Prelúdio

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Llevar una vida similar a la mía es relativamente sencillo, 16 años es la edad perfecta para poder hacer lo que se te antoje y al mismo tiempo no tener responsabilidades tan grandes... lo peor que te puede pasar es tener que ir a una escuela en la que te sientas totalmente invisible.

La única razón por la que no me había dormido en el salón de clases en el que me encontraba era por el inmenso frio que estaba haciendo. La materia impartida por el profesor Oslow era simplemente innecesaria para mi, en todas mis metas de vida no veo dónde pueda implementar algo relacionado a la "historia y cultura del puntillismo" pero necesito pasar la materia para recibir mis papeles así que por un par de años tendré que lidiar con el frio matutino y las materias innecesarias.

Apenas comenzaba el mes de diciembre y ya todo el condado estaba bajo capas de nieve, la mayoría de las carreteras estaban congeladas y la venta de bebidas calientes era bastante popular; para muchas personas es el mes perfecto para pasar tiempo con la familia, dando y recibiendo amor de gente que te rodea y usar el frio como una excusa perfecta para pedir un abrazo mientras que para mi, diciembre tan solo son los 31 días más comerciales y en exceso cursis.

El reloj situado en la pared trasera del aula, que por cierto era lo único que tenía el privilegio de decorar el salón de Oslow, parecía que nunca llegaría al final de la clase. Pasados los 40 minutos de la eterna tortura en puntillismo comencé a desesperarme por salir a tomar aire y como si alguien hubiera escuchado mis suplicas la clase terminó y salimos a un intermedio de 20 minutos.

Yo nunca he sido muy popular y las habilidades sociales para hacer amigos nunca fue cosa mía porque casi siempre termino lastimando a personas que no me conocen así que decidí sentarme en una banca que se encontraba vacía, en cualquier momento mis únicos 2 amigos llegarían a acompañarme, o al menos eso fue lo que pensé, nunca llegaron. En su lugar se me ha acercado una chica con frenos y trenzas, la forma en la que vestía hablaba por ella misma, con tan solo mirarla podías saber que amaba la ciencia y nunca en su vida había tenido pareja.

- ¿No eres de por aquí, cierto? – preguntó la chica tratando de ser amable.

- De hecho... si – contesté sin la misma intención de empatizar son ella – nací en el condado y tengo prácticamente toda mi vida estudiando en este colegio.

Después de mi respuesta se hizo un largo silencio incómodo en el que la chica asentía con una sonrisa muy amplia que pedía a gritos que yo le preguntara lo mismo, pero no pasó.

- Bueno, fue lindo hablar contigo, humm...

- Oh, si – dijo la chica – mi nombre es Martina, encantada de conocerte, debe de ser muy lindo tener amigas por aquí, es un colegio bastante grande y por lo tanto existen demasiados alumnos y bueno yo nunca he... - había ignorado cada palabra que decía la chica con excepción de su nombre, decidí interrumpirla.

- Claro, cuando gustes, me tengo que ir, hasta luego.

Me alejé tan rápido como pude de Martina tratando de evitar una conversación con ella, pero apenas di unos pasos y volvió a hablar:

- ¡Hey! – todos en el pasillo dejaron lo que estaban haciendo para ver de lo que hablaría Martina – esta noche haré una pequeña reunión en mi casa por si gustas venir... calle Madisson, número 37.

El pasillo seguía en silencio y todos alrededor tenían la mirada puesta en mi esperando la respuesta que daría, pero decidí no contestar, tan solo asentí y le di la espalda por segunda ocasión, esta vez no me detendría por nada.

- ¡¿Escucharon todos?! – grito un chico caucásico bastante alto y de voz impetuosa voz, todos tenían su atención ahora – ¡Fiesta en casa de Martina!

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