A FINALES DEL S. XIX

152 17 3
                                    

Durante la guerra por el salitre, o más conocida Guerra del Pacífico, ocurrieron una serie de eventos que marcaron las relaciones de todos aquellos involucrados, y lamentablemente también la de aquellos que no.

Uno de los sucesos más desagradables para la nación chilena en el transcurso de esta guerra fue el ultimátum que sería dado por su amigo, su amante, su confidente, Argentina; quien acababa de llegar a caballo junto con un par de hombres.

Chile les miró confundido, no entendía que hacía Martín aquí y ahora, antes le había enviado una carta narrándole lo ocurrido con Peru y Bolivia, y si quisiera saber más detalles le habría enviado una carta.

—¿Que haces aquí? —se le acerco el chileno con una sonrisa algo confundida pero dulce para ayudarle a bajar del caballo, aunque dentro de unos segundos su expresión cambió a desconcertó a causa de la acción de su amante, quien le ignoró bajando por el otro lado del caballo. Martín tenía una expresión sombría, como si estuviera por cometer un crimen o un acto que sabía estaba mal. —¿Martín?—le volvió a llamar confundido el chileno.

—Chile.—le llamó el argentino con una voz plana y seca, sabía que le haría daño, sabía que lo que haría dañaría su relación, pero no tenía opción, era su momento para obtener la Patagonia, y además, sus jefes no le dieron opción, le dolía en el alma, más aún al ver esa sonrisa en su rostro, pero lo tendría que hacer por su nación, por su gente y por complacer a sus jefes.

Cuando Argentina lo llamo así sintió un vacío en el estómago y un gran pesar en su pecho. Comprendió que algo andaba definitivamente mal y no pudo evitar tomar una actitud a la defensiva, no sabía si para proteger su reputación o su corazón.

Chile se cruzó de brazos y entró a el palacio de la moneda con el argentino siguiéndole por detrás junto a aquellos hombres que le acompañaban. El puñado de hombres más ambas naciones entraron a una habitación con un escritorio de madera en el cual el chileno se sentó viendo hacia estos, Argentina se sentó frente a este y le extendió una hoja, un tratado exactamente.

Mientras más leía más se le partía el corazón, no podía creer aquella traición por parte de la nación argentina. Al terminar de leer alzó la vista y vio sin expresión alguna a Argentina durante unos segundos, calculo fríamente la situación, no podía comenzar otra guerra en el sur, su ejército no daba a basto.

—Denme un segundo.—dijo chile alzándose para salir de la habitación y traer a su jefe para que leyera el tratado que les ofrecían los argentinos.

Mientras su jefe leía, Manuel solo podía ver con odio al argentino, odio que ocultaba dolor y un corazón roto.

Cuando el tratado fue firmado y el disturbio pasado, Argentina pidió estar a solas unos momentos con Chile, el cual no dijo nada, solo se levantó de su asiento y miró a través de la ventana con ambas manos sostenidas entre sí tras su espalda y un gran nudo en su garganta.

—Manu...—lo llamó el Argentino una vez estuvieron solos pero el menor no respondió. El argentino se le acerco por detrás al no recibir respuesta —Che... ¿Manu?—le iba a abrazar para pedir perdón, pero el chileno ya se había volteado agarrándole de la ropa con una mirada amenazante.

—No me volvai a llamar por mi nombre—le empujo haciendo que este retrocediera unos pasos.

—¡M-Manu! ¡Escúchame che!

—No quiero oír nada de ti... ya no.

—¡T-Tuve que!—Martín sentía como su mundo se derrumbaba, sabía que esto terminaría así, pero no podía evitarlo, no veía una salida.

—¡No e' verda'!—Exclamo con los ojos brillantes por las lágrimas que querían escapar.

—Escúchame Manu... —le agarró como pudo rodeándole con sus brazos.

—¡S-Suéltame!...—exclamo cada vez bajando la voz y sus movimientos para que le soltara.

—Era lo mejor para mi nación, para mi gente.. mis jefes me obligaron.. yo no tenía opción... —apoyó su frente en el hombro del chileno que aún aguantaba las lágrimas.

—Esto es traición...—musitó dejando de corresponder el abrazo y le empujó más fuerte que antes— ¡Siempre hay otra opción! —le dio un gran puñetazo en esa enorme narizota que tenía y luego le jalo de las ropas para intentar sacarlo de la habitación.

—¡Hijo de las remil putas! ¡Manu!—se agarraba la nariz adolorido mientras intentaba que el chileno no le sacara de aquella oficina.

—¡Fuera! —le lanzó una patada al trasero para sacarlo de una vez, pero el argentino se devolvió hasta volver a estar cara a cara del chileno, el cual quedó en blanco al tener el rostro del argentino tan cerca de su rostro.

El argentino le agarró de las mejillas y le dio un gran beso que hizo entumecer todo el cuerpo del menor, quien le agarró de las muñecas intentando quitárselo de encima, aunque en el fondo definitivamente quería ese beso.

—Nunca te dejare de amar Manu.—fueron las últimas palabras del argentino antes de soltar al chileno, quien tardó en reaccionar unos segundos.

—¡Yo no!—exclamo volviendo a sus cabales y empujándole fuera de la habitación para cerrar la puerta de golpe y volver a golpearle la nariz.

Una vez solo y encerrado en esa habitación se dejo caer al suelo, apoyando su espalda contra la pared mientras presionaba sus palmas sobre su rostro, intentando que aquellas lágrimas no se le escaparan, pero fue inútil, no podía pararlas, e incluso aumentaban con tan solo pensar en su amor.

Por otro lado esta Martin, que en realidad después de besarle noto que podría arreglarlo, aún no sabía cómo, pero arreglaría las cosas con su amor, tendrían todo el tiempo que necesiten para volver a amarse.

Los meses pasaron y ese horrible tratado firmado el 23 de julio de 1881 le había dado a Chile una razón más para no perder la Guerra por el salitre, perder aquella guerra le sería un golpe al orgullo, pero si la ganaba demostraría que era muy capaz, tan capaz que dejaría con la boca abierta a las demás naciones, después de todo era el solo contra Peru y Bolivia. No es como si fuera la primera guerra dispareja, pero quería ganar, y así ver al mundo de lo que era capaz, y a Argentina hacerle ver que no le necesitaba, aunque se moría por verle al menos una vez más, pero su orgullo le ganaba.

Así fue como dos años más tarde, un 20 de octubre de 1883 se dio por finalizada la guerra, Bolivia perdiendo su litoral marítimo y Peru sus provincias sureñas, ahora anexadas por Chile. El conflicto provocó unos 23.000 muertos entre ambos bandos.

—¿estás satisfecho?—preguntó un hombre inglés sirviendo el té al chileno.

—Ma'o menoh'... y tú?—dijo bebiendo de la taza de té.

—Habla bien darling —se sentó frente a este bebiendo de su té.

El chileno carraspeó y tomó aire para volver a hablar.

—Más o menos dije... gracias por el té Inglaterra.

—you're welcome Chile (de nada chile)

—teniai razón, tener el salitre ayudaría mucho a la economía... —mientras decía esto sentía una angustia en su pecho.

—of course. —le veía el inglés mientras bebía té. —no te puedes arrepentir ahora, nuestro trato ya está cerrado. —se apresuró a decir el inglés al notar una mirada con poca convicción en el rostro del chileno.

—Ya se...

Todo termino bien... Donde viven las historias. Descúbrelo ahora