Uno de los lanzaderos se acercó demasiado, empuñando una lanza en lo alto, dispuesto a clavarla en mi cuerpo al ver que aún seguía con vida. No sé de dónde saqué las fuerzas, pero pude revolverme y desgarrarle la mitad de la mano de un mordisco. El hombre chilló soltando la lanza al mismo tiempo, cayó al suelo y empezó a sollozar. Algunos de sus compañeros fueron hacia él y otros hacia mí. Raven aún estaba a pocos metros de distancia, pero parecía que no tenía intención de marcharse aún. No quería que por mi culpa muriesen más hermanos, así que a duras penas me levanté de un salto y empecé a correr en compañía de la herida que me abrasaba la piel.
Muchas más lanzas volaron por el cielo, pero por suerte no acertaron en ninguno de nosotros. Sin embargo, tuvimos la desgracia de que el olor del mar nos azotara en la nariz. En poco tiempo estaríamos cerca de los acantilados.
"¡Tenemos que separarnos!" gritó Lake. Su pelaje blanco lucía rojo por la infinidad de heridas que tenía a lo largo del dorso "¡No podemos seguir así, nos mataran a todos!"
Obedecimos. Él marchó hacia la izquierda; Sky retrocedió y desapareció entre las colinas de nieve; Leaf corrió junto con Mint por la derecha; Raven continuó en línea recta; y yo marché en dirección a los pocos árboles que aún se veían.
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Me sentí desfallecer cuando logré internarme en el bosque. Sólo me habían seguido dos hombres, pero pude despistarlos en cuanto encontré un par de matorrales y hierbajos.
Arrastré conmigo la pesadez que sentía en mi cuerpo, aquella herida estaba siendo cada vez más difícil de sobrellevar, pero pronto llegaría junto con el resto de la manada. Esperaba que mis otros hermanos también estuviesen con ellos.
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Jamás me alegré tanto de ver a aquellos cachorros juguetear en torno a nuestra guarida.
-Soul- al parecer, Lake había llegado antes que yo. Estaba en forma humana y completamente desnudo, como era nuestra costumbre. Llevaba el cabello rubio ensangrentado y un par de cicatrices en torno a la cara. Al parecer, no me había equivocado con respecto a sus heridas.
Cambié mi forma de lobo al de una humana; poco a poco mi pelaje castaño se fue convirtiendo en carne rosada y pecosa, una larga mata de pelo rojo sucio fue creciendo en pos a mi cabeza, y mis pezuñas se alargaron hasta tener unos dedos largos y finos. No nos avergonzábamos ni encontrábamos necesario el llevar ropaje, que sólo nos entorpecía nuestras transformaciones.
Me acerqué a él y le abracé con fuerza.