Desasimiento

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Al entrar pudieron notar que efectivamente se trataba de una capilla totalmente abandonada. A pesar del estado tan descuidado del establecimiento, las luces seguían encendidas al igual que en las pequeñas casas aledañas, que también yacían en soledad en el terreno.

El espacio de la iglesia era amplio y largo. Ya no había bancas ni cuadros como suele haber en estas construcciones; pero sí había una gran cantidad de ventanas y varios espejos. La mayoría estaban rotas. Las paredes estaban teñidas de un tizne negro que cubría la totalidad de la construcción, dando cuenta de un supuesto incendio. El altar estaba lleno de escombros, basura y los restos de lo que parecían ser animales muertos.

Llegaron al centro de la capilla y se les cerraban los ojos sin pedir permiso, Adal bostezó con fuerza haciendo que su hermana se contagiara de ese gesto y la imitara, se miraron dulcemente, sonrieron y sin pensar se sentaron de rodillas en el piso muy cerca de una ventana. Sin entender lo que sucedía y como si el magnetismo del lugar las impulsara a moverse, se quedaron petrificadas durante minutos mirando la pared lo que parecía ser la huella de una cruz. Callaron todo el tiempo desde que entraron a la capilla y sin motivo alguno, mientras miraban esa huella,  sus ojos comenzaron a lagrimear. No sentían pena, no sentían dolor o algún tipo de aflicción; solamente sus ojos se manifestaron por sí mismos durante ese momento. Un estruendo rompió el silencio de la noche, una luz encegueció a las chicas y la visión de una figura semejante a un cóndor parecía caer violentamente en el salón a la velocidad de un rayo. Al chocar con el suelo todo se apagó. Nada había cambiado en la capilla. Las chicas se pararon lentamente y decidieron seguir recorriendo el lugar.

Caminaron al rincón más oscuro y esquinado de la capilla, de pronto una brisa fresca les acaricia los hombros descubiertos. Gisa sonrió, como si hubiese encontrado lo que tanto buscaba, tomó a su hermana de la mano y quitó unos escombros que estorbaban el paso a una escalera que la misma brisa les había permitido descubrir. La base de madera que iniciaba esa escalera parecía podrida y rechinaba mucho, se veía inestable pero no era algo que las distrajera de subir. 

Cada cascote que retiraban les aceleraba el ritmo cardíaco, y una alegría intensa las apresuraba. De pronto, unas voces mezcladas con carcajadas de niñas se oyen desde la parte superior de las escaleras. El amargo sabor de sus salivas que las inundaban desde que entraron al edificio, se volvían dulces tan repentinamente que parecía hacer olvidar a las chicas todo tipo de aflicción. Las hermanas se alegraron tanto que solo podían oír el retumbar de sus corazones haciendo casi imperceptible la alarma que continuaba llorando afligida en el viento. 

Limpiaron el paso y corrieron a toda prisa hacia arriba, ignoraban lo frágil que se veían los peldaños, solo se lanzaron al encuentro de aquellas niñas.

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