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El cortinado azul se movía por causa de la brisa tibia, mientras Samantha rogaba no ser vista, se mantenía alejada de la tela, deseando profundamente que se fuera de allí.

—Madre te ha estado buscando.—reconoció la otra voz masculina, el hermano de Jeremy había llegado a evitar una situación innecesaria. Suspiró por lo bajo, agradecida a Andrew por primera vez en su vida, que su presencia haya hecho algo bueno.—¿Buscabas algo?

Samantha se preguntó lo mismo, se acercó un poco para poder oír la respuesta.

—No, estaba en dirección hacia mi habitación.—respondió y carraspeó la garganta, incómodo.

—Como sea, ¿Has visto a Cristóbal? Me presentó a unas mujeres hermosas, deberías venir con nosotros.—ella blanqueó los ojos, su hermano tan mujeriego como siempre.

—No, pero creí haber visto a Víctor con...—su corazón se detuvo al oír eso salir de su boca. Hubo un pequeño silencio.—Olvídalo, llévame contigo.—los pasos de sus botas se escucharon alejarse, y al fin el aire recorrió sus pulmones con normalidad.

Nunca se había sentido tan expuesta con un sentimiento como el miedo. Exhaló suavemente, cuando se dio cuenta que la luz del sol comenzaba a molestar sobre su piel, apenas era mediodía y los rayos eran tan fuertes que ardían.

Abrió el cortinado con cuidado de ser vista, al no ver rastros, se dirigió hacia su habitación

Evitaba encontrarlos en la gran Mansión, cualquier excusa valía más que poder hablar con ellos, había estado así todo lo que restaba el día. Lady Brown la había invitado a tomar el té junto con sus damas, y amigas, quienes eran igual de superficiales que ella. Ignoraba eso, prestando atención a la anfitriona de la casa, con sus temas que no iban más allá del nuevo cotilleo de algunas infidelidades en el pueblo, y críticas a otras mujeres. Samantha recordó cuando le contaba a Víctor, él la reprochaba, diciendo que debía acostumbrarse a los pasatiempos de una dama, puesto que algún día ella debía ser esposa de alguien y tendría que tener los requisitos.

Las horas pasaron con lentitud en la Mansión.

Siendo las dos de la tarde, Cristóbal estaba desaparecido y Víctor aún lo buscaba por todo el terreno. Lord Brown tampoco había dado acto de presencia en la bienvenida de sus hijos.

La doncella había llamado a Samantha para la gran cena, por lo que se preparó y bajó para la gran cena. Sabía que evitar a los herederos no iba a ser para siempre, por lo tanto, sus hermanos tenían razón, parecía una niña asustadiza. Envolvió sus brazos alrededor de su cuerpo mientras se dirigía hacia el jardín, la noche estaba cayendo en Leithbotown, y sólo pudo mirar arriba hipnotizada por las hermosas estrellas que surcaban en el cielo. Conseguía recordar el canto de su nana por las noches, ella cuidaba de Samantha cuando nadie se encontraba en la casa, en cuanto se iba, la pequeña se escabullía entre los pasillos de camino al balcon, pasando horas allí.

—Cientos de estrellas se consumen todas las noches...—oyó una voz masculina. Volteó. Había un hombre igual de maravillado que ella por el cielo. Su rostro le era conocido. Sin darse cuenta, él la estaba escudriñando.—Sin embargo, ellas brillan con más intensidad.—le regaló una sonrisa. Su curiosidad incrementó cuando Samantha también le regaló una sonrisa, acercándose un poco más.

—¿Qué hay en ellas que no podemos dejar de mirarlas?—cuestionó verdaderamente con ganas de saber la pelinegra. El joven vio sus ojos brillar, y miró el cielo de la misma forma que ella lo hacía.

—No lo sé, pero deseo que mi felicidad sea tan grande como la de usted cuando mira el cielo.—Samantha miró fijamente al hombre de ojos celestes y cabello rizado, él la miró divertido con una media sonrisa.—Pero definitivamente es algo que me gustaría saber en algún futuro.

Samantha.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora