El secreto de Tanencha Sy Tyrin

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La nave se detuvo contra una roca cercana, entre un último estruendo proveniente del motor. El piloto no se soltó del timón los primeros segundos, limitándose a observar el paisaje grisáceo del exterior y los asteroides lejanos flotando en lo que ahora era su cielo estrellado.

—¡No morí! ¡Aún tengo esperanzas de pasar mi examen de vuelo!

Una gran nube gris se extendía al lado derecho de su ventana, una muestra clara que su pequeño viaje había tenido más pérdidas de las que creía. Le quitó importancia con un movimiento de la mano antes de incorporarse con dificultades y prepararse para salir. La primera fase de su misión era la más sencilla, después de todo. Una cosa era navegar a través de Ceres y localizar el cráter Occator; otra muy distinta era usarlo de guía para llegar hasta Ahuna Mons, la única montaña del planeta enano.

Aquella que, según sus informaciones, contenía los secretos del Universo.

Habría arribado antes de no ser por su poca experiencia para el aterrizaje y por estar demasiado ocupado en las bitácoras de su misión. Luego de ese día, cuando encontrara su objetivo, sería tan famoso que todos pedirían detalles de su travesía. Lo presentía.

—La llegada a Ceres transcurrió sin mayor novedad, a excepción de algunos fallos a la hora de encaminarme hacia el cráter —dijo el chico a la nave, antes que una chispa en la pared lo sobresaltara—. Las informaciones recolectadas coinciden a la perfección con las características del exterior. Si los cálculos son correctos, me atrevería a afirmar que estamos muy cerca de lograr nuestra meta.

Miró la pantalla cercana, tan oscura como el corazón de su entrenadora.

—Por fin descubriremos el secreto de Tanencha Sy Tyrin.

Caminó hasta el final de la cabina, directo al armario. Aunque su traje estaba diseñado para protegerlo de las gélidas temperaturas y los niveles altos de radiación, no podía hacer nada contra la falta de oxígeno o las variaciones de gravedad. Suspiró conforme se colocaba su traje espacial, tan blanco como los cabellos de su abuelo, aunque ajustable al tamaño de su cuerpo. Durante todo ese tiempo, no pudo evitar sonreír o sentir un nudo en el estómago.

Volteó a ver las anotaciones reposando sobre la mesa y la pared, repasándolas una última vez. Las tenía frescas en su mente luego de haberlas repetido sin cesar, pero no quería confiarse. Un mínimo error y podría decirle adiós a ser la sensación en su planeta.

—¿Otra vez hablando solo? —preguntó una voz a sus espaldas. Al voltearse, se encontró con el rostro sonriente de una chica de su misma edad.

Su cabello era tan rojo con la Gran Mancha de Júpiter, llevándolo atado en un moño desordenado, y poseía unos ojos claros que contrastaban con la diadema oscura que portaba. Vestía con un overol azul idéntico al suyo, a excepción del símbolo en su hombro. Mientras el de ella poseía una cruz rodeada por un círculo, en representación de la Tierra, él mostraba con orgullo una especie de rayo con forma del número cuatro, en alusión a su enorme planeta natal.

—Nada más creo que evidencia de uno de los momentos más importantes para la Confederación Solar —dijo el chico, inflando el pecho con orgullo—. ¿Cómo está todo en la Tierra, Lucy?

—¿La verdad? Las chicas y yo apostamos sobre qué o quién es Tanencha Sy Tyrin; sigo insistiendo en que suena a nombre de mujer chismosa.

El joven fingió reír, antes de colocarse su casco. Era hora.

—Búrlense ahora, ya verán cuando sea el primero en poseer los secretos del Cosmos —Observó la sonrisita de su amiga, quien intentaba seguirle la corriente—. Las canciones jupiterianas dicen que en alguna montaña del Cinturón de Asteroides, se esconde algo o alguien con tantos conocimientos como para opacar la sed de lucha del rey marciano o agradar a la matriarca venusiana. Con esos conocimientos, seré tan admirado que nadie recordará lo mal que piloteo.

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