II. Huracán de esperanza

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        Ella era un huracán de esperanza, una ola de vitalidad que lo recorría de pies a cabeza mientras la besaba contra la pared empapelada y suave de su habitación de hotel. Habían llegado allí sin haber bebido demás, se sentía tan extraño estar más sobrio que ebrio en esos momentos, queriendo algo porque realmente lo quería como la quería a ella. Marla le había pedido que no la dejara seguir bebiendo hasta destruirse, es decir, hasta el desmayo o el inminente vómito explosivo en uno de los sucios baños de ese bar, por lo que se le ocurrió la brillante idea de enseñarle una bonita habitación de hotel cinco estrellas y ella accedió, ingenua como lo era, porque nunca había tenido el honor de pisar lugar tan fino.

Era obvio lo que iba a suceder.

—Cantante, me tienes que entretener toda la noche, lo has prometido, no agotes las ideas tan rápido —le advirtió ella entre besos ardientes y caricias indebidas, no estaba ebria, su cuenta habían sido exactamente tres vasos de bourbon y al último aún le quedaba un resto cuando lo abandonó. El joven la miró y se echó a reír alegremente, al momento de parar pensó que iba a ser incómodo pero no lo era, por algún motivo no lo era.

La tomó de la mano y la llevó a recorrer el lugar, porque ese era el plan original.

—La mejor parte de los hoteles cinco estrellas en donde nos quedamos son tres: la comida, el baño y la cama —explicó abriendo primero la nevera—. Primera parada, como ya lo he dicho: comida infinita.

En efecto, la pequeña nevera contenía muchas cosas, bebidas, leche, galletas, snacks, chocolates, todo lo que se le pudiera antojar y a un costado de ella había una mesita con un hervidor, té, café, tazas, azúcar, sal, dos botellas de vino y dos de champagne más copas.

Dos copas.

Era como si la habitación también le estuviera buscando compañía al cantante.

—Genial, lo que no es genial es que todo lo que saques te lo cobran —observó Marla sin soltar de su mano, el moreno la miró encogiéndose de hombros—. Ya sé que tú puedes pagarlo —murmuró luego, él sonrió.

—Lo que quieras, lo sacas —señaló.

La muchacha abrió la nevera y sacó una barra de chocolate milky way.

—Amo los milky way —se justificó ante la mirada de su acompañante, abriéndola y dándole un mordisco, él la tomó nuevamente de su mano libre y la arrastró hacia la segunda parada.

El baño.

—Lo que me gusta de los baños, y no me llames raro, son esos pequeños envases llamativos de shampoo y bálsamo, algunas veces de jabón. Cuando estuve en Grecia los envases tenían formas sumamente divertidas y originales —comentó emocionado, Marla lo estuvo observando con una involuntaria sonrisa en su rostro mientras comía su barra de chocolate y apretaba de su mano como una niña—. Bueno, este hotel como ves tiene jabón en barra y envases con forma de cilindro, nada nuevo, espero que huelan bien al menos —apuntó como si fuera un real guía turístico.

—Eres un raro, cantante —dictaminó ella de bromas, pues le agradó su fijación.

—¿Tú crees, turista? —sus ojos ámbar se posaron en ella y ella asintió largándose a reír.

—Vamos, quiero conocer la última parada —lo jaloneó.

—Pues —le quitó la barra de chocolate y le dio un mordisco que casi la acabó para volver a entregársela—. Lo siento, preciosa, pero a la última parada no se entra con comida.

—Ok, ok —ella finalizó el chocolate y dejó el envase en una mesita, recordándose mentalmente que luego tendría que ir a dejarla a la basura porque era lo correcto.

Ella siempre era así de protocolar.

Caminaron en silencio hacia cama, la cual tenía un cobertor hermoso y magnífico color salmón de tela suave y fina, Marla soltó al joven y se sentó en ella, tocando todo mientras daba pequeños saltitos para probarla.

