El amanecer de un nuevo día se hacía presente, ante la atenta mirada de un joven humano que desconocía su actual paradero. Gritos de niños, y el movimiento de las hojas de los arboles por una pequeña brisa que soplaba desde el noroeste del pueblo no eran más que simples ingredientes para crear un amanecer perfecto. Las grandes murallas custodiadas por caballeros con armaduras de acero creaban grandes sombras que oscurecían cierta parte de la zona. En el fondo, entre en medio de las murallas, se encontraba un gran pueblo con cientos o tal vez miles de casas simétricamente construidas una con otras, pareciera que el pueblo estaba hecho totalmente a medida, que todo tenía un lugar y un porque. En el medio del gran pueblo conocido como Salomon, se encontraba una gran estatua de un caballero no humano, era irreconocible para los ojos de Marcel en ese entonces. Alrededor de dicha estatua, cientos de personas caminaban hacia las tiendas, algunos volvían a sus hogares, otros disfrutaban el nuevo amanecer junto a su familia o parejas, había niños jugando entre ellos, sonriendo inocentemente. La única verdad era que aquellas murallas pudieron de alguna forma proteger esa sonrisa, pero a pesar de todo lo que había visto, de lo había deducido a simple vista, la única conclusión posible era que todo era normal, pero la realidad era que no había ningún humano, nadie parecido a Marcel.
Perplejo y confundido antes las palabras de aquella anciana que acababa de conocer, Marcel la observo en silencio mientras trataba de comprender su situación actual. Personas de distintas razas convivían como una sociedad plena y funcion: elfos, enanos, hombres lobos e incluso razas que no existían en los libros de fantasía de su mundo, todos ellos pasean con toda la tranquilidad del mundo, ellos tenían una vida como él, como la anciana Fumiko, como todos en el mundo real.
— ¿Dónde estoy? — Balbuceo Marcel, esperando una respuesta de aquella anciana que lo miraba con incertidumbre.
— Ya lo dije, estas en el pueblo Salomon, en la zona segura N°3. ¿Acaso no fui clara? —
— Ya me dijo eso, pero ¿cómo termine en un lugar como este? —
— ¿Piensas que se me la respuesta a todo? No tengo idea al igual que tu... ¿Tal vez magia? ¿Algún conjuro negro? ¿O simplemente un acto de los dioses? —
Cada palabra que salía de la boca de aquella anciana, no hacía más que confundir aún más a Marcel. Magia, conjuros negros e incluso ella nombro a los dioses, algo estaba claro para Marcel. O estaba soñando un sueño muy realista y detallado o en realidad, estaba en un mundo como este. Cualquier persona haría lo imposible para tratar de encontrar cualquier otra posibilidad antes de aceptar la que más probable es, en este caso estar verdaderamente en otro mundo. Pero para un tipo como Marcel, que paso su vida leyendo cientos y cientos de libros, esto era posible. Tal vez, por algun capricho del destino o algún fenómeno de la naturaleza o del mismo universo, consiguió que el viajara entre mundos para terminar precisamente en este. Una cosa era clara, Marcel se encontraba en un nuevo mundo distinto al suyo, aunque aún no había confirmado tan suposición, él lo daba por hecho. Por alguna razón extraña, recordó aquellas palabras de aquella mujer mientras trataba de dormir en el avión rumbo a Europa:
— Te necesitan tienes que salvarlos — murmuro tristemente aquella mujer como si esas fueran sus últimas palabras de vida.
***
— ¡Oye! ¿Te encuentras bien? — Pregunto la anciana Fumiko mientras lograba regresar de sus pensamientos a Marcel, quien tras vagar por un corto, pero largo momento en sus pensamientos volvió a estar consciente de la situación al escuchar la débil voz de aquella anciana.
— Oh-h, sí... Lo-lo siento, me perdí en mis pensamientos por un momento. —
—... ¿Y bien? ¿Qué es lo que piensas sobre lo que te dije? —
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El humano de otro mundo
Ciencia FicciónPensábamos que estábamos solos, que nada iba a ser como lo era antes. La raza principal, los humanos fueron exterminados uno por uno durante la gran guerra debido a una enfermedad desconocida que solo les afectaba a ellos. No entendíamos el porque...