Lungo

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Era bastante temprano por la mañana. El clima no estaba mal, pero tampoco dejaba de soplar el aire que golpeaba las mejillas de un pequeño niño de 10 años. Que, con mucho trabajo, se intentaba cubrir con su bufanda amarilla. 

Concentrado en su tarea hasta que logró quedar satisfecho con el como estaba cubierto, subió a su bicicleta, y comenzó a pedalear. Si era honesto, iba tarde, pero siempre iba tarde. Sin embargo, debía apurarse, porque aunque no le importara en absoluto, si hoy llegaba después de la hora, no le dejarían presentar un examen y sus papás lo llevarían en auto. Pero sería terrible porque nadie sabe lo mucho que le encanta ver su alrededor con tranquilidad y distraerse muy, muy a menudo. 

Hoy no era la excepción. Cuando tuvo que parar por un semáforo, como era casi su deber, comenzó a observar sus alrededores para pasar el tiempo. Pero en un minuto pueden pasar muchas cosas. Sus sentidos se disparan en cuanto, al otro lado de la calle ve correr con desespero a toda velocidad a otro niño, que termina su carrera en un callejón. 

Callejón que puede observar a la perfección desde donde se encuentra. Puede ver como el niño se tira al suelo y se arrastra hacia la pared. Con su espalda recargada en ella, toma sus rodillas y se abraza. Ah, Jungkook siempre ha sido ese niño. Aquél que no puede escucharte si quiera empezar un llanto porque ya está abrazándote, intentando llevarse poquito de tu dolor. Por lo que no pudo evitar, al escuchar llorar tan desconsoladamente a la pequeña motita de cabello color oro, ir a ayudar. Aunque él perdiera el examen y probablemente sus mañanas en bici. 

Esa mañana tampoco había sido fácil para el niño de cabello oro. También tenía que presentar un examen y era uno de suma importancia, porque haría a su abuelita en el cielo orgullosa. Le prometió que sería el mejor puntaje y así, lograría ser parte de la escolta. Justo como ella quería. Y es que su abuelita fue su mejor amiga, su confidente, su refugio. No estaba triste por no tenerla ahora, pero lo haría triste pensar que la decepcionó. Por lo que, para darse suerte, decidió llevarse un prendedor que ella le había regalado. Era uno con detalles de flores en dorado y plata, que le gustaba ponerse en su flequillo y lo hacía ver más bonito. 

Pero su vida no era así de bella. Solía ser molestado en la escuela, no todo el tiempo, si no les daba razones, como él pensaba. Pero, lamentablemente, sólo bastó que lo vieran en la entrada de la escuela, para perseguirlo, golpearlo, rompiendo el prendedor y sobre todo, dejando una marca irreparable que no era visible. 

Como pudo, recogió el prendedor que ahora estaba a la mitad y huyó con todas sus fuerzas. Cuando pensó que estaría seguro, aún corriendo, las lágrimas comenzaron a llenarlo y su vista se volvió nublosa. Sabía que tenía que parar. Entró al callejón y se dejó caer. Derrotado. 

Mordió su labio todo el camino para controlar la gran impotencia que sentía, se acomodó como pudo en la pared y comenzó a llorar abrazándose a de poquito con sus rodillas pegadas al pecho. No estaba triste porque le dolía su cuerpo, estaba triste porque le había fallado a su abuelita. 

-Pareces un ángel.

Al escuchar la voz, su cuerpo se tensó y quiso correr, pero en su lugar se abrazó con más fuerza.

-Hola.

El pequeño niño de la bufanda amarilla al ver que no había respuesta y sabiendo que todas las personas lloran por algo, intentó ayudar.

-¿Te sientes mal? ¿Qué te pasó? 

Se acercó frente al otro niño y se agachó en sus cuclillas para quedar más bajito. Sólo podía ver su cabello rubio.

Sorbo de epifanía | KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora