CAPÍTULO UNO ▮ the trail of death .

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Atsushi estaba jodido. Muy jodido, en negrita, con mayúsculas y en un cartel de neón colgando de la estatua de la libertad. Así de malo era.

No paraba de repetirse a sí mismo lo inútil que resultaba en esa situación su presencia y que su nula eficacia para labores de esa clase finalmente le causaría problemas.

Sus manos se cerraron en puños impotentes mientras arrastraba sus pies ya con desgano por el pavimento de las ajetreadas calles de Yokohama. Debía despedirse de aquellos edificios que había memorizado por exigencia de Kunikida, revivir una vez más su largo paseo con la pequeña Kyouka por la ciudad, tener una segunda oportunidad para visitar aquella cafetería a la que Kenji siempre acudía con amabilidad cuando se sentía hambriento y estaba lejos de la Agencia, atisbar con curiosidad una vez más aquella extraña librería a la que Ranpo hacía encargos de novelas inusuales, huir de Yosano cuando se cortase un dedo con papel y quizá hasta podría echar un último vistazo a aquella tienda a la que Naomi le obligó a ir en busca de su nueva lencería sorpresa para Tanizaki... o mejor evitar ir a ese último sitio.

Un escalofrío recorrió su espina dorsal solo con recordar aquél traumático acontecimiento.

— Sí sabes que no te degollarán solo por no conseguir unos dulces para Ranpo, ¿verdad?

Atsushi resopló, luciendo derrotado. Giró su gacha cabeza hacia Kyouka, que caminaba a su costado. Claro, había estado tan perdido en su propio agujero de autocompasión que había olvidado la presencia de la infante que le hacía compañía.

— Eran unos dulces limitados traídos desde Europa. "Zopf" Suizos —explicó llevando su diestra a su rostro, sin saber dónde esconderse de los desastres que él mismo causaba en su vida—. Ranpo-san va a quemarme vivo..

La de hebras azabache llevó una de sus manos a su mentón, mostrándose pensativa un instante.

— Seguramente él ya sabía que no podrías conseguirlos —se encogió de hombros con su habitual e imperturbable serenidad—. Ultradeducción, ¿lo olvidaste?

Aquella última declaración causó que el albino alzase la cabeza casi al instante, como si con un par de palabras hubiese recobrado su vivacidad en todo esplendor.

Por supuesto, vaya que eso tenía sentido. A su parecer, era la respuesta más lógica posible, pero, si Ranpo sabía que no llegaría a tiempo por los dulces, ¿entonces por qué de todas formas lo había enviado?

No tenía mucho sentido.

— Mhm.. claro —murmuró como respuesta, sin dejar de buscar un motivo en su mente.

Algo más complicado que tener una mente capaz de deducir todo con lujo de detalles, era tener una mente promedio que luchase contra su propia incapacidad analítica para entender lo que ese intelecto brillante realizaba.

Atsushi miró al frente sin observar realmente. Kyouka pudo notar que sus ojos se desviaban ligeramente hacia arriba en una dirección diagonal. Conocía bien ese gesto, era el rostro inconsciente que tenía el joven Nakajima cuando algo no cuadraba para él y, exprimiendo con ahínco sus neuronas, intentaba darle sentido y orden a sus propios pensamientos.

— Quizá.. quizá Kunikida-san quería menos ruido en el edificio de la Agencia.. —musitó con sus dedos índice y pulgar en su mentón. Y, tras un momento de aparente reformulación, negó con la cabeza—. No, en ese caso habría echado a Dazai-san..

La menor a su costado le miraba arqueando una ceja. No era la primera vez que el de tez blanquecina exponía sus pensamientos en voz alta, y seguramente tampoco sería la última. Pero le resultaba ligeramente divertido el como Atsushi parecía preocuparse demasiado por todo.

𝐌𝐄𝐀𝐍 ▮₊̇ °   SHIN SOUKOKUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora