Verano (I)

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Las aspas del ventilador giraban de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, su zumbido se mezclaba con el canto de las cigarras, producto del aire que inflaban y desinflaban de sus abdómenes. Aquel líquido rodaba por la cara interna de su mano, frío, rojizo y dulce como el almíbar. Enis le dio un lengüetazo antes de que llegara a los huesos de su muñeca, el sabor artificial de la cereza se fundió entre los jugos de su saliva. Los poros de Tommy se dilataron y sus labios dibujaron una sonrisa.

-Déjame que te ayude. -Le había dicho Enis, quien tomó el helado y comenzó a lamerlo mientras Tommy lo observaba expectante. Sus pupilas brillaban como los rayos de luna sobre la piel uniforme del mar en calma.

-Abre la boca. -Dijo con la voz ronca.

Tommy separó los labios ligeramente, Enis comenzó a acariciarlos con la punta del helado mientras éstos se teñían de rojo. Finalmente lo introdujo en su boca, una especie de descarga recorrió su cuerpo, Enis marcaba el paso de unas dulces embestidas que lograron entumecer su paladar y sonrojar sus mejillas, ya acaloradas por los 30°C que marcaba el termómetro. Lo retiró dejando que un fino hilo de saliva pendiese de la gravedad, éste se desvaneció entre el calor del suelo y el espacio que separaba sus cuerpos.

Acto seguido lo tumbó sobre el tatami oscuro y extendió sus brazos para sujetarle de las muñecas, Tommy rio con dulzura. Enis lo contempló en silencio, el calor, el gorjeo de las aves, el zumbido de los insectos y el juego de la brisa entre las ramas de los pinos se mezclaban con la naturaleza de su rostro excitado, una compostura suave, atractiva y seductoramente bella.

- ¿Cómo mierda puedes ser tan hermoso? -Preguntó mientras apartaba un mechón de pelo que las ráfagas del ventilador enredaban en su frente.

-Bésame ya. -Dijo Tommy tras una pequeña risa.

Se disponía a hacerlo cuando la voz del abuelo irrumpió desde la cocina.

- ¡Chicos la comida está lista!

De las puertas shōji que daban al jardín pendían dos campanillas fūrin de cristal, estas filtraban las luces anaranjadas del sol de la tarde a través de sus peces de colores que se agitaban y chocaban con el canto de la brisa.

Enis las miraba adormecido mientras el abuelo charlaba animadamente con Tommy acerca de algún asunto trivial relacionado con el restaurante. Cerró los ojos para imaginar que era una de aquellas hojas que se alzaban entre las nubes y deambulaban por el acantilado para después terminar sumergida entre los cálidos brazos del mar.

Muy por el contrario de lo que se podría esperar, su percepción del mar era la misma que tendría cualquier niño que careciese de los recuerdos del 17 de agosto. Él no sentía la necesidad de culpar a un fenómeno de la naturaleza, pues su lógica no entiende de personas, familias ni futuros.

"¿Puedo ir con vosotros?"

"Pero si mañana tienes colegio Enis".

"Entonces no os vayáis".

"No te preocupes cariño, mamá y papá llegarán a tiempo para cenar".

Un beso en la frente, una caricia en la mejilla, aquellos fueron los últimos recuerdos que guardaba de sus padres, nunca llegaron para cumplir su promesa, pues el destino se los tragó sin piedad. Y aunque no le gustaba si quiera planteárselo, probablemente Enis los culpaba a ellos antes que al mar, la isla o la casa.

- ¿Qué planes tenéis para las vacaciones chicos?

Enis descubrió que aún seguía en el comedor de Tommy y que la luz que proyectaban los peces de las campanillas le había cegado.

-Pues supongo que lo mismo de todos los años. -Contestó Tommy con una sonrisa. -Quiero decir, yo me divierto con lo poco que hay aquí.

-Creo que yo también estoy bien con eso.

El abuelo los miró como si por un segundo hubiese dejado de entenderles.

- ¿Y no habéis pensado en ir algún día a la ciudad? -Ambos se miraron dubitativos. -Después de todo estáis a un año de tener que marcharos allí.

Ninguno contestó, y aunque eran diferentes las razones que los llevaron al mutuo silencio, lo que encontraron en los ojos del otro escapaba a su entendimiento. Y quizá fue eso lo que hizo que el último sorbo del zumo de melocotón se le distorsionase a Tommy en el paladar, como si algún espíritu travieso hubiese vertido tinta en su vaso.

El abuelo volvió poco después al restaurante y los chicos se quedaron lavando los platos. Las voces de la tarde susurraban entre los rayos del sol que caían como finos hilos de cobre sobre las flores del jardín.

Tommy cerró el grifo para descubrir que Enis había desaparecido, lo encontró regando las margaritas, pareció no darse cuenta de que estaba siendo observado, así que se sentó a contemplarlo en silencio. A sus ojos Enis parecía un ángel, la suave luz de la tarde y la brisa salada que agitaba su cabello no eran más que simples espectadores de su corazón derritiéndose entre el aroma de los claveles y la fragancia de su piel.

Tommy se tumbó sobre el cálido tatami para dejar que el canto de las campanillas lo adormeciese, segundos más tarde sintió las caricias de unos dedos tibios que recorrían las facciones de su rostro hasta detenerse en la punta de sus labios. No quiso abrir los ojos, y desde la oscuridad besó la palma de su mano, lo hizo gentilmente, como si aquello fuese lo más preciado en su vida.

Enis dejó que su aliento cayese sobre la piel de su cuello mientras dibujaba pequeños cirulos sobre su cintura desnuda, Tommy se estremecía provocando que sus pulmones se aferrasen al corazón de Enis. Este no tardó en entender lo que el cuerpo de aquella preciosa criatura demandaba, y deslizó la mano hasta su entrepierna.

Cuando descendieron del cielo, las estrellas se habían alzado con gracia sobre la isla. Los fluidos de Tommy habían caído sobre el tatami, y en un pequeño plato descansaban las cáscaras y el corazón de un melocotón que Tommy introducía a pedazos en la boca de Enis.

-No sé qué voy a hacer contigo. -Dijo Tommy mirándole con ternura. -Me haces sentir tan bien que creo que podría morir.

-Jajaja. Es lo mismo para mí. ¿O no te das cuenta de que cada vez que me miras pienso que voy a desaparecer?

-Si llegases a desaparecer entonces yo lo haría contigo.

Le habría gustado decirle que no hablase así, como si existiese un "para siempre", un "nosotros" o tan siquiera una "promesa" que sin necesidad de palabras hubiese echado a correr del tiempo desde el día en que se conocieron. Pero sencillamente no podía, no cuando aquel chico se aferraba a su cuerpo como Ícaro al sol.

"Yo también desearía poder pasar toda una vida junto a ti. Pero tengo miedo de decirlo en voz alta y que la vida se sienta celosa de mi felicidad y te aparte de mí, pues ya lo hizo una vez, y si fueras tú no lo soportaría. Por eso rezaré en silencio".

- ¿Mañana deberíamos ir a la playa Tommy?

Sus labios dibujaron una sonrisa.

- ¡Claro! -Contestó emocionado mientras entrelazaba sus manos. -Y ahora duerme conmigo.

-Oye, ¿no tendríamos que limpiar esto primero? -Dijo señalando la mancha sobre el tatami.

-No importa. -Susurró junto a su oído para después morder el lóbulo de su oreja. -Aún tenemos tiempo.

-Vaya vaya, parece que el verano ha subido la temperatura de tus hormonas. -Dijo haciéndole cosquillas en el cuello con la boca. -So much lust darling.

El chico que amaba a las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora