CAPÍTULO II

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Kaliningrado, Prusia 



—Escribe esas referencias a mi favor para tu tía inglesa, Tenten, por favor.

—Querida, ¿lo has meditado bien? Hace apenas una hora que el barón de Rottenberg —pronunció su nombre con repugnancia—, el hermano de tu madre, te dio la noticia y se marchó. Una hora no es tiempo suficiente para madurar un giro tan importante en tu vida. Lo que me propones no es reemplazar el color de los lazos de un sombrero. Me hablas de inventar una nueva existencia para ti, por el amor de Dios.

—¡Baja la voz! ¿Acaso pretendes que nos oigan? —le chistó.

Ambas callaron un momento, temerosas de que se abriera la puerta y alguna de las institutrices del elitista internado en el que estudiaban asomara por el quicio y las reprendiera, pues hacía más de una hora que debían estar acostadas.

No obstante, Temari había entrado en la alcoba de su mejor amiga, su única amiga en realidad, tal y como solía hacer casi siempre a la luz de la luna, desde que ingresara siete años antes en aquel colegio, cuando quedó huérfana tras el repentino fallecimiento de sus padres en una travesía en su velero. A diferencia de otras veces en las que se reunían para cuchichear sobre unas u otras internas, aquella noche lo hacía para referirle la imprevista visita de su tutor tras la cena, a quien por fortuna hacía más de dos años que no había visto, y para pedirle, como consecuencia de aquella entrevista, una carta de recomendación. Tras varios minutos en silencio, y seguras ya de que no serían sorprendidas y castigadas, continuó insistiendo en un suave susurro.

—Soy consciente de lo precipitado de mi huida. Pero también estoy convencida de que si lo medito durante más tiempo, me arrepentiré.

Su amiga la miró aliviada, soltando la pluma que le pusiera Temari en la mano casi a la fuerza.

—Entonces será mejor que no la escriba todavía, pues las prisas no son buenas consejeras. Esperemos a mañana. Quizá si lo recapacitas durante la noche...

Y aun así Tenten suspiró con resignación. Tampoco ella quería verla casada con el marqués de Restmeyer. Adivinando los recelos sobre su compromiso, la corrigió, orgullosa.

—No es únicamente por su edad, y deberías saberlo. Tú eres la única persona que me conoce, la única que entiende qué deseo hacer con mi vida, cuánto me gusta perderme en otras épocas, en otras vidas. Y un matrimonio, un esposo, me impediría dedicarme a aquello que realmente me entusiasma, a lo único que me hace sentir plenamente feliz. Solo cuando escribo me permito soñar, consiento en dejarme llevar.

La otra no pudo negar la verdad que encerraban sus palabras. Aquella joven, a la que tan bien había llegado a conocer, únicamente abandonaba su rígida compostura cuando estaba a solas. Ni siquiera ella, su mejor amiga, la había visto mostrar algún sentimiento de alegría o tristeza jamás. El comedimiento era su estado natural, buscaba siempre el equilibrio, y cuando creía que sus emociones podían desbordarse buscaba siempre la soledad, temerosa de exponerse, de revelar debilidad y que otros la aprovecharan para hacerle daño. Solo en su primera noche en el internado, cuando Temari tenía once años, la escuchó llorar e intentó consolarla, ganándose que la echara en aquel momento de su alcoba, pero su lealtad para siempre.

꧁𝐸𝓁 𝒟𝑒𝓈𝓅𝑒𝓇𝓉𝒶𝓇 𝒹𝑒𝓁 𝒜𝓂𝑜𝓇 ( 𝓢𝓱𝓲𝓴𝓪𝓽𝓮𝓶𝓪)꧂Where stories live. Discover now