Capítulo 7

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—¿Me ha llamado «cariño»?

Clarke colgó el teléfono e ignoró la sensación de hormigueo en el estómago. Se dijo que era el bebé, que estaba agitado, pero no dejaba de pensar en el tono de preocupación de la voz de Lexa.

Marge encendió varias velas.

—Esto pasa mucho por aquí, no te preocupes. Lexa me ha pedido que pase a ver cómo estás —comentó—. Debes de ser alguien muy especial porque nadie, digo bien, nadie ha pasado más de una noche en esta cabaña. Como mucho, un fin de semana de desenfreno —rio.

Clarke se rio con ella al tiempo que evitaba pensar en Lexa Woods con otras mujeres.

—Me hizo prometer que te cuidaría —le dijo Marge, y le miró la barriga—. ¿Cuándo sales de cuentas?

—El 3 de diciembre. Parece que tenga que ser mañana.

—He tenido tres, sé lo que quieres decir. —Entonces se fijó en Skye, que se abrazaba del cuello de su madre—. Qué monada. No me extraña que Lexa las quiera —les guiñó un ojo—. Hace diez años que la conozco. Compró esta propiedad y la arregló prácticamente toda ella misma, con la ayuda de unos amigos. Tardó casi ocho años en acabarla. Trabajó muy duro y también se divirtió lo suyo. Ha tenido... —Marge calló, sonrojándose.

Clarke se rio.

—Soy consciente de la reputación de la señora Woods.

Marge le lanzó una mirada curiosa.

—Me gustas. Serías buena para Lexa. A lo mejor consigues que siente la cabeza.

—Bueno —empezó Clarke, a sabiendas de que se había puesto colorada—. Lexa solo va a ayudarme hasta que nazca el bebé. En cuanto pueda, buscaré un trabajo y volveré a poner nuestras vidas en marcha.

Marge disimuló una sonrisa.

—¿Y por eso te has puesto como un tomate?

Clarke se llevó las manos a las mejillas de inmediato.

—¿Ah, sí? —se rio, nerviosa—. Supongo que la arrogante señora Woods tiene ese efecto en muchas mujeres. Pero bueno, Skye y yo pronto nos las podremos arreglar solas otra vez, ¿verdad, pastelito?

—Vedad, mamá —asintió la pequeña, en muestra de apoyo.


*****



El ensayo era agónico y Lexa gimió con los ojos cerrados al oír la interpretación que hacía la orquesta de su composición. A su lado, Lincoln dejó escapar un sonido parejo de frustración.

—Lincoln, no soy yo, ¿verdad? ¿Tú lo oyes?

Lincoln frunció los labios en una mueca de sufrimiento y asintió.

—Odio tener que decirlo.

Lexa se echó hacia delante y hundió el rostro en las manos.

—Es Costia... Ella...

—Apesta —ofreció Lincoln.

Lexa levantó la cabeza y miró a su amigo con los ojos entornados.

—Lincoln, «apesta» no es un término muy profesional.

—¿Es una mierda?

—Mucho mejor —dijo Lexa—. Vamos a sacar a Jeffrey de ahí antes de que se suicide. Tenemos que reconsiderar esto.

—Necesitamos otro chelista —farfulló Lincoln.

Sabía que Lexa se daba cuenta de que debía tomar una decisión. Jeffrey también era consciente de ello. Se reunieron en el estudio vacío y Lexa se sentó al piano y empezó a golpear las teclas con actitud ausente.

—Lexa, estás agotada. Has reescrito media banda sonora solo para no echarla. No está bien y lo sabes —se sinceró Lincoln.

Lexa se levantó y se desperezó.

—Lo sé, tengo que decírselo.

—Cógete unos días libres. Yo les he dado largas a los productores, así que es el mejor momento. El director está en el centro de desintoxicación Betty Ford y tiene para dos semanas por lo menos. Sube al norte, relájate y vuelve con la cabeza despejada —le recomendó Lincoln, con una palmada en el hombro.

Jeffrey cogió su maletín.

