CAPÍTULO 1

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Por azares del destino, el cielo despejado y azulado que brillaría con los hermosos y dorados rayos del sol que prometió el señor del tiempo se había convertido en un mar de tormentas y truenos con nubes grisáceas que dejaban caer gruesas y fuertes gotas de agua, que impidieron que prosiguiera el dibujo del hermoso parque que se ubicaba enfrente de la fachada del edificio, repleto de vivos verdes árboles y a los niños que se escondían detrás de los árboles y toboganes que tenía el lugar, riéndose a carcajadas.

Las personas corrían de un lado a otro cubriéndose de los truenos y la lluvia, como si los rayos del mismísimo Zeus hubiesen caído en la tierra y el mismo Poseidón hubiese llegado a la superficie. Los niños volvían a sus padres, que se tapaban con las chaquetas que llevaban puestas para evitar que la fuerte lluvia les mojase. Yo miraba desde la ventana de mi habitación a unos 6 metros de altura de la húmeda y resbaladiza carretera, en el tercer piso, el cual se apreciaba en el reflejo de los charcos del agua de las carreteras y aceras, el reflejo del grisáceo y monocromático cielo y las casas rojizas con sus ventanas cerradas para evitar la gran furia del dios del Olimpo y el dios de las aguas.

Hice lo que cualquier otra persona común y corriente haría, de un fuerte golpe cerré la ventana, coincidiendo con el estruendo de un trueno, cegando su sonido. A mi dibujo le faltaba color, justo lo que el clima no me dejaba continuar, ya que le daba a casi todo un tono grisáceo que no era precisamente lo que yo buscaba. Guardé el dibujo en una carpeta azul y la metí en el cajón del escritorio.

Me puse mi sudadera favorita, roja carmesí con una insignia de una calavera negra con la cuenca de sus ojos rojas sangre, en la parte trasera de la sudadera. Me despedí sin dar explicaciones de mi madre y de mi padre.

Subí a la azotea del edificio. Había una gran sombrilla roja y azul que mi padre compró para el verano pasado, para la playa. Aunque nunca lo usó en aquel verano, y justo la semana pasada la subió aquí arriba para posteriormente, agarrar su periódico, su sillita plegable, y empezar a leer las entradas del periódico, lo sé porque le vi, y al parecer se le olvidó la sombrilla, explicando por qué habría una sombrilla en estas épocas en un tejado, aunque si se le olvidó, me parecería raro que estuviese recogida, ya que si en verdad se le hubiese olvidado, no hubiera recogido la gran sombrilla rojiza azulada sin bajarla.

La desplegué con agilidad, miedo a mojarme con la fuerte tormenta y las gotas de agua que la acompañaban en su trayectoria a tierra. La moví hasta una pared que había al lado, mirando al parque donde los niños se pasaban horas allí.

Me senté en el suelo. Estaba mojado y frío, aunque al menos no iba a mojarme más en otro sitio. Me acomodé y empecé a contemplar el parque.

Era difícil imaginártelo sin ese hermoso verde que llamaba la atención de cualquier turista o extranjero, que rápidamente sacaban sus teléfonos móviles o sus cámaras para hacerse "selfies" o simplemente un pequeño recuerdo para su álbum, o aquellos niños felices corriendo de un árbol a otro, escondiéndose con sus gruesos troncos, lo suficientemente gruesos como para que los frágiles brazos de un niño no se descubran desde el lado opuesto.

Pasó un rato hasta que oí la puerta que llevaba al tejado del edificio abrirse lentamente. Mi mirada cambió de rumbo, fijándose en la puerta.

Salió de golpe una chica rubia más o menos de mi edad, ojos azules como un cielo despejado y cuerpo delgado. Llevaba una sudadera negra puesta con la capucha. Miró alrededor buscando algo, y tardó un buen rato en darse cuenta que estaba mirándole hacer el ridículo.

La chiquilla se sonrojó y vino trotando hasta llegar a la sombrilla, refugiándose de la lluvia, aunque no se atrevía a acercarse a mi, por lo que se quedó en un borde, permitiendo al agua caer en su hombro, mojando su brazo derecho.

Me preguntó algo sobre la sombrilla, no la comprendí bien a primeras a causa del ruido, pero me dio a entender por su comunicación gestual, que qué hacía yo con una sombrilla mientras llovía, sentado con las piernas cruzadas.

Con un gesto con la mano, le pedí que se sentase al lado mío, me aparté un poco para dejarle un asiento. Se acercó e intentó sentarse sin mojarse demasiado.

Me preguntó que si está sombrilla era mía, le respondí que sí, aunque era de mi padre.

Ella explicó que desde la semana pasada, ella usaba está sombrilla en este tejado, para contemplar las vistas de los alrededores, para "inspirarse".

Se parecía a mí en ese aspecto. Aunque me surgió una duda que debí haber preguntado desde el principio. ¿Quién es ella?

No era del vecindario, ni mucho menos de este edificio. No sabía cómo entró a este lugar. Le pregunté, y ella dijo que sus padres lo habían abandonado la semana pasada, quise preguntar la razón, aunque sería algo inadecuado, así que me guardé la duda para mí mismo, en caso de que pueda dañar sus sentimientos. Ahora vive con un primo lejano, Jameson. Jameson vive en el segundo piso del edificio, es un gran amigo mío y realmente le respeto, ya que él me ayudaba en los estudios siempre que podía, realmente es una persona amable y generosa, pero que se hacía respetar a los demás.

Me sorprendió bastante escuchar esto, y quise saber su nombre.

"Alicia. Me llamo Alicia" -dijo de manera algo tímida, mirando al suelo-

"Me llamo Carlos. ¡Encantado!" -respondí a su tímida y cerrada respuesta-

















Sueños comunes a cumplirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora