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El espíritu navideño se siente en cada rincón de la ciudad de Chicago; luces de todos colores y formas, árboles decorados con tonos rojizos y pequeños copos de nieve cayendo delicadamente sobre el asfalto. Y como es de esperar en Víspera de Nochebuena, una multitud de personas se agrupa en la plaza principal a admirar el inmenso pino repleto de adornos deslumbrantes.

Sin embargo, había algo más que relucía entre ellos, y era el brillo de los verdosos ojos de Klaus; de pie e inmóvil, con sus brazos rodeando su cuerpo y su mirada fría y triste, directa hacia el blanquecino suelo. Comenzó a observar a la gente de su alrededor y se percató de las sonrisas en sus caras, de la felicidad despampanante que irradiaban sus corazones.

Fue ahí cuando cayó en cuenta que el suyo estaba roto.

Las lágrimas amenazaron con desbordarse otra vez, así que decidió largarse de ese lugar que con tal ironía le recordaba su mediocre situación. Pues cómo no, si todo lo que había ocurrido parecía una fantasía de mal gusto.

Hace cinco horas atrás, a unas calles de la cafetería Viena, un animado chico de cabellos ondulados caminaba con prisa. Parecía que estaba atrasado por las grandes zancadillas que daba al caminar, pero solamente era la emoción acumulada en su pecho. Iba a encontrarse con su novio para celebrar su séptimo cumple mes y no pudo aguantar las ganas de verlo, así que decidió tenderle una sorpresa y llegar antes al lugar donde habían acordado.

– Bien, Klaus. Vas bien. Faltan aproximadamente diez minutos antes de que Matthew llegue. ¿Por qué rayos siempre tiene que ser tan puntual?

Las personas que pasaban a su lado lo miraban extrañados ya que hablaba solo, pero a él no le importaba. Lo único que tenía en mente era a su persona especial.

De pronto, sus ojos se detuvieron al ver la puerta de entrada del café frente a él. Esbozó una leve sonrisa y se adentró por el pasillo hasta sentarse en la mesa que siempre ocupaban con Matthew. Nervioso, empezó a jugar con sus pies y el servilletero con forma de pastelillo.

Pasaron unos minutos, el mesero le había ofrecido la carta y Klaus veía la sección de postres hasta que divisó algo más deleitable a través de la ventana.

Pero esta vez no fue tan así.

A media cuadra frente al local, el chico de alta estatura y cabellos azabaches tenía el rostro resumido en una sutil mueca de desaprobación. Y Klaus no se dio cuenta qué es lo que provocaba tal gesto hasta que dirigió la mirada hacia donde él estaba viendo.

Cabello negro y largo, tez trigueña y labios rojos tono mate. Con un abrigo de piel blanco y guantes aperlados, la desconocida chica tomaba insistentemente al contrario del brazo, parecía reprocharle algo por el ceño fruncido que expresaba su cara.

El ojiverde no aguantó más la curiosidad, tomó su largo abrigo negro y salió sigilosamente por la puerta de cristal. No tuvo que hacer mucho esfuerzo en no ser visto – además de esconderse detrás de un cajero automático – ya que, al acercarse, la chica y Matthew parecían estar ensimismados con su calurosa conversación.

– ¿Por qué no quieres quedarte conmigo hoy?

– Ya te dije que iba a encontrarme con Klaus, Samantha.

– ¡Él siempre se interpone! ¿Qué tiene él que no tenga yo?

Ella hace un puchero y se cruza de brazos. Matthew, con toda la calma del mundo, coloca su mano en la mejilla de la chica y la acaricia suavemente.

En ese momento algo se removió dentro de Klaus.

– Es nuestro cumple mes. Le prometí que vendría, somos novios aún y...

– Ese el problema; me dijiste que terminarías con él apenas estuvieras seguro conmigo y llevamos tres meses saliendo. ¿Acaso todavía lo amas?

El castaño se aproximó más a la chica y tomó su mano con un poco de nerviosismo.

– Claro que no, bebé. Pero te he dicho que es sensible, ya sabes como es. Necesito un poco más de tiempo para–

– Pues creo que ya no lo necesitas.

El interpelado llegó a dar un respingo de sorpresa al ver la figura de Klaus frente a él. Y la chica, por su parte, lo miró con ojos de lástima.

– ¿Q–qué haces aquí tan temprano? Creí que íbamos a encontrarnos a las cuatro...

– ¿O sea que lo que dice ella es verdad? – su voz sonó quebrada y de tanta impotencia, empiezan a aguarse sus ojos. – Confié en ti, Matthew... yo... en verdad...

El chico de cabellos ondulados no podía aguantar más el nudo que se había formado en su garganta. Tenía tantas ganas de gritarle, llorar, lanzarse sobre él y golpearlo hasta morir. Pero por alguna razón no podía; él lo quería demasiado.

Así que, con todo el dolor del mundo en su pobre corazón, pronunció las palabras que nunca se atrevería decirle si lo viera de nuevo – Terminamos.

Al recordar ese momento, sintió un sabor amargo en la boca y las lágrimas comenzaban a brotar nuevamente. Pasó la manga de su abrigo para limpiar los rastros del dolor latente que se apoderaba de su alma.

– No, no, no. ¡No, maldición! ¡No!

Agarró su cabeza con ambas manos y cayó al suelo de rodillas, sollozando. El suelo estaba duro y frío, ya no habían más sonrisas ni luces brillantes; ahora estaba él ahí, solo, alejado de la realidad en un lóbrego callejón sin salida. De repente el llanto fue siendo cada vez más inaudible hasta cesar. Levantó su mirada, recordando algo, y su mano alcanzó una pequeña bolsa que tenía en el bolsillo de su pantalón.

Rio con aspereza.

– Soy un maldito cobarde.

Hace aproximadamente un año, Klaus había salido de rehabilitación; desde ahí en adelante siguió yendo a terapia por la costumbre y no tuvo recaída ni una vez, todo porque Matthew estuvo a su lado para cuidarlo. Pero ahora, como él estaba fuera de la ecuación, la fragilidad del ojiverde reluce en su máximo esplendor. Aunque no le es mucha sorpresa, la verdad, ya que para guardarse la droga "por si acaso", es como si hubiera estado esperando que algo malo se desatara.

– Justo como en los viejos tiempos, bebé.

Besó la bolsita con una melancólica sonrisa antes de sacar dos pastillas de colores y luego metérselas a la boca, luego acomodó su cabeza en la pared y lentamente cerró sus ojos esperando el éxtasis. Sin embargo, comenzó a escuchar leves susurros que provenían desde un punto fijo.

– ¿Klaus? Klaus... Hey...

Con una mueca de disgusto, se cubre los oídos como puede y niega con la cabeza. – No, las voces no de nuevo. Se supone que debería ser al revés.

De repente, divisó algo en la única parte del callejón donde llegaba luz; parecía una sombra que se movía de un lado a otro e iba hacia él. Y justo en el momento menos oportuno, las pastillas comenzaron a hacer efecto y su vista se fue tornando borrosa poco a poco.

Bueno, supongo que, si tengo que morir hoy, sería un maravilloso regalo de navidad, pensó.

Y lo último que recordó de ese instante, fue el calor de unas manos con guantes posándose en su mentón. 

Last Christmas | KliegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora