La chica de negro

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¿Quién habría sospechado que un fuego cálido, una pequeña correntada de aire y una sensación imposible de olvidar se harían presentes en esa mañana?.
Cada vez que observaba esa luz sentellante dilatándose en mis pupilas vacías se hacía presente en mí una enorme sensación de comodidad. Estaba pensando en lo desestresante que fue la fiesta en la casa de los Latimore, claro, hasta su llegada. Aquella mujer de vestido y zapatos negros con su caminar e imponente figura eliminaba todo rastro de seguridad en mí. Sentía como toda mí valentía se esfumaba gracias a semejante belleza, por así decirlo.

Las ganas que tenía de acercarme y hablarle se veían tan distantes; estuve observando su cabello por diez minutos, pero, parecían horas, horas de miradas cruzadas, de incomodidad y de un deseo profundo. La fiesta pasó tan rápido; esa mujer esbelta dejó un fuego dentro de mí que nunca había sentido.

Ese 28 de julio de 1964 se sintió tan agradable y cálido como frío a la vez, como si dos círculos opuestos se cruzaran en un par de reojos y miradas, pero, no existió coraje en aquella celebración, solo miradas. ¿Suena gracioso, no?. Al no tener papel decidí escribir sobre los manuscritos de mí padre pero debía hacerlo. Esa mujer me dejó iluminado.

La chica de negro de 1964Donde viven las historias. Descúbrelo ahora