—Me han dicho que tiene sábanas de seda —comentó él quitándose el reloj de mano distraídamente, la ojigris lo observó atentamente mientras caminaba por la habitación con sus pasos firmes y decididos.

Comenzó a temblar como chiquilla de la ansiedad. 

—¿Es tu primera noche aquí? —preguntó para disipar esos nervios.

—Primera y última, mañana nos vamos luego del festival, que es por la tarde...

Silencio, tenía que grabarse su ronca y apagada voz antes de que se fuera, su memoria auditiva era la que mejor tenía desarrollada por lo que era lo único que tenía que grabarse de él en esa noche oscura, sin luna pero llena de estrellas.

—Lo que me hace creer que no tengo más tiempo de disfrutar esta ciudad que ahora, justo ahora —él observó su nuca desde atrás y sonrió de medio lado, acariciándose la barbilla.

Marla, Marla, Marla. Aún tenía su ligero sabor a bourbon en los labios más el tacto de ellos sobre los suyos, ella había borrado los rastros de la absenta de su lengua reemplazándolo por algo mejor, ella era como su nueva hada verde, la bebida de artistas por fin se había quedado pequeña por lo que la nueva ganadora del trono se llevaría su apodo.

Hada verde. Gran turista. Marla.

—¿Has visto el cielo? —sacudió la cabeza y se volteó para correr las cortinas y darse cuenta del manto estrellado que era el cielo de las cuatro de la mañana sobre ellos, faltaban pocas horas para el amanecer, en donde el cielo es mucho más oscuro por unos instantes, y él era un fanático del amanecer.

Advirtió que no dormiría, pero francamente le daba igual.

—No suelo hacerlo mucho de noche, me gusta más el anaranjado del atardecer —explicó ella, levantándose de la suave cama para ir a su lado frente al ventanal del balcón—. No entiendo qué es lo que tiene toda la gente con el cielo nocturno.

—Es lindo.

—Es normal.

Se miraron y él meneó la cabeza con una sonrisa rendida. Marla deslizó su mano bajo la del joven artista y entrelazó sus dedos con los suyos con suavidad.

—Supongo que para los artistas es una inspiración eso del cielo y los astros y la galaxia —lo molestó con una vocecita extraña.

—No puedo negarlo —se rindió él—. Pero esta noche no lo creo.

—¿No?

—No —nuevamente sus miradas se encontraban—. Entonces... ¿En qué estábamos?

Jaló de su mano y la tuvo cerca otra vez, pudiendo inspirar el aroma cítrico de su perfume en su piel. Marla giró un poco la cabeza y lo miró a los ojos como no lo había mirado en toda la noche. Por supuesto que no se había olvidado de todos sus problemas pero en el ámbar sentía que sí, que podía hacerlo, que podía hacer una mísera excepción porque valía la pena.

—¿Puedes hacerme un favor, cantante? —murmuró a centímetros de sus labios, rozándolos al hablar, provocándolo mientras él la abrazaba por la cintura.

—Estoy escuchando, ojos grises.

—Hazlo como si realmente lo sintieras, como si fuéramos especiales y aparte del resto del mundo —él la miró con sorpresa, sorpresa y un calor emanándole del estómago, una chica de una noche no tenía el derecho de pedir tal cosa pero ella... ella sí podía, y no importaban los motivos, ella se lo estaba pidiendo, pidiéndole hacer lo que hace mucho tiempo no hacía desde que acabó con su relación más importante y se dedicó de lleno a su soltería y fama—. Sé que no es tu estilo pero... No quiero irme mañana sintiéndome más sola y vacía de lo que me encuentro.

Ni yo, pensó él.

—Somos especiales y una cosa aparte del resto, Marla —la besó y sintió sus delgados brazos rodear su cuello—. Y esta noche tenemos que prevenir suicidios.

La joven rió. 

Los amantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora