Capítulo 1

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Diciembre de 2009

—En cinco días será Navidad, papá. ¿Qué quieres de regalo? —preguntó la joven sentándose junto a su padre que leía el periódico en la sala de la acogedora casa.

—Que Maura sea completamente feliz —dijo el hombre mirando con melancolía a la mujer que preparaba una ensalada en la cocina y canturreteaba una melodía ajena a las dos personas que la miraban atentas.

El corazón de Cristina se entristeció al pensar una vez más que la infelicidad de Maura era su culpa.

Se removió nerviosa en su silla y su padre le tomó una mano.

—No te sientas mal. Fue hace muchos años —dijo el hombre un tanto arrepentido de su comentario, pues lo último que quería era entristecer a su hija.

—Pero las consecuencias nos han perseguido hasta hoy —dijo ella compungida—. Si pudiera hacer algo... algo para que...

—Shhh —la interrumpió él—. Ya no vale la pena pensar en el pasado, lamentarse por lo que no se hizo y desear que el tiempo retroceda. Nada de eso sucederá.

Pero quizás se puede intentar influir en el futuro, pensó la joven, deseando que este año sí hubiera suerte. Si solo el investigador privado que había contratado pudiera darle una pista, una señal...

Si solo yo hubiera sido diferente, se dijo de nuevo con verdadero arrepentimiento. Si hubiera aceptado a Maura desde el principio, si no hubiera actuado de la manera infantil en que lo hice, si... Eran demasiados si y aunque llevaba más de cuatro años tratando de arreglar lo que ella misma había arruinado, no lo había logrado.

La mente de Cristina viajó al pasado. A una infancia y una adolescencia rebelde, llena de rabietas, inseguridades y sobre todo egoísmo.

Cristina había nacido de unos padres sumamente amorosos y preocupados. Francisco era el dueño de una pequeña cadena de restaurantes con sucursales en tres ciudades, amaba a su esposa Stelle y de ese amor nació Cristina. Era la niña consentida, a quien no le negaban nada de lo que pedía, a quien amaban más que a sus propias vidas. Los tres fueron muy felices, hasta cuando Stelle murió en un accidente de tránsito; Cristina tenía ocho años.

Y la vida cambió trágicamente para ella. Durante un tiempo, su padre se entregó a la tristeza y la desesperanza. Se enfermó, pero el gran amor que le tenía a su hija lo llevó a recuperarse para ella. Poco a poco lograron mitigar el dolor que sentían por la pérdida de la amada Stelle y volvieron a ser felices. Cristina se sentía afortunada de que su padre viviera para ella y se prometió vivir para él: serían un equipo para siempre, los dos, solo los dos.

Por eso el mundo se le vino encima a Cristina a los once años, cuando su padre se enamoró de una bella mujer y decidió casarse con ella.

Aún podía recordar el día en que la conoció. La noche anterior Francisco le había hablado de ella y de sus intenciones de casarse. Cristina había llorado, suplicado y amenazado para tratar de obligarlo a echar atrás su decisión, pero parecía que nada cambiaría la determinación de su padre: se iba a casar con ella, le gustara a su díscola hija o no. Para Cristina eso era una traición a la memoria de su madre y a ella misma. Por eso detestó a Maura aun cuando no la había conocido siquiera.

—Esta es Maura —había dicho Francisco a Cristina—. Salúdala.

Cristina se había sorprendido pues esperaba conocer a una mujer joven, rubia de piernas largas y aspecto de cazafortunas, no a una mujer de la misma edad de su padre, de baja estatura, apariencia modesta y mirada amable.

Un Regalo de NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora