Después de verlo y saludarlo, mi madre se va. El día siguiente, presenta una fiebre intensa y unas "desaparecidas" convulsiones. Es llevado de urgencias al hospital esa misma noche, y dos días después, soy yo el que cuidará de él por dos días, y así sucesivamente, junto con una tía.
Su estado es deplorable. Me sentía mal e incomodo tener que tratar con él, y no sabía el porqué; lo quería. ¿Era acaso pudor?
Lo internaron el día que mi tía llega a reemplazarme, y a partir de esos momentos empiezo más a entender lo que pienso al respecto.
Su situación de moribundo me recuerda el destino final; la enfermedad; en el proceso de morir. Naturalmente era fácil decir que se trataba de un miedo a ese estado; al frustrante sufrimiento, a la impotencia, a la indignidad, a la impiedad; a la soledad sentida al saber y sentir que no puedes conectar con nadie. Pensando en la voluntad del abuelo, pensaba en lo que querría yo en esos momentos; ¿Qué sería de ayuda para mí?
Estaba postrado en la camilla con los ojos casi cerrados cuando decido acercarme un poco a él en busca de su mano. La tome levemente e intentaba acariciar su brazo. En ese momento abre bien los ojos y voltea a verme.
- Hola, abuelo, ¿Cómo está?
Sus ojos se aguaron y empezó a balbucear con fuerza mientras me apretaba la mano. Que frustrante era no poder saber qué piensa o qué siente. Tomé un libreta que había cargado para entretenerme y, en una de sus hojas, escribo las palabras "Sí" y "No".
- Abuelo, ¿Puede entenderme?
Apenas podía mover su brazo izquierdo pero veo que lo intenta levantar. Pienso que he encontrado la forma de comunicarme con él, pero no; intenta solo ladearse. Lo ayudo y vuelvo a sentarme. Supongo que lo mejor que puedo hacer ahora es hacerle compañía para no hacerlo sentir solo.
Los días con él fueron difíciles. Muchos de los tratamientos le perturbaban y otros, como las fisioterapias, le dolían demasiado. El tratamiento medico no discriminaba las horas de sueño al momento de suministrar un medicamento, cosa que tampoco ayudaba a estar tranquilo a mi abuelo por las noches, y por ende, a mi tampoco. Era un lio tener que estar pendiente de él cada que parecía sollozar, y más difícil aún cuando parecía decir que no quería recibir los tratamientos. Sus gritos y su mirada de espanto, dolor e impotencia me calaba el alma cada que lo forcejeaba.
Toda la familia discutía al respecto sobre la decisión de mantener al abuelo en vida la primera vez que pasó. La mayoría estaba de acuerdo en que la dignidad del abuelo era muchísimo más importante que unos apegos sentimentales por parte de sus hijos que tomaron la decisión. ¿De qué servía la vida si no la podías vivir? ¿De qué servía la vida si no puedes compartir con otros experiencias, recuerdos o ideas?¿De qué servía la vida ya a estas alturas?
Decidí retirarme un poco de todo lo que me rodeaba, tanto física como virtualmente; meditar un poco intentando acercarme a una verdadera soledad siempre ha sido un buen camino, al menos para mi, para aprender de las crisis.