Welcome Home, Germany.

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Los colores del cielo se aclaraban poco a poco, tonalidades naranjas y amarillas se elevaban por encima de las montañas, jugando así con el majestuoso levantamiento del sol. Los rayos de luz empezaron a acariciar los campos de flores, las ramas de los árboles y sobre todo, la cordillera que se extendía a lo lejos.

El silencio era profundo y hermoso. Las criaturas recién despertaban, los pajarillos apenas alzaban su primer vuelo. El viento recorría con paciencia cada extremo del paisaje. Aquel amanecer emanaba un inusual sentimiento de tranquilidad, calidez y paz, emanaba una confortante y extraña energía, se sentía, en otras palabras, un aire mágico, o al menos, así lo describía Alemania. La joven nación, había despertado temprano, acostumbró ver el amanecer cada vez que viajaba a aquella pacifica cabaña, sin embargo, aquella vez se sentía diferente.

Sentado en los escalones, tomó un sorbo de su café. Sintió como aquellos rayos de sol invadían su mirada, al igual que la de Grecia, la pastor alemán que descansaba al lado de su dueño. Era como si la naturaleza le diese la bienvenida a su cumpleaños, como si aquella tierra estuviese de fiesta, como si estuviese feliz por su representante. Alemania suspiró, y rodó los ojos al darse cuenta de lo que pensaba

"Como si algo así pasara", pensó. El chico solo se limitó a sacudir su cabeza y seguir tomando de su café. Pudieron seguir disfrutando de aquel momento, solo él y Grecia, sin embargo, de repente la pastor alemán se puso alerta, levantando su cabeza y orejas. Alemania notó aquello e inesperadamente, su compañera empezó a ladrar. Por algunos segundos se confundió, mas terminó reaccionando al escuchar un fuerte chiflido a lo lejos, el cual retumbó en las montañas.

Grecia no dudó en levantarse y correr hacia aquella dirección; se dirigió cuesta abajo sin esperar a su dueño, perdiéndose completamente de la vista de Alemania. La nación también se levantó desconcertado, queriendo seguir a su mascota ¿Por qué de repente se había ido?

Sus piernas empezaron a moverse, intentando alcanzar el paso del animal, cosa que se le hizo imposible por obvias razones. Una vez corrió lo suficiente, pudo divisar a lo lejos como Grecia saltaba y jugaba al rededor de una figura, ladraba emocionada y movía su cola con velocidad. Aquella figura, opacada por los recientes rayos de sol a sus espaldas, se agachó a la altura del pastor alemán para acariciarlo y jugar con él.

Alemania entre-cerró los ojos, intentando ver quien era, pues la leve oscuridad mañanera se lo dificultaba. Quiso tapar la débil luz que lo encandilaba con su mano, mas no fue necesario al reconocer la voz de quien había chiflado.

— ¡Hasta que por fin despiertas! — Habló la figura, mientras jugaba con Grecia— Estaba a punto de ir a lanzarte un balde con agua fría.

— ... — Alemania no respondió —.

— ¿Ya planeaste que hacer? —Preguntó, mientras se levantaba y sacudía un poco de tierra— A lo que sé, hoy es un día especial.

El joven alemán parpadeó algunas veces.

— ¿Qué? —Fue lo único que logró decir—.

Reich, miró confundido a su hijo, quien parecía estar perdido en todo lo que estaba diciendo. Pasaron algunos segundos, antes de que la ideología suspirara.

- Agh, y el idiota soy yo... —Susurró para si mismo, golpeando su frente— Creo que el trabajo te está afectando ¡Hasta olvidaste que día es hoy! —Regañó—.

El chico, después de entender lo que su padre decía, recobró la consciencia. Era tres de Octubre, su cumpleaños, y planeó una salida por Berlín con Rusia, o así era, hasta aquella noche.

— Oh, sí — Dijo el menor — Cierto...

— Vamos, debes tener hambre ¿No? — Alentó el mayor, sonriendo de medio lado—.

Dicho aquello, Reich empezó a caminar hacia la cabaña, siendo seguido por una muy alegre Grecia. Alemania, quien no se había movido de su lugar, solamente giró su cabeza, mirando perplejo como ambos se alejaban.

— ¿Papá? —Susurró —.

Alemania no se dió cuenta, mas aquellas mejillas fueron invadidas por ríos de incesantes lágrimas. Estaba tan sumido en sus pensamientos, que no notó el nudo que se había hecho en su estómago. No era posible, aquello no era posible. Había palidecido, podía sentir como el frío se apoderaba de sus manos ¿Pero cómo?

Tapó su boca y llevó una mano a su estómago. Cerró sus ojos con fuerza, buscando una razón lógica, quizá, también buscando la manera de saber si aquello era un sueño, sin embargo, todo se sentía tan real: La brisa, los rayos de sol, los ladridos de Grecia, el camino de lágrimas, las uñas contra su abdomen.

Fue entonces que reaccionó. Abrió sus ojos como platos al notar donde estaba parado, su vista cabalgó la brillante cordillera y pasmado, contempló aquel paisaje que creyó haber visto cientos de veces, cuando realmente era la primera vez que lo admiraba. Estaba atónito, sentía como sus piernas perdían fuerza y se arrodillaba ante un suceso el cual su mente no podía comprender. ¿Cómo llegó él allí? ¿Qué era ese lugar?

Para Alemania, quien apenas lograba procesar lo sucedido, lo más sorprendente no fue llegar a esa cabaña, sino, el hecho de que hace algunos minutos la creía de su propiedad. Alemania se juraba a sí mismo estar en aquel campo más veces, sin embargo, por más que se esforzara, no lograba rescatar ningún recuerdo de él, sentado sobre las escaleras y mirando como el firmamento se aclaraba. Ese patio, esas escaleras y las flores, todo lo sentía tan familiar que era imposible creer la verdad. Incluso Grecia, su mascota, quien había muerto hace un par de semanas, ladraba y jugaba como la primera vez que se conocieron.

— Alemania, no te quedes allí. Todavía hace frío... — Demandó el fantasma, antes de entrar a la casa—.

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