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[Tomemos esto como un especial por las 100k leídas. Hagan sus apuestas, ¿será sad?

Aclaro que al comienzo ambos serán humanos. Este shot está ambientado en el año 1932. Alastor tiene 31 años, mientras que Dust tiene 15.]

Cazador.

Aquel pequeño y recién emprendedor en el tema de la pubertad se encontraba haciendo sus maletas, llenándolas de sus más preciadas pertenencias, pues no todas sus cosas cabían dentro.

Su padre recién le había comunicado que se mudarían a otro lugar. Lo sorprendente para el era el hecho de que se irían hacia nuevas tierras, unas totalmente desconocidas para el. Había escuchado grandes fábulas sobre aquel lugar llamado América, un nuevo continente, bastante diferente a lo que el conocía como Europa. Sentía emoción por los grandes retos que le depararía el futuro, siendo así todo su miedo al cambio tan radical, opacado.

Con Italia como su nacionalidad, el no era un chico normal. Su familia era partícipe de la vida criminal, siendo así una de las mafias más temidas por todo el país, y por lo tanto, de las más buscadas por la ley.

Eran escurridizos, sabían hacer sus misiones bien. Sin embargo, la policía les pisaba los talones, y ellos no podían arriesgarse a perder. Con el orgullo por los suelos y la cólera a flote, finalmente se decidió por el escape, huyendo así lo más lejos posible como unos auténticos cobardes.

El pequeño migraría en unas horas hacia su nuevo hogar. Lo cual le comentaron que irían en barco, el que los esperaba en puerto, enviado exclusivamente para ellos por parte de los agentes infiltrados que tenía su padre por allí.

Doblaba y colocaba sus ropas con sutileza y orden en aquellos grandes compartimentos, había tanto de lo que se rehusaba a abandonar. Muchas de aquellas telas tenían un gran valor sentimental para el, por lo que intentaba llevarse cuantas más pudiese.

Al poco tiempo escuchó unos pasos avecinarse hacia sus aposentos, y, sabiendo perfectamente de quién se trataba, soltó un sonoro suspiro.

— Oye. Saldremos en diez minutos, fenómeno, ¿ya terminaste?— frunció el ceño al oír su voz, más al escuchar aquel odioso apodo.

Su despreciable hermano no desaprovechaba oportunidad para fastidiarlo. Odiaba el hecho de ser discriminado por cosas como cuidar tanto su brillante y bonita cabellera rubia. Odiaba que se burlara de el por gustarle usar ropas blancas o de tonalidades más extravagantes. Y por supuesto, odiaba el ser una tremenda decepción por algo tan ligero como que le encantara el color rosa.

Aborrecía esa familia. Su padre y hermano eran todo cual quedaba para el. Sin embargo, no era ni por asomo lo mejor que tenía, ni tuvo. Por mucha compañía que el pequeño recibiese, no era capaz de llenar el gran hueco que dejaron las dos participes familiares que faltaban.

Dos años atrás fue cuando su amorosa madre y querida hermana fallecieron a causa de un fusilamiento, protagonizado exclusivamente por su padre. Las féminas nunca estuvieron de acuerdo con el tema del crimen. Eran tan buenas, el realmente las adoraba. Sin embargo, su progenitor era un desgraciado, y decidió quitarse un peso de encima de la única manera que sabía. Eliminándolo.

El joven sufrió por mucho, pero era fuerte, y por muy odioso que fuese aguantar a aquellos dos sujetos tan molestos con los cuales compartía sangre, debía hacerlo. Obedecer o morir, una incógnita que lo dejaba entre la espada y la pared.

—Aún me quedan unas cuantas cosas, podrías dejarme ordenar un poco, ¿por qué no te vas y regresas con papá como el perro faldero que eres?— sonrió triunfante ante la molesta expresión del contrario.

Momentos || RadioDust ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora