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Un cuerpo para dos almas

"Ambos crecimos conforme los años pasaron, conforme el tiempo se mecía en nuestras vidas"

"Ambos crecimos conforme los años pasaron, conforme el tiempo se mecía en nuestras vidas"

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La primera vez que lo vi tenía un poco más de cinco años y apenas sabía la tabla de multiplicar. Para mala fortuna, aprendí a sumar con los dedos de la mano. Él no era un ser común y corriente como lo eran los demás que vivían en el pueblo de Neighborhood. Él vivía en el bosque junto a los grandes robles que definían la hermosura del viejo pueblo y entre la fauna que habitaba sin ninguna precaución. Cada vez que le preguntaba sobre su familia, respondía que no tenía alguna. Incluso desconocía de esa palabra. Era yo quien tenía que enseñarle su significado y su valor para tan corta edad. 

Siempre vestía lo mismo: pantalón corto de color negro y camisa a rayas verdes. Yo nunca le preste atención a su cicatriz. Incluso, ante la evidente forma negruzca de su marca, jamás me sentí intimidada por aquella. La misma que predominaba en su mejilla. Quise muchas veces acariciar la voluminosa herida ya reseca, pero él se negaba a recibir algún acto de cariño o gesto de bondad. Me acostumbre a verlo por las noches oscuras y a llamarlo "David" para cuando lo necesitaba. Si bien ese no era su nombre, yo asumí que podía encajar con su contorneada figura infantil. Aparecía ---con frecuencia, casi de manera planeada---entre el bosque y me cuidaba mejor que nadie en la tierra. Si un perro pretendía hacerme daño, él lo alejaba con su interesante ruido en los dientes. Hubo un tiempo en el que yo era blanco de habladurías y agresiones habituales por parte de mis compañeros de escuela. Me seguían a dónde fuera para recordarme mi mala suerte y mi raro comportamiento para un niña de pensamiento diferente. Yo los evitaba. Si querían golpearme, David utilizaba aquel sonido para espantarlos, luego me abrazaba y finalmente me susurraba un sinfín de promesas dulces y extrañas que me dejaban a la deriva en pleno mar abierto. 

Él siempre tenía las palabras correctas para las situaciones correctas o eso es lo que yo vislumbraba en su mirada. Es hasta hoy que me cuestiono el camino que nos conecto a tal punto de no comprender los designios de la mente maestra que fijo nuestras vidas en un mismo laberinto sin salida. Yo con el pasar de las semanas--en aquella época---me había vuelto adicta a sus aventuras que tenían un final diferente y personajes variados; me había vuelto adicta a su olor a canela que me envolvía en sábanas de frescura y me había vuelto adicta a sus abrazos que me hacían sentir segura y en confianza para hablar de lo que quisiese. 

Un día se le ocurrió enseñarme a trepar un árbol y pese a que yo renegaba de manera iracunda a causa de mi pésima condición física, él me alentó a llegar hasta dónde pudiese. Al final de noveno día, ya subía y bajaba sin problemas. En aquel verano, aquella habilidad me sirvió para ganar una medalla en el ámbito deportivo. Fue sorprendente para mí que mis padres se sintieran orgullosos por primera vez. David me enseñó muchas habilidades que me sirvieron para mi actuar en la vida. Me instruyó para dejar de ser la niña que nadie veía, pero sin ninguna duda, yo le enseñé mucho más a David de lo que él imagina. Le enseñé a amar lo que él olvido de si mismo. Le dije que volará en su propio cielo aún si era imperfecto. De alguna forma, nos complementábamos. 

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