Capítulo 18

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—Estate quieta, nena —ordenó Clarke, mientras le abrochaba el cinturón a Skye—. Esta camisa de franela vieja es perfecta.

Skye se agitó, aun tratando de no moverse.

—¿Parezco un vagabundo, mamá?

—Claro que sí, cariño.

Skye miró a Indra, que asintió y le guiñó un ojo.

—Igualita que Lexa a tu edad.

—Yo nunca he sido tan pequeña —objetó Lexa, descorchando una botella de vino—. Y ahora, la barba desaliñada.

Con el ceño fruncido, Skye observó a Lexa mientras acercaba el corcho de la botella al fuego.

—Quema, Lesa.

—No, no quema.

Achicharró el corcho y se acercó a Skye, pero esta retrocedió.

—Pitufa, te digo que no quema.

—Hazlo tú —pidió Skye.

Clarke la desafió con una sonrisa.

—Sí, Lexa, ponte un poco. Aún mejor, déjame a mí.

Skye se rio e Indra aplaudió.

—Excelente idea, Clarke.

Clarke le quitó el corcho de la mano y la empujó para que se sentara en una silla de la cocina.

—A ver, a ver... Necesitamos una barba.

—Me vengaré, Griffin —la avisó Lexa, mientras Skye daba palmas, entusiasmada.

—Menuda noche para truco o trato —comentó Indra.

Clarke y ella observaron a Lexa caminar calle abajo con Skye de la mano. Su madre sonrió al oírla exclamar:

—¡Tuco o tato!

Indra soltó una sonora carcajada.

—Qué niña más adorable. Skye también es mona.

Clarke se rio del chiste, pero no dijo nada; Indra se detuvo y se volvió hacia ella.

—¿Estás enamorada de mi nieta, verdad?

Vio que Clarke se ponía como la grana. Hasta las orejas se le habían puesto coloradas.

—Sí, Indra. Creo que podría enamorarme locamente de Lexa.

—No suenas del todo segura —opinó Indra.

No obstante, Skye la interrumpió al correr hacia Clarke, con su calabaza naranja en el brazo.

—Mira, mamá. Tengo caramelos —le mostró la calabaza, falta de aliento.

—Ya lo veo, cariño. ¿Has dicho gracias?

Skye asintió y miró a Indra.

—Mira, abuela, tengo caramelos.

—Es fantástico, Skye. ¿Te lo pasas bien, bonita? —preguntó, dándole un pellizquito en la barbilla.

Skye asintió de nuevo y volvió a coger a Lexa de la mano.

—Vamos, Lesa.

Riendo, Lexa dejó que la arrastrara por la acera hasta la casa siguiente, seguidas de Clarke y Indra.

—Pues eso, Clarke, te noto insegura.

Esta se encogió de hombros.

—No lo sé, Indra. Lexa lleva soltera mucho tiempo y ha dejado muy clara su postura respecto al compromiso y a los hijos.

—Eso era antes de que se enamorara de ti —apuntó Indra, que continuó cuando Clarke guardó silencio—. Y está enamorada de ti.

—¿Cómo puedes estar tan segura? —quiso saber Clarke.

La imagen de Lexa animando a Skye a llamar a la puerta le arrancó una sonrisa.

—Bueno, no ha salido a por caramelos desde que era una niña, y hace días que no la oigo decir palabrotas.

Clarke se echó a reír.

—En eso estoy contigo.

—Ya también veo cómo te mira —prosiguió Indra—. Conozco esa mirada. También la reconozco en ti.

Clarke se mordió el labio inferior y siguió caminando al lado de Indra.

—Debes tener paciencia con ella, imagino que no es fácil para ninguna de las dos.

—¿Qué quieres decir? —preguntó la joven.

Indra reflexionó un momento antes de contestar.

—Bueno, considerando cómo se conocieron, que las dos querían a Niylah y que ahora tienen a una hija y a otro bebé en camino.

—Eso es lo que más me preocupa —confesó Clarke—. Sé que Lexa nos quiere a Skye y a mí. Pero puede que sea demasiado pedir que forme parte permanente de nuestras vidas.

—Es posible —coincidió Indra—. Pero no pierdas la esperanza, cariño.

Clarke sonrió a Indra.

—No puedo. Estoy coladita por tu nieta.

Indra se echó a reír y se cogió del brazo de Clarke.

—Estoy más que convencida de que el sentimiento es mutuo.

Cuando se encendieron las farolas de la calle, Clarke le dijo a Lexa que era hora de volver a casa. Lexa frunció el ceño y echó un ojo a la calabaza de Skye.

—Mmm, vale, pitufa. Has conseguido un buen botín. Vámonos a casa y vemos qué te han dado.

Acabaron sentadas alrededor de la mesa de la cocina de Indra mientras esta hacía chocolate caliente. Lexa volcó el contenido de la calabaza en la mesa y a Clarke le hizo mucha gracia verlas todavía con la marca del corcho quemado en la cara. Skye se puso de rodillas en la silla, apoyó los codos en la mesa y miró a su madre, expectante.

—¿Puedo comerme uno? —pidió.

Lexa le dedicó a Clarke un puchero de súplica.

—¿Podemos?

Clarke puso los ojos en blanco, justo cuando Indra traía las tazas de chocolate para todas.

—Uno —accedió Clarke—. Cada una —añadió.

Lexa arrugó el gesto.

—Vale, pitufa. Elige uno bueno.

Skye estudió su botín de Halloween, con cara de concentración, y Lexa la imitó. Por fin, la pequeña tomó una decisión.

—¿Puedo comerme un trozo del tuyo? —preguntó Lexa.

—Claro —aceptó Skye, sin darle importancia, mientras le pasaba el dulce a Clarke para que se lo abriera.

Lexa cogió el caramelo de mantequilla de cacahuete.

—Este es mi favorito.

Clarke se levantó con un gemido.

—Esta niña se sienta justo encima de mi vejiga, lo juro.

Lexa la ayudó a retirar la silla y la vio marchar por el pasillo.

Mientras tanto, Indra se bebía su chocolate y Skye volvía a meter los caramelos en la calabaza, uno a uno.

—He tenido una conversación muy agradable con Clarke mientras Skye y tú mendigaban caramelos.

Lexa estudió a su abuela con aprensión.

—Oh.

—Sí —Indra le dedicó una sonrisa resabida—. Te lo dije.

Lexa se ruborizó y apartó la mirada.

—¿Y qué ha dicho?

Indra enarcó una ceja.

—¿Sobre qué?

—Sabes perfectamente de qué hablo.

Indra dejó escapar una risilla diabólica.

—Creo que quiere una relación exclusiva.

Lexa también se rio.

—Oh, no me digas.

—También tiene dudas.

Lexa dejó de reír de inmediato.

—¿Ah, sí?

—Sí, parece que tu reputación te precede.

Lexa se echó hacia atrás en la silla y gruñó, defraudada.

—Tienes que ser sincera con Clarke, Lexa. No tienes nada que perder.

—Salvo a ella.

Indra se encogió de hombros.

—Bueno, o te vale la pena o no. —Alargó el brazo y le estrechó la mano a Lexa—. Tienes que tomar una decisión, cariño. Ha llegado la hora, ¿no te parece?

Lexa se limitó a beberse el chocolate caliente, sin pronunciar palabra.

Lexa contempló las llamas del hogar, en pie ante la chimenea, mientras Clarke y Skye dormían. El truco o trato había dejado a las dos Griffin para el arrastre. Las palabras de su abuela le daban vueltas en la cabeza; habían pasado muchas cosas en aquellos tres meses, desde que Clarke y Skye habían entrado en su vida. Era sorprendente todo lo que había cambiado. Lexa nunca había creído que se encontraría en aquella posición. Cuando Niylah rompió con ella cinco años atrás, se había sentido dolida y enfadada, porque había querido a Niylah aunque en el fondo de su corazón supiera que lo suyo no iba a durar. Al menos para siempre. Entre ellas había atracción y amor, pero no era lo mismo que sentía por Clarke. —Ah, no sé —se dijo.

¿Era demasiado pronto? ¿Estaba tirándose a la piscina sin pensar las cosas con claridad? Había hecho lo correcto al no querer tener hijos con Niylah, pero ahora estaba a punto de iniciar una relación con Clarke, que tenía familia. ¿Era lo que quería? La duda la corroía desde hacía semanas.

Su abuela había dicho que Clarke tenía dudas. Al parecer, en relación con su reputación. Clarke era una mujer inteligente y sensata.

—Mierda.

Su propia indecisión la atormentaba. Al final cerró el gas y apagó la chimenea para irse a su habitación. Por el pasillo, oyó gimotear a Skye y abrió la puerta de su cuarto para echarle un vistazo. La niña dormía en su cama, bajo la luz tenue de la lámpara de la mesita de noche. Lexa se sentó en el borde de la cama con cuidado, le pasó la mano por los rizos dorados lentamente, para no despertarla, meneó la cabeza y sonrió. Se le humedecieron los ojos solo de pensar en lo mucho que adoraba a Skye, probablemente desde que la había visto por primera vez en la estación de autobuses: aquella niña de carácter, con los bracitos en jarras. Casi se rio al recordar que le había vomitado encima. En aquel momento, la situación le había resultado de lo más irritante.

