Capítulo 4

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Saga regresó de su misión después de casi dos meses y lo primero que hizo al llegar fue dirigirse en media noche a la habitación de Camus, necesitaba verlo para calmar la ansiedad en su corazón.

Una ansiedad que consumía poco a poco su razón.

Apretó sus dientes enojado al ver que un niño rubio dormía abrazando por la cintura a Camus.

Dejó a los menores y se dirigió a su templo preguntándose que clase de sentimiento era ese que le pedía a gritos separar a los niños y tirar a patadas al rubio del templo de Acuario, pero un atisbo de cordura lo detuvo cuando estuvo a punto de hacerlo. Una vez en el templo de Géminis decidió arrancar esos sentimientos de su corazón para no lastimar a Camus, al niño que juró proteger y haría lo que fuera para verlo feliz, incluso destruir los sentimientos que creía repulsivos para mantenerlo a salvo de una oscuridad que nacía en su interior y luchaba por salir.

Al día siguiente en los campos de entrenamiento, Saga hizo acto de presencia sorprendiendo a todos y acercándose a saludar a Aioros que entrenaba con algunos menores.

—¿Quién es ese niño y por qué no se despega de Camus? —preguntó enojado, señalando al rubio que trataba de abrazar a un Camus que hacía lo posible por alejarlo.

—Ah... Milo es un niño que postula para caballero desde hace un par de semanas y se proclamó como el futuro esposo de Camie, fue muy gracioso e incluso amenazó a Shura... —Aioros tomó los celos de Saga con mucha gracia y empezó a reír sin ningún tipo de límite sin notar la rabia en el rostro de su compañero.

Milo tenía la misma edad de Camus y siempre se la pasaba detrás del pelirrojo buscando la manera de llamar su atención con sus abrazos proclamando a los cuatro vientos que Camus sería su esposo y que nadie lo mirara, pero en medio de todo ese acoso Camus lograba burlar la constante vigilancia del rubio para escapar y entrenar con Shura.

—¡Pelea conmigo y si me ganas dormiré contigo en tu templo! —exclamó Milo, retaba a Acuario todas las mañanas.

—Eso no tiene ningún sentido —afirmó Camus sin ninguna expresión en el rostro, harto del acoso de Milo.

—¡Claro que lo tiene, si yo gano tendrás que dormir conmigo en mi templo cuando sea santo de Escorpio!

Camus se giró levemente notando la presencia de Saga y dejó a su acosador para correr en dirección del santo de Géminis, pero fue recibido con indiferencia.

—¿Cómo te fue en tu misión? —preguntó Camus con aquel brillo de admiración en sus ojos que Saga tanto amaba.

—Bien... me fue bien, ahora debo ir a arreglar algunos asuntos.

Milo notó que el rostro de Camus se iluminó con la presencia de aquel joven, otros chicos le comentaron que ese era el caballero dorado más fuerte del Santuario y el rubio pensó que si lograba derrotar a ese caballero seguramente lograría llamar la atención de Camus.

Para el pequeño pelirrojo no hubo ninguna sonrisa del caballero que tanto admiraba, tampoco un obsequio y ninguna caricia en su cabeza, aquella frialdad le dolió, pero se dijo a sí mismo que para llegar a ser reconocido por su héroe solo tenía que hacerse más fuerte.

Las responsabilidades de Saga aumentaron desde que Shion le informó que sería su sucesor y aprovechó aquello para concentrarse en su futuro como nuevo patriarca dejando de visitar el templo de Acuario por meses, no tenía tiempo ni para entablar alguna conversación con Camus generando un profundo abismo entre ambos creyendo que así esos sentimientos se desvanecerian.

Grande fue su equivocación al darse cuenta que habían pasado varios años y Camus ya no era un niño, aquellos instintos que lo hacían buscar mil maneras para protegerlo se habían convertido en instintos por poseerlo.

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