—No envidio la situación en la que te encuentras, Lexa, pero estoy de acuerdo con Lincoln. Buenas noches.

Lincoln se despidió de él con la mano, sin despegar los ojos de Lexa, que le dedicó a Jeffrey un triste gesto de cabeza. Lexa Woods podía llegar a ser una mujer muy irritante, se dijo.

Seguramente era su creatividad lo que la hacía tan arrogante y coñazo. No obstante, era una buena persona, amable y generosa, por mucho que no dejara que lo supiera nadie.

Se había pasado la semana hablando con una mujer y, cada vez que recibía una llamada telefónica de su parte, le cambiaba la cara. Nunca la había visto así, ya que normalmente era una obsesa del control y cuando trabajaba era fría como el hielo. No dejaba que nada la distrajera ni se interpusiera en su camino. En cambio, cuando recibía aquellas llamadas, se volvía más tranquila y.... bueno, femenina y más amable que de costumbre. Lincoln odiaba pensar algo así, pero tenía que admitirlo: Lexa Woods era una mujer, ¿o no?


—¿Perdona, qué? —preguntó Lincoln, volviendo de golpe a la realidad.

—He dicho que, si quieres subir a mi cabaña, eres más que bienvenido.

Lincoln parpadeó estúpidamente.

—¿Yo? ¿Me invitas a mí? ¿Que yo suba a la cabaña? —Lincoln alargó la mano y le tocó la frente. Los ojos verdes de Lexa relampaguearon con enfado, pero no dijo nada—. Vaya, vivir para ver. A lo mejor lo hago.

Lexa esbozó una sonrisa azorada.

—Puedes traer a Octavia.

Lincoln se llevó la mano al corazón.

—Octavia se quedará atónita.

Lexa sonrió y se pasó el dedo por debajo de la nariz, como si le diera vergüenza.

—Dios santo, ¿Lexa Woods ruborizada?

—No tientes a la suerte.

—De acuerdo —interpuso él enseguida, levantando las manos —. ¿Y podré conocer a la mujer que te ha puesto de un humor tan generoso?

Lexa frunció el ceño.

—No hay ninguna mujer. Solo he pensado que no habías estado nunca en la cabaña y sería un buen modo de tomarnos todos un descanso.

—Entonces, ¿con quién has estado hablando los últimos dos días? —se interesó, tomando asiento a su lado y acariciando las teclas—. Ojalá supiera tocar este trasto. Haces que parezca tan fácil...

Lexa se rio y empezó a tocar, mientras Lincoln se movía para dejarle espacio. No dijo nada, pero la observó sonreír mientras sus elegantes dedos volaban sobre las teclas.

—Y ahora responde a mi pregunta —insistió él.

—¿Te acuerdas de Niylah Bridges?

—Sí, tu ex que quería tener hijos.

Lexa asintió, sin dejar de tocar.

—Murió hace unas semanas de cáncer.

—Lo siento mucho.

—Gracias. Dejó a su pareja, embarazada de su segunda hija.

—Dios mío —exclamó Lincoln—. ¿La segunda?

Fue cuando se dio cuenta de que Lexa sonreía.

—Sí, tiene una niña de tres o cuatro años, no estoy segura. Se llama Skye y está llena de vida y tiene unos ojos azules endiablados.

Lincoln se separó un poco de ella para mirarla bien y sonrió de oreja a oreja.

—¿Skye? Suena adorable. ¿Cómo sabes que tiene los ojos azules?

Lexa lo miró de reojo antes de contestar.

—Al parecer, la pareja de Niylah, Clarke Griffin, está embarazada de cinco meses y tiene problemas económicos. Niylah me escribió una carta antes de morir pidiéndome que ayudara a Clarke y a su familia hasta que naciera el bebé —repuso ella, encogiéndose de hombros.

—Así que les ofreciste tu cabaña. Es muy considerado por tu parte.

—Lo sé, no me pega nada, ¿verdad?

Lincoln levantó una ceja ante el amargo comentario.

—No, tú eres la única que cree eso, cariño. Resulta que yo pienso que eres una mujer muy generosa. Ahora cuéntame cómo es Clarke Griffin.

Lexa soltó una carcajada aspirada, sin dejar de tocar.

—Te pareces a mi abuela, ya.

—¿Cómo está Indra?

—Está bien. Quiere conocer a Clarke.

—Y yo.

—Te voy a decir lo mismo que a ella. —Miró a Lincoln fijamente, y este aguardó—. No.

Lincoln esbozó una sonrisa resabida.

—¿Entonces para qué quieres que suba con Octavia a la cabaña? ¿Las esconderás a ella y a su hija?

Lexa notó que se sonrojaba.

—No, yo...

—Admítelo. Quieres que conozcamos a esa mujer.

Lexa miró al cielo y meneó la cabeza.

Lincoln se rio abiertamente y le dio una palmada en el hombro.

—Vale, vale. Pero sabes que no voy a dejar de insistir. Háblame de ella.

Lexa dejó de tocar un momento y se quedó con la mirada perdida, mientras Lincoln esperaba a que siguiera hablando. Se sorprendió de verla sonreír y negar con la cabeza. Entonces Lexa empezó a tocar de nuevo, pero esta vez una canción diferente. Al reconocer las notas, Lincoln arrugó la frente.

—Es dura —empezó a decir Lexa—. Y es una buena madre. Tiene una relación maravillosa con su hija y le preocupa su futuro. Se nota que detesta hallarse en la situación en la que está, pero no puedo evitar pensar que se lo ha buscado ella. Me refiero a que ¿por qué hacer algo así? —miró a Lincoln y este se encogió de hombros—. Sola y con dos hijas.

—Bueno, estoy seguro de que no es como le gustaría que fuera.

—Lo sé, pero es que es una irresponsabilidad flagrante. ¿Un hijo? Vale. ¿Pero dos? Con lo caro que sale, por amor de Dios.

—¿Por qué te cabreas tanto por las decisiones de otra persona? —le preguntó Lincoln, en tono sereno pero preocupado—. ¿Es porque está viviendo en tu casa?

—No, bueno, al principio me sacaba de quicio. Supongo que, si soy sincera, lo que no quería era tener que pensar en Niylah.

—Sé que te importaba mucho.

—Así es, pero hizo una montaña del tema de los hijos.

Lincoln se fijó en que dejaba de tocar su canción incompleta.

Lexa respiró hondo y cerró la tapa sobre las teclas.

—En fin, todo eso es agua pasada.

—Pero ahora ha vuelto a ser parte de tu vida, por esa Clarke Griffin.

Los dos se quedaron callados un momento, hasta que Lincoln volvió a hablar.

—¿Estás descubriendo que te importa esa mujer?

Lexa pestañeó y le miró.

—Yo... no. Bueno... —dejó caer la frase y la confusión se hizo patente en sus ojos verdes.

—¿Me permites hacer una observación?

Lexa sonrió con reticencia.

—¿Serviría de algo decirte que no?

—Lo dudo —respondió Lincoln—. Normalmente, cuando te pregunto sobre las mujeres que hay en tu vida, las describes físicamente. Una era un bombón, la otra tenía unas piernas de infarto, otra...

—Ve al grano.

—A Clarke Griffin la has descrito por cómo es, por lo que hace y cómo piensa. Ni siquiera has mencionado qué aspecto tiene. ¿Quieres saber por qué?

—No.

—Porque a ella la ves como una persona, no un objeto de tu lujuria.

Lexa guardó silencio.

—¿Y quieres saber qué más?

—No —dijo Lexa enseguida. Pero entonces se encogió de hombros—. ¿Qué?

Lincoln se rio.

—Creo que lo dejaré para otro momento. Si seguimos hablando del tema empezarás a sacar espuma por la boca.

—Bueno, gracias por la conversación de todos modos. Tenía que hablarlo con alguien o me iba a volver loca —admitió ella, pasándose una mano por el pelo.

—Me halaga que la segura y confiada Lexa Woods quiera mi opinión.

