EPÍLOGO.

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Movía con rapidez los dedos en busca de todos aquellos folios llenos de apuntes desperdigados por el suelo, en afán de evitar que la marabunta de gente que pasaba por la calle los pisase o la pisase a ella.

Alguien la había empujado y se le cayó la carpeta dejando salir su contenido.

Tal vez en ese momento, en esa calle, el número de personas pasando podría sobrepasar los 400 y nadie en absoluto se paró a ayudarla, ni siquiera quien la empujó.

Y cada día se repetía la misma historia, salir a la calle era un suplicio, a ella no le gustaba la gente, ni el ruido, y en su ciudad,  por desgracia para ella, eso era lo que más había.

La gente siempre tiene prisa, y hacen todo en función del tiempo, saben que de cierto modo cada cual tiene asignado un periodo y nadie sabe si es mucho o es poco, por eso lo hacen todo deprisa para que no se les agote sin haber vivido lo suficiente, sin darse cuenta de que eso que viven tan corriendo no lo disfrutan. Esta situación hace que el resto de personas no les importen ni lo más mínimo, se convierten en seres ruines y egoístas.

Ella a menudo salía a las afueras, y  caminaba por un sendero de tierra que la alejaba de la ciudad y la acercaba al silencio y la tranquilidad de la naturaleza.

Siempre iba al mismo lugar, un pequeño bosquecito de sauces y robles.

Se sentaba en una roca la cual estaba empezando a ser absorbida por las raíces de un gran sauce que la ocultaban bajo el mismo, y allí se pasaba horas cuando podía permitírselo, se sumía en sus pensamientos y dejaba que todo cuanto la rodeaba se desvaneciera.

Trataba de encontrar un motivo por el cual comprender al resto de personas a aquellas que lo hacían todo con prisa. E imaginaba increíbles historias de como hubiera sido vivir en otras épocas, de como sería poder convencer al tiempo de que por un instante se tomase un descanso de su infinita carrera por el universo.

Cuando el tiempo llora.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora