•Capítulo I

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El frío color del cielo se podía admirar a través del grande ventanal de la cocina.

Aquel azul cian que tomaba el cielo de madrugada, cuando no era ni de día ni de noche.

Aquel azul que más tarde sería de un naranja intenso, rozando el color rojo.

Yo me había levantado tan temprano nada más y nada menos que para preparar todas mis cosas. Tanto las "cosas" como maletas y demás, como mis propios pensamientos.

Tan concentrada estaba en mirar el cielo que casi no me dí cuenta de que mi hermano mayor había entrado por la puerta.

-¡pero bueno!- dijo él.

Mi hermano mayor era el "ricitos dorados" de la familia, era de un rubio que se hacía parecer al oro, al igual que mi cabello. Él tenía los pómulos de la cara un tanto marcados y era bastante alto.

Él ya tenía una carrera, tenía su propia casa y su propia vida social. Aunque de vez en cuando se quedaba pasando la noche en casa de nuestros padres.

-¿que haces despierta a éstas horas?- en su tono se denotaba algo de burla.

-Ya no tengo 10 años, viejales.-

Admitía que aquel comentario no me agradó mucho, y es que él sería siempre unos años mayor que yo.

-Hoy es tu primer día, ¿verdad?

-Venga, lo sabes de sobra.

-Es verdad, en realidad, lo sé más que de sobra, estuviste los cinco últimos meses recordándomelo cada diez segundos.

Mi hermano el gracioso.
Ignoré sus intentos de sonar gracioso y volví a darle un trago al vaso con agua con hielo que se había servido.

Al entrar en mi habitación de nuevo, abrí el gran armario lleno de pósters que permanecía en una de las esquinas de mi cuarto.

Les heché un vistazo por última vez a esos pósters. Realmente los extrañaría.

-Oh, Dios, que friki soy.- Dije en voz alta, antes de dejar escapar una risita.

Entré al baño.

Después de una larga ducha, me miré al espejo.

Yo era una chica de pelo de pelo corto, ¿como de corto? Pues... Algo así como más corto que Billy Lenz.

Vamos, se podría decir que era una maldita aesthetic.

Como de costumbre, repasé mis ojos con lápiz negro, y acto seguido, salí del cuarto de baño; con la toalla enrollada alrededor del cuerpo.

Entré de nuevo en mi habitación.
Se escuchaban los profundos ronquidos de mi padre, y también se escuchaban los crujidos que su cama producía por las vueltas que daba mi madre por intentar dormir.

Sin querer, le sonreí a la nada por influencia de encontrarme todavía en la casa donde había crecido...

Guardaba tantos recuerdos aquí... Que se me hacía estúpido pensar que tendría que irme, así sin más.

Después de vhermano  con la ropa que dejé para el viaje revisé las maletas.

Al fin, me iba de este lugar, para irme muy lejos a empezar una vida universitaria...

Todo pasó tan rápido, aún tenía recuerdos de cuando era muy pequeña, de las heridas que se quedaban en mis rodillas por todas aquellas veces que intenté subir a la copa de aquel pino, aquel que se encontraba a la cima de la colina de lo alto de la calle.

Recordaba como mi hermano me regalaba por colar sus balones de futbol en los tejados de los vecinos...

Si, la verdad es que nunca me gustó hacer los tipos de cosas que hacían las niñas de mi edad, cosas como bailar controlando una larga cinta morada.

Nah, nunca me gustaron esas cosas.

Llamaron a la puerta de mi habitación. Pensé que eran mis padres, que al fin se habían levantado. Pero no, ahí plantado en el humbral de la puerta se encontraba mi hermano, componiendo una radiante sonrisa.

-¿Lista para volar del nido, hermanita?

-Todos estos años recordandote que llamaras a la puerta antes de entrar y lo haces el día que me marcho.

Mi hermano soltó una carcajada, pero lo calle señalando la puerta del dormitorio de mis padres. Enmudeció al instante.

Unos momentos después
Me encontraba en el jardín delantero de la casa. Estaba esperando el taxi que me llevaría al aeropuerto.

Yo estaba mirando hacia un extremo de la calle, con las dos manos sobre mi maleta.

Por otro lado, mi hermano tenía un brazo apoyado en el azulado buzón de correos clavado en el suelo del jardín.
Y otro brazo acariciando mi espalda.

Mis padres estaban detrás de mi, con sus manos en mis hombros.

¿que es ésta sensación extraña?

Pasaron los minutos y se empezó a escuchar el rumor de los rujidos del motor de un coche.

Mi familia se puso tensa. Pero yo mil veces más.

En efecto, allí estaba el taxi, subiendo por la calle hasta mi casa.

Automáticamente, mi madre se posicionó delante mía posando sus manos en mis mejillas.

-Escúchame, Andrianne, recuerda que no puedes confiar en nadie.

Las lágrimas empezaban a brotar de los ojos de mi madre.

-Mamá, tranquila, sabes que soy inteligente, puedo apañarme sola.

Acto seguido, me abrazo con fuerza, y dejó que mi hermano se despidiera de mí.

-Nos vemos en el infierno, pequeñaja.

Mi hermano plantó un beso en mi cara.

-Tú siempre tan... Tú.

Le sonreí.

Mi padre se aproximó a mi y dejó sus manos sobre mis hombros.

-Se fuerte, Adrianne, yo sé que puedes llegar a tus metas sin despeinarte.

Y compuso la misma sonrisa que mi hermano.

Al fin, aquel lugar sería solo un recuerdo para mí, al menos hasta las vacaciones.

Con la ayuda de mis parientes subí las maletas al maletero del taxi, y acto seguido me subí.

Por la ventanilla del coche, miré por última vez a mi familia. Y el coche partió.

Un rato después, el color del cielo dejó de ser de tono naranja y se volvió de un azul mas cálido, tal y cono predije.

De repente, mi teléfono sonó, alarmándome.

Era una llamada de la recepción de la universidad a la que me dirijía.

Me llamaron para informarme de que me habían asignado a una compañera de apartamento.

Era una chica llamada Cristina.


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