—Los dos queríamos a Niylah —susurró Lexa.

—Lo sé. Es algo que vas a tener que superar.

Lexa asintió, se puso de pie y estiró la espalda.

—¿Cómo es? Me tienes en ascuas —pinchó Lincoln.

—Tiene unos ojos azules muy bonitos y el pelo rubio. Cuando sonríe se le ilumina la cara, como si la alegría naciera de lo más profundo de su alma —describió Lexa, encogiéndose de hombros.

—¿Pero eso no importa, verdad?

—No —Lexa cabeceó, y se puso a recoger las partituras para guardarlas—. Puede que sea más joven que yo, pero definitivamente tiene más experiencia en la vida.

Se quedó quieta un momento y se echó a reír. Lincoln no pudo evitar reírse con ella, porque hacía tiempo que no veía a Lexa reír de corazón, y le resultaba cautivador.

—Ahora me tienes que decir qué es lo que te tiene tan contenta—le dijo Lincoln, apoyado en el lateral del piano—. Todo el tiempo.

Sin dejar de sonreír, la mujer prosiguió:

—La hija de Clarke, Skye. Tiene un vocabulario sorprendente, al menos a mí me lo parece, pero tampoco es que conozca a muchos niños de tres años. Es adorable y Clarke ha hecho un trabajo fantástico como madre. Es un gustazo verlas juntas; se nota el amor que las une.

Ordenó las hojas de partituras y echó un vistazo a Lincoln.

—Freud se removería en su tumba por lo que voy a decir, pero me recuerda un poco a mi madre en ese aspecto.

Lincoln soltó una carcajada.

—No necesito echar mano del psicoanálisis para eso. Conocí a tu madre, ¿recuerdas? Era una mujer maravillosa y encantadora que quería a su hija.

Cuando Lexa no respondió, Lincoln se dio cuenta de que estaba haciendo un esfuerzo por contener las lágrimas.

—No pasa nada porque Clarke te recuerde a ella. Y hacía siglos que no tocabas eso.

Lexa levantó la vista, con el ceño fruncido.

—¿Qué estaba tocando? Ni lo sé.

—Estabas tocando esa pieza que nunca has llegado a terminar.

—¿En serio? —rio Lexa—. Tienes razón, hacía mucho que no la tocaba. —Acarició la tapa del piano en silencio un par de segundos—. Lincoln, me siento como si el mundo se hubiera vuelto un lugar muy extraño.

Lincoln ladeó la cabeza y sonrió abiertamente.

—¿Estás enamorada de esa mujer?

—Tengo que decir que no. Pero solo porque no tengo ni idea de lo que es estar enamorada. Ella estaba enamorada de Niylah. Yo quería a Niylah. Todo es muy raro y aun así es... No sé. Parece lo más natural del mundo. ¿Por qué?

—Guau, realmente todo esto es nuevo en ti. Dime una cosa. ¿Me lo preguntas a mí porque Octavia y yo estamos casados?

Lexa lo miró de refilón y asintió.

—He pensado que a lo mejor me iluminabas un poco.

—Bueno, me gustaría conocerlas a las dos, pero todavía no —le dijo Lincoln—. Tienes que pensar bien en todo esto y tienes que hacerlo sola. ¿Ella siente algo por ti?

—Seguramente no. ¿Por qué estoy pensando en estas cosas?

Lincoln arqueó una ceja ante el tono desamparado de su voz.

Lexa Woods era muchas cosas, pero no una mujer indefensa.

—Cariño, es la primera vez en mucho tiempo que sientes algo remotamente parecido al amor. Quiero decir que normalmente lo tuyo es el control y el sexo y pasar un buen rato y...

—Ya lo pillo, Lincoln —replicó ella, ceñuda, y se sentó en el banco del piano—. Lo cierto es que no sé nada del amor.

Lincoln percibió el desaliento de su amiga y se sentó a su lado.

—Antes de conocer a Octavia, era bastante playboy. La mayoría de los hombres lo somos hasta que encontramos a la persona adecuada.

Vientos Celestiales (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora