Kimara

215 10 0
                                    

Tropezó varias veces más antes de caer al suelo cuan larga era y perder el conocimiento. Lo último que cruzó su mente fue una imagen borrosa de varias figuras cerniéndose sobre ella. Lo siguiente, un olor a humedad y a sal, el frío calándole los huesos y, al abrir los ojos, perpetua oscuridad. Tenía las muñecas unidas por sendas argollas de metal, con los brazos en alto, colgando su cuerpo a varios palmos del suelo, y balanceándose lentamente por la falta de apoyo, el cuerpo le dolía y sentía los pulmones ardiendo por el esfuerzo, ya casi no tenía fuerzas para moverse, dejó caer la cabeza sobre el pecho reprimiendo un sollozo de rabia.

Kimara era la hija mayor del rey Fortran, su heredera y, por lo tanto, había sido entrenada como una guerrera, mientras su hermana era educada en el protocolo, la costura y otras artes más acordes con una dama de la nobleza. Kimara se había visto obligada a recortar sus negros rizos y a fortalecer su cuerpo para la batalla, al principio no le importó, le gustaban las armas y se llevaba bien con los soldados que luchaba bajo su mando, la respetaban y se compenetraban bien. Pero, hacía unos tres años, un hombre llegado de un lejano territorio había solicitado unirse a su ejército. No era un hombre normal, era un bárbaro, un ser proveniente de las tierras del norte, se les conocía por su fiereza en la batalla, su rebeldía, su fuerza y sus victorias, ya que jamás ningún reino había sido capaz de derrotar a uno sólo de estos hombres. A regañadientes Frotran se vio obligado a admitirle, dada la desventaja frente a Diógenes, pero nadie simpatizaba con él, excepto Kimara.

Aquel hombre no la trataba como los demás, para él ella era un igual en la batalla, no entendía de reyes ni de princesas, y no era más que una mujer como cualquier otra, pero, las demás mujeres, a diferencia de ella, eran hermosas, sus cuerpos delicados, sus mejillas se ruborizaban con una simple mirada, eran recatadas, dóciles, no como ella. Ella era una guerrera, una indomable guerrera. Y se sentía fea cada vez que él la miraba, se autoconvenció de que aquel hombre sólo permanecía a su lado por que compartían la pasión por la batalla, a menudo entrenaban juntos y Kimara disfrutaba al máximo de estos breves momentos de intimidad, a sabiendas que su padre no permitiría nada más allá con un bárbaro.

Pero ahora ya todo daba igual, Diógenes la había capturado y, sin duda, la utilizaría para conseguir cualquier cosa de su padre o la mataría sólo por diversión, para vengarse de su derrota frente al lago. Se mordió los labios para no gritar, no le daría esa satisfacción. La cerradura saltó a su espalda y un ruido de goznes chirriantes la ensordeció por un momento. En ese instante, se hizo la luz en la reducida celda que ocupaba.

La venganza de Diógenes  (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora