bitter

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Fue un simple toque, a penas un roce de labios.

El responsable tenía los ojos cerrados y el ceño fruncido esperando que le llegara un golpe por ese acto tan atrevido, pero nada. No se aguantó las ganas de ver la cara del contrario así que lo hizo, y allí estaba; con la mirada más sorprendida que nunca y como una estatua.

Oh no, lo arruiné. Lo arruiné.

En pánico, y con las manos temblorosas, las apartó de la cara de Klaus haciendo un camino desde sus mejillas hasta los hombros. No pudo articular palabra alguna, quedó paralizado imaginándose lo que pasaría y cómo su hermano iba a odiarlo. Porque eso eran, hermanos, y obviamente Klaus no lo veía de la misma forma en que Diego lo hacía.

O eso pensó él, porque cuando estuvo a punto de quitar la mano, el otro, en un ágil movimiento la agarró suavemente mientras parpadeaba varias veces, como asimilando la situación en la que se encontraban.

De pronto, sus miradas se cruzaron y es como si ahora todo cobrara sentido.

El ojiverde sintió como si un peso se quitara de encima y a su corazón se le derritiera la capa de hielo que lo cubría, cosas que nunca experimentó con Matthew ni ninguna otra persona. Esa calidez y tranquilidad la sentía cada vez que estaba con Diego, y cayó en cuenta que eso lo hacía desear estar siempre así, con él.

Pero a la vez que reflexionaba sobre eso, sus pensamientos fueron interrumpidos por el castaño.

– Yo... Klaus, p–perdóname. De verdad... No sé lo que hice.

Se formó un silencio incómodo porque no sabían qué decir, hasta que Klaus decidió que se dejaría llevar por lo que dictaba su corazón.

No podría estar tan equivocado, ¿cierto?

– Diego... Yo te quiero.

Diego queda descolocado ante esas palabras, pero rápidamente comprende el contexto al que se refiere y sonríe algo apenado.

– Yo también, pero no de la misma forma que tú lo haces.

Estaba dudoso, no tenía planeado confesarle su amor, más bien, nunca de los nunca, porque Klaus era lo más importante, confiaba en él. Y hacerle esto era traicionar su confianza.

Pero dadas las circunstancias, a este punto es todo o nada, no había vuelta atrás.

– Klaus, yo quiero... Quiero que me mires con los mismos ojos que yo te miro, ser la primera persona en que pienses cuando necesites ayuda. Ser tu compañero, tu confidente, ser... Alguien especial para ti.

Ya estaba, lo dijo y no había muerto en el intento, aunque ya se estaba preparando para el rechazo absoluto y ensayando las palabras que usaría para aceptar su destino, como debía ser.

Sin embargo, estaba tan ensimismado con su fracaso que no percibió las claras intenciones del ojiverde.

– Ya eres suficiente. – se acercó observándolo fijamente hasta que su torso chocó con el contrario y un escalofrío recorrió su espalda – ¿Y si... lo intentamos?

Diego no puede procesar lo que está diciendo e incrédulamente musita – ¿Q–qué?

Klaus no se avergonzaba por haber descubierto lo que sentía, pero decirlo en voz alta frente a la persona que te provoca esos sentimientos, es otro tema.

Con algo de nerviosismo, apretó la mano del moreno para buscar serenidad y valentía.

– Esto que siento ahora, contigo... No lo he sentido con nadie más. No sé lo que es, pero... Me gusta.

Estaban tan cerca que sus respiraciones se mezclaban y el frío invierno desapareció a su alrededor; la calidez de sus manos era suficiente y la conexión de sus miradas expresaban todo aquello que nunca pudieron decirse. Se conocían, y desde hace mucho antes que se querían.

Ambos quedaron contemplando los orbes del otro como si fueran un oasis en medio del desierto, hasta que Diego no pudo evitar bajar la vista hacia los labios de Klaus y relamerse los suyos en un acto de anhelo inconsciente. El contrario se percató de ello y altivamente no dudó en entrelazar sus dedos en los negros cabellos de Diego y unir sus labios en una suave danza al cerrar sus ojos.

Al principio fue lento, furtivo y tierno, pero a medida que sus cuerpos se iban aproximando, el beso se tornó algo fogoso.

El deseo llegaba al límite de la cordura de Diego; quería tocarlo, poseerlo y tenerlo todo. Estaba hambriento.

Colocó sus manos en la delgada cintura del otro y subió a la parte superior de su espalda; acarició los trapecios y omóplatos, para luego bajar hacia los flancos y atraerlo hacia sí hasta que no quedase ningún espacio entre ambos. Eso ocasionó una pequeña queja por parte de Klaus al sentir la totalidad de Diego en su cuerpo.

Estaba en llamas, y el ojiverde no desaprovechó la ocasión para provocarlo. Enseñó su lengua seductoramente y lamió el labio inferior del otro mientras que sus palmas surcaban los tonificados brazos de Diego y ascendían poco a poco hasta llegar a su barbilla y rozar la áspera y varonil barba a medio salir.

– Me estás volviendo loco.

Exclamó el moreno antes de volver a juntar sus bocas e intensificar el tacto de sus manos.

Imprevistamente, se tambalearon por la nieve resbaladiza que había en el antepecho del balcón y chocaron contra la pared, provocándoles unas risillas entremedio del beso.

Estaban tan embobados, que apenas se dieron cuenta cuando entraron por el ventanal del apartamento y Diego trató de cerrarlo un par de veces sin conseguirlo.

– ¿Necesitas ayuda?

Klaus lo sujeta del brazo y ubica de espaldas al sofá, acto seguido, su palma se detiene en el torso del contrario y le da un suave empujoncito hasta hacerlo caer tumbado en el edredón. Se devolvió a asegurar la cremona al mismo tiempo que se quitaba el suéter y quedaba en una sudadera beige.

El castaño examinó rigurosamente como los músculos del ojiverde se tensaban y su blanca piel relucía pequeñas gotas de sudor, así que no pudo obviar molestarlo un poco.

– ¿Acalorado?

Preguntó disfrazado con cierto tono inocente, pero el comentario estaba cargadísimo de pura ironía y descaro.

Al parecer, Diego olvidó que la característica principal de Klaus es ser un maldito impredecible. Y en honor a tal cualidad, sonrió ladinamente con total insolencia y subió a horcajadas de Diego hasta sentarse en la zona baja de su abdomen a la vez que sus caras quedaban frente a frente.

– No lo sé, tú dime.

De inmediato, el rubor subió a las mejillas del aludido y no pudo impedir que cierta reacción biológica fuera invisible en su pantalón. Y como idiota, dijo lo primero que se le vino a la mente.

– Ahora sí me vendría bien ese cigarrillo.

El contrario esboza una sonrisilla maliciosa y se endereza a rebuscarlo en el bolsillo para entregárselo. Diego estira su mano para que termine de encenderlo, pero antes de llevarlo a su boca, Klaus se inclina para calar del cigarro e inesperadamente despedir el humo sobre su rostro.

Nunca había estado tan extasiado.

Más aún cuando la mentolada sensación con toques de cereza lo envolvió por completo, y el hermoso chico de cabellos ondulados lo miraba a la luz de la luna mientras pronunciaba unas dulces palabras.

– Feliz Navidad, Diego.

Klaus le sonríe coqueto y Diego lo acerca a él abrazándolo por la cintura y se vuelven a besar.

Last Christmas | KliegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora