notarlo comenzó a internarse en el enorme bosque sombrío. Luego de un rato, el frío aumentó y el miedo se acumuló en su pecho. Fue entonces cuando notó a lo lejos un pequeño galpón de madera, del cual provenía un silencioso lamento de lo que parecía ser un animal. Robert se acercó al lugar muy cautelosamente, y al entrar a la casa se encontró con una criatura herida, que no paraba de maullar pidiendo ayuda. Se acercó al gato y notó que era aún más chico de lo que imaginaba. Entonces, la calidez se apoderó de el niño que sin dudarlo se recostó junto al animal, hasta que el cansancio lo dominó y ambos cayeron dormidos.

Al día siguiente la luz del sol lo despertó. Su nuevo amigo descansaba junto a él. Robert lo levantó y rápidamente se encaminó rumbo a su casa. Luego de un rato de caminata, Robert pudo observar como el bosque se acababa dando espacio a un gran claro, en el cual se encontraba su hogar. Con el animal aún en sus brazos se acercó corriendo hasta la puerta con una sonrisa en sus labios. Tocó la puerta con fuerza. Al principio no se oía nada desde el interior. Volvió a tocar, esta vez más fuerte. Su padre se asomó con una expresión fría y enojada. Al ver a Robert con la miserable criatura en sus manos, el padre corrió a su taller a buscar una ballesta y arrastró al niño afuera de la casa agresivamente, gritándole que no era un verdadero hombre, solo un niño inútil. Entonces, la vida de Robert cambió para siempre. Su padre lo golpeó una y otra vez y no paró hasta el momento en el que el niño disparó el arma y el gato cayó a la nieve en un mar de sangre. Entre lágrimas, con su corta edad Robert fue obligado a observar cómo su amada mascota moría lentamente. De repente, el llanto paró y el niño sintió una emoción completamente distinta mientras veía el cuerpo del pequeño animal, sin escuchar lo que su padre seguía gritando. Desde entonces, Robert creció con una sola emoción en su pecho, el profundo odio a sus padres. 

Los años pasaban y Robert jamás olvidó su objetivo.  Comenzó a salir a cazar con su padre, día tras día, anotaba en un pequeño diario todos sus movimientos y sus técnicas. Al caer la noche regresaban, y encerrado en su habitación estudiaba una y otra vez sus anotaciones. Cuando Robert cumplió 15 años, su madre creó un nuevo método para torturarlo. Algunas noches sus padres discutían muy agresivamente, y esto la enfadaba mucho, por lo tanto, castigaba a su hijo sin razón dejándolo afuera por horas, a veces toda una noche, pero el joven aprovechaba esta situación para ir a su pequeña casita de madera en el bosque. Allí, continuaba con su trabajo, sin desconcentrarse u olvidar su objetivo. A los 18 años, decidió que era el momento. Había dedicado toda su vida a su plan y nada lo detenía. Una noche de invierno, sus padres pelearon, como lo hacían a diario. Tal como Robert lo había planeado, su madre lo echó a la nieve sin dudarlo. Tras robar las llaves del taller de su padre, robó la ballesta con la cual mató por primera vez, un arma simplemente perfecta, que con el tiempo había aprendido a utilizar, y lentamente perfeccionando su técnica hasta que el gran día llegó. Preparó la ballesta y fue a su refugio a esperar. Pasó la noche despierto, en silencio, esperando a que el sol saliera, y su padre igual. Entonces, cuando llegó la hora en la que este salió de la casa, Robert ya estaba listo. Debía ser rápido, su víctima salió rumbo al taller para buscar su equipo de caza y notó la puerta trancada. En ese instante, no dudó. En el punto exacto donde lo había planeado, apuntó y disparó sin pensarlo dos veces. Justo en el pecho, como lo había practicado. Corrió hasta su víctima y acabó con su vida de una vez por todas. Solo faltaba uno más. Sin detenerse corrió a la casa, abrió la puerta de una patada y atacó de la misma manera a su segundo blanco.

Cuando terminó, Robert se sintió distinto. Decidió conservar las flechas que mataron a sus padres, ese sería su trofeo. Su padre solía decir que una buena cacería no estaba completa sin un trofeo. El joven sentía que el mejor premio de todos, era su libertad. Tras deshacerse de los cuerpos, se aseguró de no dejar ni un indicio de el homicidio. La nieve teñida de rojo captaba toda su atención, atrayendo, logrando que deseara repetir ese momento una y otra vez. El dolor de su infancia se había ido para siempre, y desde ese día Robert hizo un juramento. Jamás permitiría que otro niño sufriera lo que él sufrió con su tan temprana edad. Volvió a observar la nieve y apretó el arma en su mano. Lentamente, se internó en el bosque con una sonrisa en sus labios.

Marcas Sobre HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora