El solitario sendero del silencio me reclama. Un entrar y permanecer dentro de esa extraña crisálida, que se formó desde mi propio interior y que me mantiene inerte.
Sin vida, como un espectador lejano de mis propios sentimientos, sigo sin poder alterar nada, en esa realidad corrupta, que me obliga al encierro.
Cuando mi mundo se derrumbó en el vacío, tenía solo 8 años de edad.
Mi padre, estaba golpeado por una ceguera, que lo tenía recluido en su cuarto, mientras mi madre, atormentada en sus más bajos instintos, como una vieja araña, tejía su tela en todas las demás habitaciones de la casa, esperando atrapar a ese niño ingenuo sin conciencia.
Entonces la araña finamente me envolvió en su cuerda y me arrastró hasta su mundo.
En ese momento, conocí el silencio que solo la vergüenza provoca.
Y mientras estudiaba, sentado en el viejo sillón de la sala, ella se paseaba completamente desnuda frente a mí, obligándome a observar aquella lívida escena.
Cuando me besaba en las mejillas, mirándome fijamente a los ojos y no sacaba sus labios de mi cara, sabía que luego vendría ese rose de labios, donde su lengua recorría la mía dentro de mi boca, y donde terminaba tocándose, hasta hacer esos gemidos silenciosos en mis oídos, obligándome luego a besar esa mano totalmente húmeda.
Y su tela me condujo hasta el baño.
Me desvistió rápidamente y comenzó a enjabonarme dentro de la bañera. Le pregunté si íbamos a salir a algún lado, pero me dijo que la ocasión especial la íbamos a vivir juntos en mi cuarto esa noche.
El agua cálida y la suave esponja en la mano de mi madre, que recorría con suavidad todo mi cuerpo me predispuso para aquel ritual que ella hábilmente preparó.
El rose constante, derribó los muros de una conciencia que jamás llegó a forjarse, y pronto, aquello que era impuro, se desató como un infame despertar de mis propios demonios.
Con el correr de los años, mi virilidad estaba más formada, y su relación conmigo mucho más intensa.
Ella me servía de cenar en la cocina, solo para sentarse a mi lado y tocarme por debajo de la mesa. Haciéndome proposiciones al oído que mí mente desconocía, pero que de a poco, se iban tornando comunes.
En las noches, venía hasta mi cama para practicarme sexo oral, obligándome a observar con detalle sus mojados genitales, mientras yo le otorgaba mi líquido seminal.
Ya no había curiosidad en mí en lo que a sexo se refería.
El aliento de mi madre y aquellos aromas que me unían a ella tan instintivamente fueron haciéndose invisibles en mí. Adoctrinando mi mente conforme pasaban los años.
Consolidando mí mutismo y mis rutinas en aquella casa, para que ella siempre fuera feliz.
Hasta que mi voluntad se quebró para siempre.
Lo anormal era normal y lo prohibido se hizo lícito, al tiempo que mi intelecto se derrumbaba lejos de mi cuerpo.
Todo esto, que era parte de mi vida cotidiana, me obligó a permanecer encerrado en ese pequeño y desolado capullo inhumano, ajeno y desnudo al mundo que nada percibía.
Y mientras caía en el vacío, fui tragado por el silencio.
Obligado a olvidar todo sin poder cerrar los ojos.
Adormecido en todos los sentidos, mientras el amor de mi madre se convertía en un monstruo horrendo, hasta que un día, ella simplemente murió.
Entonces conocí lo que ese silencio le había hecho a mi mente.
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Crisálida
Детектив / ТриллерUn hombre debe luchar contra los diferentes laberintos de su propia mente, para salvar a su hijo de sus propias experiencias vividas.