El destino

229 8 0
                                    

Finalmente, Diógenes extrajo la espada, manchada de fluido y sangre y la dejó caer rápidamente, mientras sus dedos ya se deslizaban en la húmeda y cálida cueva de ella penetrándola con violencia, estaba tratando de incrustarle el puño entero, pero no lo lograba. Furioso por aquella derrota la golpeó en el estómago dejándola sin aliento, ella lloraba ya sin poder contenerse y sus sollozos le ponían enfermo.

- ¡Silencio Zorra! – le gritó abofeteándola y haciéndole un corte en la mejilla con el anillo que llevaba en el dedo y que comenzó a sangrar en seguida. - ¡Ahora te enseñaré como lo hace un hombre!

Dicho esto, Diógenes comenzó a desabrochar los pantalones torpemente debido a su histérico carácter. Estaba apunto de lograrlo cuando la puerta se abrió de golpe y se encontró con una daga adornando su frente. Kimara abrió los ojos sorprendida y le vio caer sin vida frente a ella. Las cuerdas que anudaban sus piernas se soltaron y unos brazos firmes la sostuvieron al tiempo que liberaban sus muñecas.

La princesa cayó sobre su salvador, desmadejada, débil y confusa. Se dejó vestir por una camisa demasiado grande para ella, de piel clara y blanda que abrió un surco en las tinieblas de su mente.

Thorm...

- Shhh! Tranquilazos, ya estáis a salvo, os sacaré de aquí. – Kimara rompió a llorar de nuevo tratando de cubrir su maltrecho cuerpo, incapaz de mirarle a la cara, aliviada, sin embargo, por que él siguiera con vida, avergonzada de que la viera en aquel humillante estado.

Thorm había visto la espada manchada de sangre, su cuerpo desnudo colgado indecentemente del techo, la ira le invadió por completo y no pudo evitar acabar con el causante de aquella situación, ahora la sentía temblar en sus brazos, jamás había estado tan indefensa y él se sentía incapaz de consolarla, estúpido por no saber que hacer o decir para recuperarla. Se limitó a abrazarla estrechándola contra su pecho hasta que ella se calmó sollozando débilmente. Si aquellas ramas no hubieran amortiguado su caída... si el arquero hubiera sido más diestro... él estaría muerto y ella, Thorm no se atrevía a pensar en ello, se le partía el alma sólo de verla en aquel estado, si hubiera llegado más tarde... La ayudó a ponerse en pie, pero sus piernas no la sostuvieron y casi cayó de nuevo al suelo. La sangre seguía manando de su entrepierna y él se percató en seguida y la recogió con dulzura.

- Dejad que os alivie – le susurró al oído mientras le acariciaba el cabello corto. La separó de sí para mirarla a la cara y ella se cubrió el rostro con las manos.

- No me mires, así no, ahora no – suplicó con un hilo de voz.

- No os escondáis, no habéis hecho nada malo y ese bastardo ya tuvo su merecido – ella negó con la cabeza – Vamos, dejadme ver esos bonitos ojos.

- No te burles, él ya lo ha hecho por lo dos – gimió golpeándole el pecho desnudo enfurecida, con los puños cerrados. Él la retuvo con una sola mano, sujetando sus muñecas.

- No me burlo, sois hermosa – ella le contempló con incredulidad y el comprendió, comprendió lo que hacía años sospechaba.

Ahí donde la veía, fuerte y segura de sí misma, liderando un ejército, tomando decisiones arriesgadas e importantes en milésimas de segundo, en realidad no era más que una chiquilla que se sentía inferior frente a las demás. Jamás un vestido cubrió su piel, no lucía joya alguna, y no cuidaba su cuerpo como el resto de doncellas, pálidos cadáveres que se desmayaban al más mínimo soplo de aire.

- Te amo – Kimara dejó de retorcerse entre sus manos para mirarle sin entender, la barbilla le temblaba presa de un nuevo llanto, pero ya no le quedaban lágrimas. Incapaz de expresar con palabras lo que sentía con el corazón, Thorm la atrajo hacia sí y la besó con pasión, lamiendo la sangre de sus labios con la punta de la lengua y calmando a la vez su sed y la de ella.

El ruido de los mercenarios buscándole le alertó y se apresuró a tomarla en brazos y alejarla de allí tan rápido como pudo. Unas horas más tarde ambos se encontraban en un claro cerca de una pequeña laguna, sus cuerpos desnudos flotaban en las tranquilas aguas saciándose el uno al otro. Las caricias de él aliviaban el maltrecho cuerpo de ella, los besos calmaron el agudo dolor de sus entrañas y su lengua fue como un bálsamo para la herida causada por la metálica empuñadura que se había alojado en su sexo. Thorm no tenía prisa, se tomó su tiempo para curar las heridas y ganarse la confianza de la mujer, mimó su cuerpo y calmó su corazón hasta que por fin, bajo la anhelante mirada de ella, su miembro erecto la penetró con dulzura, esta vez el dolor fue muy distinto, era cálido y picante, y ella deseaba que no se detuviera, se abrazó a él cabalgando sobre su pene y apretándole contra sí hasta que ambos se fundieron en un delicioso orgasmo, uno que ella jamás olvidaría. Uno, pero no el último que tendrían a lo largo de su vida, libres de la amenaza de Diógenes. Dueños, al fin, de su destino.

La venganza de Diógenes  (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora