Mi querido Enis

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"Las estaciones son hijas del tiempo, y por lo tanto inmutables, un espectáculo de colores, egoísmo y pasiones. A sus ojos la humanidad no es más que un elemento implícito en su naturaleza, y por lo tanto no han de tener en cuenta los efectos de su voluntad sobre ella. Porque ella y sus traspiés no son más que un capricho, un sueño cuya luz ciega cae sobre el mar que engendra nubes, sobre los capullos que despliegan sus alas de colores para después convertirse en pasto del viento, en un suspiro que se tornará en la voz de las estaciones. En aquel lugar donde las cosas nunca mueren, entre el murmullo que brota de las noches, y la nostalgia que se desploma sobre los cristales del atardecer, claman los anhelos de quienes no comprenden esta vida, ahí es donde estoy yo".

Tommy cerró el libro y tras dedicarle una media sonrisa, le dio un beso en la frente, su frente pálida y cubierta por un cabello suave y dorado como los rayos de sol que entraban por la ventana. Lo contempló en silencio, su rostro lucía cálido y sereno, como si la primavera hubiese llegado para besar sus sueños.

-Tengo que irme, mañana tengo un examen de literatura. -Dijo tras mirar el reloj de la pared. -Pero vendré el sábado, es mi cumpleaños y quiero traerte algo. -Acarició sus facciones con la yema de sus dedos. -Te quiero.

Dejó a Enis en aquella habitación tibia y solitaria, no podía evitar sentir que pese a los grandes esfuerzos que hacía para no dejarlo solo, al final del día lo estaba. Como si su cuerpo no fuese más que una partícula de su ser, un rastro de semillas a las que se aferraba desesperadamente pero que el viento elevaba allá donde sus alas no llegaban. Últimamente se sentía más lejos del cielo que nunca, como si Enis se hubiese llevado a las estrellas consigo, siempre se preguntaba dónde y cuándo volverían, porque él también se sentía muy solo en aquella habitación.

Volvió a la isla cuando el crepúsculo rojizo y aterciopelado como la piel del melocotón, brotaba de la fina línea que separaba el mar de la tierra. Llegó a tiempo para retirar su pedido, cenar harumaki con el abuelo y quedarse unas cuantas horas estudiando. Había ganado algo de peso, el suficiente para que su abuelo dejase de preparar tanta sopa, mientras repasaba autores y generaciones, vino a su cabeza las veces en que, en la azotea había ayudado a Enis con los ejercicios de licencias métricas, nunca se le dieron bien.

"Soy un fiel creyente del verso libre, y no en pro de la evidente conveniencia, sino en favor de Ginsberg que ya demostró lo difícil que es hacer poesía en libertad, porque, aunque no lo creas Tommy, hasta la libertad oprime".

Anudó un pensamiento a otro, saltó de una conversación a un silencio, y dejó que su cuerpo cayese en el placer del recuerdo. No era algo que habitualmente hiciese, aún siendo un acto solitario y protegido por el calor de unas sábanas que lo escondían del mundo, sentía vergüenza, pero incluso él necesitaba hacerlo de vez en cuando. El leguaje armónico de Chopin, sus matices cambiantes, despóticos como la inmaterialidad de la fantasía, hicieron que su cuerpo temblase en el preludio de un orgasmo que le arrancó lagrimas de los ojos. No de felicidad ni placer, sino de tristeza, nostalgia y anhelo.

-No puedo hacer esto apropiadamente sin ti. -Dijo mientras dejaba que las lágrimas se secasen sobre la almohada.

Los médicos dijeron hace mucho que las probabilidades de que Enis despertase después del año eran prácticamente nulas, Tommy no se veía capaz de aterrizar aquel diagnóstico a la realidad de la habitación que mantenía a Enis con vida, sin embargo era consciente de que en su interior había iniciado un proceso de asimilación silencioso, algo que ni en las horas más oscuras se había atrevido a plantear, pero que de alguna estaba ahí, brotando a placer, empujada por el tiempo, preparándose para florecer una tarde de verano. Había mañanas en las que Tommy despertaba llorando sin motivo aparente, no se lo decía al abuelo, pero esa misma tarde aplazaba alguna tarea para ir al hospital y comprobar que el monitor de electrocardiogramas siguiera contando los latidos del corazón de Enis.

El chico que amaba a las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora