Las muñecas de la reina

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Las campanas de la iglesia de Santo Domingo resonaron a través de la plaza central, donde el vapor se extendía, próspero, y el gentío aguardaba las noticias de un mundo que hasta hace poco, los gobernaba. Un grupo de hombres cercanos a la entrada de la iglesia observaron el cielo, antes de quitarse sus monóculos y limpiar el sudor de su rostro. Intercambiaron unas palabras incomprensibles para el público, ignorando por completo a la única mujer junto a ellos. El centro de San Salvador se volvía más ansioso con cada campanada, aguardando la llegada de la reina.

Y Lucinda, oculta en el techo, estaba a punto de asesinarla.

Se apoyó en sus codos, tomando el catalejo de sus bolsillos. Respiró hondo, el vapor introduciéndose a sus pulmones con un tosido seco. Arregló su sombrero, su única protección de los rayos solares, antes de voltear hacia abajo.

El grupo era nada menos que la junta directiva de Mysticorp, los mayores inventores de la República. Ellos solo escogían a los mejores de las provincias, aquellos que continuarían desarrollando su país en base a las maravillosas cualidades del vapor. Para su horror, entre los pioneros de Centroamérica... se encontraba una mujer.

Anabela Cruz, la creadora de las muñecas que llamaron la atención de Inglaterra.

―¡Ahí está! ―gritó la multitud, sobresaltando a Lucinda.

Un dirigible apareció entre las nubes, ostentando la bandera británica con todo su esplendor. Avanzó hasta la plaza Gerardo Barrios, descendiendo lo suficiente para desplegar una rampa. La gente permaneció callada, mientras Anabela soltaba una sonrisita.

Cuatro de sus creaciones, seres humanoides cubiertos de tuercas y engranajes, rodeaban a la reina Victoria. Sus cuerpos metálicos y ruedas contrastaban con las largas faldas negras de la soberana, su rostro cubierto por un velo oscuro. Ella alzó una mano hacia el pueblo centroamericano, quien no reverenció.

Hace menos de cincuenta años obtuvieron la independencia de España. Tras años de industrialización con vapor, se volvieron una mayor potencia que el resto de naciones jóvenes en América. No estaban listos para ceder todo al reino británico.

―Majestad ―dijo Anabela, avanzando hasta ella. Extendió sus manos, gesto secundado por la reina―. Bienvenida sea a la República de Centroamérica. Esperamos que su viaje por Belice haya dado frutos.

―Profesora Cruz ―respondió, amable―. Que este día marque una nueva era para el Reino Unido. Que estas muñecas sean el inicio de la grandeza en ambas naciones.

La multitud se dividió en dos, gritando. Las muñecas supusieron un avance en la agricultura, la construcción y la mano de obra, elementos cruciales para una nación codiciada por Francia e Inglaterra. Lucinda y la Resistencia sabían su secreto, el oscuro origen de su animación. Un velo entre la vida y la muerte que los llevaría a su perdición, mientras jugaban a ser dioses.

La joven mujer se incorporó lentamente, tomando la pistola de su cinturón. Imaginó los siguientes segundos, cuando la bala impactara contra la soberana y la multitud alzara su vista.

«El momento de la reverencia final.»

Sonrió. Entonces, disparó.

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⏰ Última actualización: Sep 24, 2020 ⏰

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