CAPÍTULO ÚNICO

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Se examinó detenidamente por el reflejo del espejo mientras terminaba de abrochar su holgada blusa. El tiempo ya le estaba pasando factura: las arrugas en su rostro eran cada vez más notorias, lentes con medida aumentada y unas profundas ojeras que jamás la abandonarían.

¡Bienvenidos felices 40 años!

¿Felices?

Gilda soltó una sonora carcajada.

Sintió unos brazos rodear su cintura y un aliento acumularse detrás de su oreja.

– ¿Me cuentas la broma?

Reprimió el impulso de apartar a esa persona y le compuso su falsa máscara de alegría.

Su dulce disfraz de siempre.

– Sólo recordé cuando te embriagaste en la boda de Anna y Nat y casi destruyes su pastel.

Percibió a través del espejo como su esposo enrojeció y se rascó la nuca. Un gesto que ponía cuando se avergonzaba de sus tonterías.

De sus estupideces.

– ¡Sólo había tomado una copa!

– Sí claro.

Don hizo un puchero y Gilda se mordió los labios evitando una mueca de asco.

Necesitaba alejar su calor del suyo. No lo soportaba. Se iba a ahogar en cualquier momento.

– ¿Ya llegaron los invitados? – La fémina se alejó con la excusa de ir por sus joyas.

– Aún no, pero seguro Norman será el primero en llegar.

– Tan puntual. – murmuró con un rencor oculto en su tono.

Don, ignorante de los verdaderos sentimientos de su pareja, se acercó y le dio un suave beso en la sien.

– Te ves preciosa.

Gilda quiso responderle, corresponderle, pero su corazón no le permitía. Su matrimonio la estaba destruyendo lentamente y ya era tarde para dar marcha atrás.

...

Contra todo pronóstico los primeros en llegar fueron Emma y Ray. Los cuatro se dieron su tradicional abrazo grupal y la mujer de cabellos naranjas fue la primera en hablar:

– ¡Feliz cumpleaños Gilda! ¡Toma! – Le entregó una pequeña caja y cuando la cumpleañera lo abrió, su sonrisa se amplió.

– ¿Tus favoritos, no? – Gilda asintió ante la pregunta de su amiga y acarició los pequeños broches de plata. Tenía el pasatiempo de coleccionar dichos objetos a pesar que Don lo consideraba raro y aburrido.

– Gracias Emma. – La abrazó y por unos instantes cerró los ojos dejándose embriagar por el perfume de su amiga. Su dosis suficiente para calmar el dolor de la soledad.

Minutos después, Gilda y Emma se fueron a la cocina a chequear que no se arruine la cena mientras sus esposos charlaban en la sala.

– ¡Wow, Haru es enorme! – Exclamó Don contemplando la foto del primogénito de sus amigos desde el celular de Ray.

– Ya me ganó en altura. – Suspiró el de hebras negras. A veces se preguntaba de quién había heredado ese resaltante aspecto.

Haru era la viva imagen de Emma. Sus mismos ojos, cabellos, perfil entero. La única excepción era su altura y carácter. Para sus 16 años se comportaba como un anciano de 60. Ray sabía que eso era lo único que había aportado sus debiluchos genes.

HONEY HONEYWhere stories live. Discover now