¿Y ahora? Lexa se inclinó y besó a Skye en la frente. Skye se abrazó del pez de peluche en sueños y se puso de lado. Lexa la tapó con el edredón hasta los hombros y volvió a pasarle los dedos por el pelo rubio.

—Te quiero, pitufa —susurró antes de ponerse en pie.

Cuando se volvió, vio que Clarke la observaba desde el umbral, con las mejillas surcadas por las lágrimas. Le sonrió a Lexa, sin hacer ademán de secárselas.

—Me ha parecido que la oía llorar —susurró Clarke, que dio un paso atrás para dejar que Lexa saliera y entrecerrara la puerta.

—A mí también. Pero está bien. Seguro que soñaba con caramelos.

Clarke sonrió y miró a Lexa a los ojos.

—¿Por qué lloras? —le preguntó Clarke, secándole las lágrimas.

—¿Y tú? —replicó Lexa, pasándole la yema de los dedos bajo los ojos.

—Me ha emocionado lo tierna que eres con Skye —contestó Clarke.

—Quiero a esa renacuaja —admitió Lexa, sorbiendo el llanto.

Clarke cogió a Lexa de la mano y atravesó con ella el pasillo hasta el dormitorio.

—Y la renacuaja te quiere.

Lexa se detuvo y le tiró de la mano.

—¿Y tú?

Clarke levantó el brazo y le apoyó la palma de la mano en la mejilla.

—Creo que sí.

Lexa sonrió y le dio un abrazo.

—Yo también te quiero, Clarke. Sé que todavía tenemos que hablar de muchas cosas. Sé que no soy la candidata más idónea para todo esto. —La besó en la frente antes de continuar—. Tengo un pasado de mierda.

Clarke fue hasta la cama y retiró el edredón; luego, con la ayuda de Lexa se tumbó con un profundo suspiro.

—Tu pasado ha quedado atrás, Lexa. Vamos a concentrarnos en el presente.

Lexa asintió, tapó a Clarke y se desnudó, antes de deslizarse entre las sábanas y apretarse contra la otra mujer, de lado, para poder mirarla. Clarke volvió la cabeza y le sonrió.

—Buenas noches, Lexa.

Esta le dio un beso suave en los labios.

—Buenas noches, Clarke.

La besó de nuevo y, esta vez, Clarke le devolvió el beso y no se apartó. Con la respiración entrecortada, Lexa se incorporó un poco para cubrir a Clarke, sin romper el beso, y cuando la oyó gemir, el corazón se le disparó. Le cogió un pecho con la mano y gimió al acariciarle el pezón erecto. Clarke le metió la punta de la lengua entre los labios y Lexa respondió masajeándole el pecho, deleitándose en el tacto sedoso de la tela. Clarke arqueó la espalda y entonces le retiró la mano a Lexa delicadamente. Lexa se separó de ella y la miró a los ojos azules, dilatados por la lujuria.

—Deberíamos... parar... —susurró Clarke.

Aunque no había nada que Lexa deseara más que continuar, lo comprendió.

—Es por mí, ¿verdad?

—¿Qué?

—Sé lo que piensas y no pasa nada. Espero que con el tiempo mi pasado no...

Clarke le apoyó la yema de los dedos en los labios.

—No es por ti, Lexa. Soy yo. Te deseo mucho, pero estoy embarazada y gorda e hinchada y...

Esta vez le tocó a Lexa silenciarla con los dedos sobre la boca.

Embelesada con los labios de Clarke, se los acarició con la yema de los dedos.

—Entiendo cómo te sientes, pero tienes que saber que te encuentro muy deseable ahora mismo. Justo así. No estoy esperando a que cambies, ni tu cuerpo ni tú. Así que cuando te apetezca, estará bien. No te preocupes, no voy a ninguna parte. — Besó a Clarke y se acurrucó a su lado—. Esperaré.

—Gracias.

—Ahora duérmete. Antes de que te des cuenta será la hora bruja y el bebé se acostará encima de tu vejiga otra vez.

Clarke dejó escapar una carcajada adormilada y se acomodó sobre el hombro de Lexa.

—Besas muy bien, Woods.

Lexa la abrazó con más fuerza y se rio.

—Tú tampoco lo haces nada mal. Duérmete.

Yacieron en silencio unos momentos, hasta que Clarke dijo:

—Adivina lo que estoy haciendo ahora mismo.

—Ni idea.

—Mis ejercicios Kegels.

Lexa se echó a reír y pronto Clarke estalló en carcajadas a su vez, de modo que las dos acabaron desternillándose de risa.

Vientos Celestiales (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora