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La noche estaba en su apogeo, y la ciudad que nunca duerme brillaba como un joyero repleto de luces, reflejadas en el asfalto mojado por una lluvia reciente. La música retumbaba desde los altavoces de los coches como un eco en la jungla urbana, y la carretera se estiraba delante de mí, una serpiente infinita que parecía retar a los valientes a domarla. Estaba en segundo lugar, pero no por mucho tiempo. Tomé la curva como un maestro, rebasando a los tres coches que tenía delante como si fueran simples conos en un circuito de entrenamiento. El rugido del motor resonaba en mis oídos, una melodía que anunciaba mi ascenso al primer lugar.

Me acerqué al líder, pegando el morro de mi coche al alerón trasero del suyo, desafiándolo con cada centímetro que ganaba. Con una maniobra rápida y desesperada, se apartó de mi camino, dejando el carril libre para que tomara la delantera. Sentí una sonrisa dibujarse en mi rostro, saboreando la victoria anticipada mientras recordaba que había empezado desde el último lugar. Ahora, era yo quien dominaba la carrera.

Los coches de los trabajadores se apartaban como si fueran piezas de ajedrez movidas por manos invisibles, conscientes de que nuestra velocidad superaba los doscientos kilómetros por hora. La policía ni siquiera se molestaba en seguirnos; sabían que era una batalla perdida desde el principio. Los coches que manejábamos no eran simples vehículos, eran bestias modificadas, y entre nosotros se encontraban los mejores corredores de la ciudad.

Mantener mi puesto era casi demasiado fácil, y me permití un momento de tranquilidad. La chica a mi lado, con una sonrisa que rivalizaba con la mía, puso sus piernas sobre las mías, y por un instante, el mundo se redujo a nosotros dos. Estaba donde siempre había querido estar. Pero entonces, unas luces intermitentes me devolvieron bruscamente a la realidad. Un Mustang Shelby negro estaba peligrosamente cerca, su morro casi tocando el parachoques trasero de mi coche. Apreté el acelerador, dispuesto a mantener mi posición.

El Mustang intentó cambiar de carril para rebasarme, pero no se lo permití. Rápidamente se movió al otro lado, pero tampoco lo dejé pasar. Sentí un ligero empujón cuando su coche se pegó al mío, y sonreí con la adrenalina corriendo por mis venas; la verdadera carrera apenas comenzaba para mí.

Mientras tanto, la chica a mi lado grababa cada segundo con su teléfono, sin darse cuenta de que el Mustang ya estaba casi a la par conmigo, rueda a rueda. Intenté ver al conductor a través de la ventana, pero estaba tintada en un negro impenetrable. Me hizo una seña con las luces, y en la siguiente curva, por un momento, creí que iba a embestirme. La copiloto gritó, aferrándose a lo que pudo, cuando giré el volante bruscamente para evitar lo inevitable. Pero el Mustang no me tocó; me rebasó limpiamente, dejando mi orgullo herido en la curva.

El Mustang cruzó la línea de meta en primer lugar, y yo quedé segundo, mi coche alemán de alta gama opacado por una chatarra estadounidense. Me bajé del coche con la sangre hirviendo, sabiendo que había perdido una fortuna. Me acerqué al Mustang, con su decoración plateada y la palabra  "CHERRY" destacándose sobre su matrícula oculta. Con las llaves de mi coche, rayé su pintura con impotencia, mientras la multitud estallaba en vítores.

Pero antes de que pudiera terminar, el motor del Mustang rugió con un sonido ensordecedor, y una llama salió disparada del escape, obligándome a retroceder. El rugido del motor me aturdió y el humo de las llantas me cegó, obligándome a retroceder, tosiendo y maldiciendo.

—¿Quién diablos es? —le gruñí a John, pero él solo se encogió de hombros mientras veía cómo el Mustang desaparecía rápidamente en el tráfico.

—Se metió en la carrera hoy, nadie sabe quién es, no es de por aquí.

Había perdido una cantidad inmensa de dinero por culpa de ese coche, pero le daría una oportunidad de huir. Después lo buscaría, hasta partirle la cabeza si era necesario. Nadie, absolutamente nadie, me humilla de esa manera.

CHERRY PLAYBOY© Donde viven las historias. Descúbrelo ahora