Débiles pasos resonaban en la entrada del cementerio esa fría mañana lluviosa de verano. El cielo, encerrado entre las oscuras nubes, entregaba el lienzo perfecto para adornar la tristeza y desolación del lugar.
Con sus rubios cabellos ondeando suavemente movidos por la tenue brisa que acompañaba la atmósfera, el cusante de disruptir la aparente tranquilidad del lugar, parecía sumido en una angustiosa desolación.
Contemplaba en silencio la lápida de su madre, cuyo aniversario luctuoso había ido a honrar.
Aún la extrañaba enormemente, la añoraba a pesar del inexorable paso del tiempo, sin importar que estuvo privado de su presencia desde la temprana infancia, cuando su progenitora fue arrancada de sus brazos prematuramente por la misma enfermedad que actualmente lo aquejaba.
Park Jimin, a sus 21 años, todavía podía sentir el dolor que esos doce años de ausencia habían causado, no solo en su vida, sino también en la de su padre.
Ambos habían observado, impotentes, regresar a manos sagradas a un maravilloso ángel, alguien que velaría siempre por su bienestar y seguridad aun en su forma etérea.
Puede asegurar, sin temor a equivocarse, que el día en que recibió la noticia del deceso de su madre, fue el más desgarrador de su corta existencia.
¿Cómo hacer para sobrevivir si la luz que ilumina tus días se apaga irremediablemente? ¿Cómo conseguir respirar, si el soplo de aire fresco destinado a ser tu alivio, escapa sin siquiera percibirlo?
Cuando su padre, devastado, le informó del trágico suceso, sintió que había perdido su razón de ser, encontrándose entonces desorientado y solo, tuvo que aprenderlo todo de nuevo. Casi como un recién nacido, quien da por primera vez sus primeros pasos, lleno de cautela e inseguridad.
Ella había sido su pilar, su motor impulsor, la única que le daba fuerzas para perseguir su sueño. Quien alejó miedos, prejuicios e incertidumbres, y a sus tiernos 7 años, lo llevó por primera vez a un salón de baile.
Para sus infantiles ojos fue como una revelación. Había experimentado lo que llaman el cantar de los ángeles mientras observaba a los bailarines danzar en rítmicos movimientos, con inigualable gracilidad y, destreza. Artífices de un momento que atesoriaría por siempre. Y lo mejor de ese día, fue que pudo compartir su descubrimiento, con la persona capaz de darlo todo para preservar su sonrisa.
Su madre, fue la flor que vio florecer ante sus ojos, la bailarina principal de la función que presenció. La que encendió la llama de la pasión por la danza contemporánea dentro de su ser. Jimin nunca supo lo que era el arte, hasta que la vió bailar, moverse como agua escurriendo entre los dedos, natural y perfecta. Efímera pero memorable.
En ese teatro nació su felicidad. Y por primera vez deseó. Juntó sus manos al cielo y pidió poder hacerlo también, ser libre a través de los movimientos, transmitir todo y a la vez nada con sólo un gesto, un baile, una representación.
Anheló poder tocar el cielo con la punta sus dedos. Luchó por años para lograr su cometido, buscando encontrar su propio paraíso terrenal, su forma de expresarse, de vivir dictando reglas propias, pero cayó derrotado antes de siquiera exteriorizar sus pretenciones.
NLMD (Non Lethal Muscular Dystrophy) , cuatro letras. Unas siglas poco significativas, acabaron con su duro trabajo, lo relegaron a observar el firmamento con los pies anclados a la superficie, sin opciones de volar. Viendo desde la banca como otros, sanos, podían alcanzar las estrellas.
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Running for the Cure
FanfictionPark Jimin y Jeon Jungkook, simples estudiantes de Medicina, ven su mundo colapsar en unas pocas horas. Nunca una salida al supermercado tuvo peores consecuencias que cuando advirtieron a uno de los empleados siendo devorado en medio de un pasillo...